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Miguel Artola - Los pilares de la ciencia

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Miguel Artola Los pilares de la ciencia
  • Libro:
    Los pilares de la ciencia
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta Spain
  • Genre:
  • Año:
    2012
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Los pilares de la ciencia: resumen, descripción y anotación

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Una monumental historia de la Ciencia, con un enfoque novedoso, que combina la aportación de dos de los más prestigiosos investigadores del panorama académico español contemporáneo.Un historiador y un científico se unen por vez primera para ofrecernos un exhaustivo recorrido a través de los hitos fundamentales de la Ciencia a lo largo de los siglos. Los pilares de la Ciencia es un ambicioso proyecto que aborda la explicación de los métodos de investigación y los principales experimentos en este campo, y nos informa sobre los protagonistas y las circunstancias históricas que acompañan el proceso de elaboración de los conceptos científicos. Asimismo, la obra da cuenta de los avances más notables que, desde el principio de los tiempos, han contribuido al desarrollo intelectual del ser humano.

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I NTRODUCCIÓN

C uando, hace 2,5 millones de años (M.a.), aparecieron sobre la Tierra los primeros individuos del género Homo, los homínidos, y dentro de ellos la especie homo habilis, se encontraron en un mundo que tenía una larga historia (ellos mismos eran fruto de un largo proceso de evolución biológica). En efecto, la formación del planeta en el que vivían, la Tierra, comenzó hace 4.500 M.a., a partir de una masa de polvo que giraba alrededor del Sol y que se condensó en una gran esfera debido a la atracción gravitacional. La formación de una corteza sólida, y en ella de los océanos, se sitúa en torno a hace unos 4.100 M.a. Aún se discute si la vida se originó, hace alrededor de 3.600 M.a., en la Tierra, como producto de reacciones químicas entre materiales presentes en ella, o si llegó del exterior, transportada por alguno de los numerosísimos meteoritos que chocaron contra su superficie en los primeros tiempos de su historia, cuando la atracción gravitacional —especialmente la del Sol— no había «puesto orden» en el entonces convulso Sistema Solar. La aparición de células semejantes a las procariotas (carentes de núcleo) dio lugar al proceso de la fotosíntesis, la producción de oxígeno que absorbían los metales y en particular el hierro. Cuando éstos se saturaron, hace entre 2.500 y 2.400 M.a., el oxigeno libre se incorporó a la atmósfera, acabando (hace unos 2.000 M.a.) en una gran crisis de «oxigenación» con la mayor parte de los entonces dominantes seres anaeróbicos; fue entonces cuando la atmósfera terrestre alcanzó una composición semejante a la actual. Durante el período denominado Proterozoico (2.500-542 M.a.) aparecieron las células eucariotas (provistas de núcleo), se inició la reproducción sexual y surgieron los protozoos. La explosión de vida animal del Cámbrico (590-505 M.a.) y la colonización del suelo por las plantas a partir de los 470 M.a. cambiaron la imagen del planeta. El Carbonífero (359-299 M.a.) dejó tras de sí grandes estratos de carbón. Y la extinción de los dinosaurios, hace unos 60 M.a., dejó libre el campo para el desarrollo de los mamíferos y la aparición de los homínidos.

El homo habilis (los homínidos que vivieron en África desde hace aproximadamente 1,9 hasta 1,6 M.a.) recibió este nombre por su capacidad para fabricar herramientas (armas entre ellas), con las que surgió la posibilidad —implementada— de explotar y transformar el mundo en que vivía. La cultura de Olduvai —el conjunto arqueológico y paleontológico situado en Tanzania, descubierto por el geólogo alemán Hans Reck antes de la Primera Guerra Mundial, en donde se encuentran sedimentos de una antigüedad entre 2 M.a. hasta 15.000 años— es uno de los testimonios de esas habilidades. La aparición del homo erectus (vivieron desde hace 1,8 M.a. a 300.000 años), el gran productor de la tecnología lítica denominada achelense (herramientas del tipo de cuchillos, martillos o puntas de flechas), constituye otro momento sobresaliente en la historia de los homínidos, lo mismo que la primera salida de éstos de África, que se produjo hace aproximadamente 1,5 M.a., o el uso del fuego (se han encontrado restos de hace 400.000 años en la cueva china de Zukudian, mientras que los más antiguos hogares conservados son de hace 125.000 años y están en Sudáfrica).

