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Lowe - Continente salvaje

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Lowe Continente salvaje
  • Libro:
    Continente salvaje
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    www.papyrefb2.net
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    2015
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CONTINENTE SALVAJE
— oOo —
Título Original:Savage Continent. Europe in the Aftermath of World War II
Traducción: Irene Cifuentes
© 2012, Keith Lowe
Editorial: Galaxia Gutemberg, S.L.
ISBN: 9788415472124
A Vera
Introducción Imaginemos un mundo sin instituciones Es un mundo en el que - photo 1
Introducción
Imaginemos un mundo sin instituciones. Es un mundo en el que las fronteras entre países parecen haberse disuelto, dejando un único paisaje infinito por donde la gente viaja buscando comunidades que ya no existen. Ya no hay gobiernos, ni a nivel nacional ni tan siquiera local. No hay escuelas ni universidades, ni bibliotecas ni archivos, ni acceso a ningún tipo de información. No hay cines ni teatros, ni desde luego televisión. La radio funciona de vez en cuando, pero la señal es remota, y casi siempre en una lengua extranjera. Nadie ha visto un periódico durante semanas. No hay trenes ni vehículos a motor, teléfonos ni telegramas, oficina de correos, comunicación de ningún tipo excepto la que se transmite a través del boca a boca.
No hay bancos, pero esto no constituye una gran adversidad porque el dinero ya no tiene ningún valor. No hay tiendas, porque nadie tiene nada que vender. Aquí nada se produce: las grandes fábricas y negocios que solía haber han sido destruidos o desmantelados como lo ha sido la mayoría de los edificios. No hay herramientas, guardad lo que se pueda extraer de los escombros. No hay comida.
La ley y el orden prácticamente no existen, porque no hay fuerzas policiales ni judiciales. En algunas zonas ya no parece haber un claro sentido de lo que está bien y lo que está mal. La gente coge lo que quiere sin tener en cuenta a quién pertenece —de hecho, el sentido de la propiedad en sí ha desaparecido en gran medida. Los bienes sólo pertenecen a aquellos lo bastante robustos para aferrarse a ellos y a los que están dispuestos a defenderlos con su vida. Hombres armados deambulan por las calles, cogiendo lo que quieren y amenazando a cualquiera que se interponga en su camino. Mujeres de todas las clases y edades se prostituyen a cambio de comida y protección. No hay vergüenza. No hay moralidad. Sólo la supervivencia.
A las generaciones modernas les cuesta imaginar que semejante mundo pueda existir fuera de la imaginación de los guionistas de Hollywood. Sin embargo, hoy día sigue habiendo cientos de miles de personas que padecieron exactamente estas condiciones —no en rincones remotos del globo, sino en el corazón de lo que se ha considerado durante décadas una de las regiones más estables y desarrolladas de la tierra. En 1944 y 1945, grandes fragmentos de Europa se quedaron en el caos, a la vez, durante meses. La Segunda Guerra Mundial —con mucho la guerra más destructiva de la historia— no sólo había destruido la infraestructura física, sino también las instituciones que mantenían unidos a los países. El sistema político se había desmoronado hasta tal punto que los observadores americanos advirtieron de la posibilidad de una guerra civil a escala europea.1 La fragmentación intencionada de las comunidades había sembrado una desconfianza irreversible entre vecinos, y la hambruna universal hizo intrascendente la moralidad personal. «Europa», afirmaba el New York Times en marzo de 1945, «está en una situación que ningún americano espera poder entender.» Era «El nuevo continente negro».2
El hecho de que Europa se las arreglara para salir de este fango, y luego pasar a convertirse en un continente próspero y tolerante, parece poco menos que un milagro. Rememorando la proeza de la reedificación que tuvo lugar —la reconstrucción de las carreteras, los ferrocarriles, las fábricas, hasta ciudades enteras— resulta tentador no ver más que progreso. El renacer político que aconteció en Occidente es asimismo impresionante, sobre todo la rehabilitación de Alemania que pasó de ser una nación paria a un miembro responsable de la familia europea en sólo unos pocos años. Durante los años de posguerra nació también un nuevo deseo de cooperación internacional que no sólo llevaría prosperidad, sino paz. Las décadas posteriores a 1945 han sido ensalzadas como el periodo más largo de paz internacional en Europa, sin excepción, desde los tiempos del Imperio romano.