Otra especie notable, finalmente desparecida, la de los neandertales, llegó a asentarse (hace entre 120.000 y 30.000 años) en Europa y Oriente Próximo, época de la cultura musteriense. El último de los homínidos, el único que ha sobrevivido, el homo sapiens, apareció en África hace unos 200.000 años. Organizados en bandas de cazadores-recolectores, se extendieron por los otros continentes a partir de hace 50.000 años. Sabemos que por entonces ya existían instrumentos de caza como el arco y un arma arrojadiza; algo más tarde, hace unos 20.000 años, en un proceso que podemos denominar de «desarrollo tecnológico», las flechas llevaban una punta de piedra. En un abrigo de Tassili, en el desierto del Sahara, datado del 700 al 500 a.C., se conservan unas 15.000 muestras de arte rupestre, entre las que se encuentra la imagen de un arquero con su carcaj. La «revolución neolítica» comenzó en torno a 9000 a.C. Su nombre se justifica por el salto cualitativo que supuso la domesticación de animales y vegetales. Comenzó con la de los lobos y las ovejas hacia 6500 a.C., continuó (4000 a.C.) con la del ganado mayor y la de los caballos. La domesticación de las plantas —trigo en el 7000, cebada en el 5000, patatas en Perú y Bolivia en el 4400— aumentó la producción y multiplicó la población, un hecho que se reflejó en la importancia de los asentamientos. Jericó, junto con Damasco, la ciudad más antigua de las aún habitadas, se levantó 8.000 años antes de nuestra era, y a partir de 5500 a.C. se generalizó el nuevo estilo de vida, en el que la agricultura y la ganadería desempeñaban papeles centrales. Las herramientas que requerían mayor fuerza que la individual dieron origen a la utilización de la fuerza animal. El arado ligero necesitaba dos personas: una para tirar de él y otra para guiarlo, hasta que la domesticación de los animales de tiro permitió prescindir del primero. Cuando el agua no llegaba del cielo, se extraía de un pozo mediante el uso de un cigüeñal (2500 a.C.) o de una noria, como la descrita en una tablilla babilónica de 700 a.C. La noria permitió la irrigación de los huertos, en tanto que la de los campos requería el uso de canales, de los que se conservan restos de hace 3.600 años. La invención de la rueda del alfarero permitió fabricar recipientes de distintas formas y tamaños, destinados al almacenamiento del agua, los granos y las harinas, mientras que la construcción de hornos cubiertos hizo posible aumentar la temperatura de la combustión hasta los 1.000 grados centígrados (3.500 años antes de Cristo), lo que permitió la fabricación de ladrillos, cuyas proporciones (4:2:1) eran las más convenientes para la estabilidad de la construcción en cuestión. El bronce, una aleación del cobre y el estaño, mucho más duro que el cobre, tenía toda clase de usos, entre ellos la construcción de armas y la fabricación de ruedas. Apareció en el Próximo Oriente y en el Egeo, en la divisoria del cuarto al tercer milenio, y mediado éste tuvo un gran desarrollo en el valle del Indo. Fue decisivo para la fabricación de armas.

Otro notable desarrollo, el carro sumerio con ruedas macizas de madera, se documenta en el estandarte de Ur, 2.500 años antes de Cristo, y el carro de guerra con radios se encuentra en las réplicas de los enterramientos en Kazakhastán, unos 2.000 años antes de Cristo. El elevado coste de su fabricación limitaba la aplicación del bronce y por ello fue sustituido, salvo en los usos suntuarios, por el hierro, en 1400 a.C. Los hititas guardaron el secreto de su producción hasta el siglo XI a.C. para mantener su supremacía militar.

En cuanto a la navegación, planteó problemas, relacionados entre sí, de todo tipo: flotabilidad, propulsión y dirección. Las cuatro grandes aportaciones de la China antigua, la aguja magnética, la pólvora, el papel y la imprenta, fueron novedades técnicas, a las que habría que añadir el ábaco para realizar cálculos. Y con respecto a la maquinaria, es preciso recordar las denominadas maquinas simples, artefactos destinados a multiplicar la fuerza aplicada. Eran seis: la palanca para desplazar los cuerpos, el plano inclinado para facilitar la carga y descarga, la cuña para dividir los troncos, la polea para levantar y bajar cargas, el tornillo para mantener unidas dos piezas y la asociación del eje y la rueda para transportar cargas.

Sin embargo, la más potente de las técnicas fue la invención del lenguaje, que proporcionó a los humanos la capacidad de expresar sus pensamientos y de manifestar sus deseos. Este invento —que fue posible gracias a un cambio en el sistema de fonación de los sapiens que se produjo hace unos 40.000 años, el descenso de la laringe, que les permitió vocalizar, favoreciendo el habla (hay que señalar que el aprovechamiento de la laringe para sustentar la comunicación en los órganos de fonación exigió previamente un desarrollo cerebral que hiciera posible la propia posibilidad de poder comunicarse)— permitió la aparición de los idiomas, productos de la comunicación en el interior de grupos humanos que mantenían contactos habituales. Aunque el Génesis explicaba la diversidad de lenguas como el castigo de Dios, la verdadera razón reside, por supuesto, en el aislamiento de las poblaciones. En un primer momento, había un signo o imagen para cada idea, eran una unidad de significado, y la asociación de dos o más signos constituía una forma económica de expresar nuevos pensamientos o deseos. Así, a partir de la combinación de los pictogramas correspondientes a boca y agua, para expresar la acción de beber, se abrían cientos de posibilidades para, por medio de la combinación de boca con otros signos, expresar otras acciones.

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