No es de extrañar que aquellos que escriben acerca del periodo de posguerra —historiadores, políticos e igualmente economistas— lo describan a menudo como una época en la que Europa se elevó como un fénix de las cenizas de la destrucción. Según este punto de vista, la finalización de la guerra no sólo marcó el fin de la represión y la violencia, sino también el renacer espiritual, moral y económico de todo el continente. Los alemanes llaman a los meses posteriores a la guerra Stunde null («Hora Cero») —lo que supone que fue un periodo en el que se hizo borrón y cuenta nueva, y se dejó que la historia comenzara de nuevo.
Pero no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que ésta es una visión de la historia de posguerra claramente halagüeña. Para empezar, la guerra no acabó simplemente con la derrota de Hitler. Un conflicto de la magnitud de la Segunda Guerra Mundial, con todos los pequeños enfrentamientos civiles que la rodearon, tardó meses, si no años, en cesar, y el fin llegó en diferentes momentos en distintas partes de Europa. En Sicilia y el sur de Italia, por ejemplo, acabó prácticamente en el otoño de 1943. En Francia, para la mayoría de la población civil terminó un año después, en el otoño de 1944. En cambio, en algunas zonas de Europa oriental, la violencia continuó mucho después del Día de la Victoria. Las tropas de Tito siguieron combatiendo a las unidades alemanas en Yugoslavia al menos hasta el 15 de mayo de 1945. Las guerras civiles, que estallaron en primer lugar por la participación nazi, continuaron haciendo estragos en Grecia, Yugoslavia y Polonia durante varios años después de que la guerra principal hubiera terminado, y en Ucrania y los Estados Bálticos los guerrilleros nacionalistas siguieron combatiendo contra las tropas soviéticas hasta bien entrada la década de 1950.
Algunos polacos afirman que la Segunda Guerra Mundial no acabó en realidad hasta épocas aún más recientes: puesto que el conflicto dio comienzo oficialmente cuando los nazis y los soviéticos invadieron el país, no finalizó hasta que el último tanque soviético salió del territorio en 1989. Muchos habitantes de los países bálticos pensaban lo mismo: en 2005, los presidentes de Estonia y Lituania declinaron visitar Moscú con motivo de la celebración del 60° aniversario del Día de la Victoria porque, al menos para sus países, la liberación no se produjo hasta principios de la década de 1990. Cuando se considera la guerra fría, que efectivamente fue un estado de conflicto permanente entre el este y el oeste europeos, y diversos alzamientos nacionales contra el dominio soviético, entonces la pretensión de que los años de posguerra constituyeron un periodo de paz ininterrumpido parece completamente exagerada.
Igualmente dudosa es la idea del Stunde null. Sin duda no hubo borrón y cuenta nueva, por mucho que los estadistas alemanes lo hubieran deseado con ahínco. En el periodo posterior a la guerra, oleadas de venganza y castigo inundaron todos los ámbitos de la vida europea. El territorio y los bienes de las naciones eran saqueados, los gobiernos y las instituciones sufrían depuraciones, y la percepción de lo que habían hecho durante la guerra aterrorizaba a comunidades enteras. Algunas de las peores venganzas se infligían a los individuos. La población civil alemana repartida por Europa fue golpeada, arrestada, utilizada como mano de obra esclava o sencillamente asesinada. Los soldados y los policías que habían colaborado con los nazis fueron arrestados y torturados. A las mujeres que se habían acostado con soldados alemanes las desnudaban, rapaban y paseaban por las calles cubiertas de brea. Millones de mujeres alemanas, húngaras y austríacas fueron violadas. Lejos de hacer borrón y cuenta nueva, los agravios entre comunidades y entre naciones, muchos de los cuales siguen vivos en la actualidad, se propagaron después de la guerra.
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