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Keith Lowe - Prisioneros de la historia

Aquí puedes leer online Keith Lowe - Prisioneros de la historia texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2021, Editor: Galaxia Gutenberg, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Keith Lowe Prisioneros de la historia
  • Libro:
    Prisioneros de la historia
  • Autor:
  • Editor:
    Galaxia Gutenberg
  • Genre:
  • Año:
    2021
  • Ciudad:
    Barcelona
  • Índice:
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Prisioneros de la historia: resumen, descripción y anotación

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Keith Lowe, aclamado autor de libros tan importantes como Continente salvaje, observó que en todo el mundo se derribaban monumentos como expresión de protesta política y comenzó a preguntarse qué es lo que dicen sobre nosotros hoy los monumentos construidos para conmemorar la Segunda Guerra Mundial. Centrándose en ellos, se adentra en la terrible contienda de 1939-1945 para indagar hasta qué punto está todavía presente entre nosotros. Examina todos los aspectos de la guerra, desde los vencedores hasta los vencidos, desde los héroes hasta los villanos, desde el apocalipsis hasta la reconstrucción después de la devastación. Se centra en veinticinco monumentos, entre ellos, La Madre Patria Te Llama, en Rusia; el Monumento al Cuerpo de Infantería de Marina, en Estados Unidos; el Monumento a los Caídos, en Italia; el Monumento a las Víctimas de la Masacre de Nankín, en China; la Cúpula de la Bomba Atómica, en Hiroshima; el Balcón de Yad Vashem, en Jerusalén, y la Ruta de la Liberación de Europa que va de Londres a Berlín. Como era de esperar, encuentra que cada país ve la guerra de una manera diferente. En los monumentos erigidos en Estados Unidos, Lowe percibe triunfo y veneración patriótica a los héroes. En Europa, los monumentos son melancólicos, ambiguos y muy a menudo están dedicados a las víctimas. En estas diferentes visiones internacionales de la guerra, Lowe capta las expresiones en piedra y metal de los sentimientos que aún hoy nos aprisionan con sus posturas inmutables. Sin embargo, el mundo actual está cambiando a un ritmo sin precedentes, y los monumentos erigidos hace décadas, o incluso siglos, ya no representan los valores que hoy apreciamos. Prisioneros de la historia analiza desde el siglo XXI una guerra del siglo xx que todavía nos persigue hoy.

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Prisioneros de la historia — leer online gratis el libro completo

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Índice

Primera parte
HÉROES

Segunda parte
MÁRTIRES

Tercera parte
MONSTRUOS

Cuarta parte
APOCALIPSIS

Quinta parte
RENACIMIENTO

Introducción

En el verano de 2017, algunos legisladores de Estados Unidos empezaron a retirar las estatuas de héroes confederados que se hallaban en calles y plazas frente a edificios públicos. Figuras del siglo XIX como Robert E. Lee y Jefferson Davis, que había luchado por el derecho a tener esclavos negros, dejaron de ser considerados modelos adecuados para los estadounidenses del siglo XXI , por lo que empezaron a ser derruidas. Por todo Estados Unidos, en medio de un coro de protestas y contraprotestas, un monumento tras otro fue cayendo.

Lo que ocurría en América no tenía nada de único: en todas partes se estaban derribando también otros monumentos. En 2015, a raíz de la retirada de una estatua de Cecil Rhodes del campus de la Universidad de Ciudad del Cabo, se produjeron llamamientos a la eliminación de todos los símbolos del colonialismo en Sudáfrica. En poco tiempo, la campaña «Rhodes Must Fall» [«Rhodes debe caer»] se extendió a otros países del mundo, incluido el Reino Unido, Alemania y Canadá. El mismo año, algunos fundamentalistas comenzaron a destruir cientos de estatuas antiguas en Siria y en Irak, alegando que fomentaban la idolatría. Mientras, los gobiernos nacionales de Polonia y Ucrania anunciaron la retirada total de todos los monumentos al comunismo. Una oleada de iconoclastia se extendía por el mundo entero.

Yo observaba todos estos acontecimientos con gran fascinación, pero también con cierta incredulidad. En las décadas de 1970 y 1980 este tipo de hechos habrían sido impensables. En cualquier lugar, los monumentos eran considerados mero mobiliario urbano: lugares idóneos para quedar con alguien o pasar el rato, pero pocos les prestaban atención en sí mismos. Algunas eran estatuas de hombres mayores ya olvidados, que a menudo llevaban sombreros extraños y bigotes absurdos; otros eran formas abstractas construidas con hormigón o acero; pero, en ambos casos, en realidad no las entendíamos. No tenía sentido hacer llamamientos a su retirada, porque a la mayoría de la gente no le importaban lo bastante para armar el más mínimo jaleo por ello. Pero en los últimos años, los objetos que entonces eran casi invisibles de pronto se han convertido en centro de atención. Algo importante parece haber cambiado.

Al mismo tiempo que algunos de nuestros viejos monumentos se echan abajo, continuamos construyendo otros nuevos. En 2003, el derribo de la estatua de Sadam Husein en el centro de Bagdad se convirtió en una de las imágenes emblemáticas de la guerra de Irak. Pero a los dos años de la destrucción de la estatua, un nuevo monumento había venido a sustituirla: una escultura de una familia iraquí sosteniendo en alto la luna y el sol. Para los artistas que lo diseñaron, el monumento representaba las esperanzas de Irak de una nueva sociedad caracterizada por la paz y la libertad, unas esperanzas que casi inmediatamente después se quebraron ante una renovada ola de corrupción, extremismo y violencia.

Por todo el mundo se están produciendo cambios similares. En Estados Unidos, las estatuas de Robert E. Lee están siendo gradualmente sustituidas por monumentos a Rosa Parks o a Martin Luther King. En Sudáfrica, las estatuas de Cecil Rhodes han sido derruidas, erigiéndose en su lugar monumentos a Nelson Mandela. En Europa del Este, las estatuas de Lenin y Marx dieron paso a representaciones de Tomáš Masaryk, Józef Piłsudski y otros héroes nacionalistas.

Algunos de nuestros monumentos más nuevos son verdaderamente enormes en cuanto a tamaño, especialmente en algunos lugares de Asia. A finales de 2018, por ejemplo, India inauguró una nueva estatua de Sardar Vallabhbhai Patel, una importante figura del movimiento de independencia de la nación durante la década de 1930 y 1940. Con 182 metros de altura, es en la actualidad la estatua más alta del mundo. Crear estructuras tan gigantescas, de un coste tan enorme, requiere un increíble nivel de autoconfianza. No se trata de estructuras temporales: han sido diseñadas para durar cientos de años. Y, sin embargo, ¿quién nos asegura que les irá mejor que a las estatuas de Lenin o Rhodes o cualquiera del resto de personajes que en un momento dado parecían tan permanentes?

En mi opinión son varias cosas las que a la vez concurren en este punto. Los monumentos reflejan nuestros valores, y todas las sociedades se engañan pensando que estos valores son eternos: esta es la razón por la que convertimos dichos valores en piedra y los colocamos sobre un pedestal. Pero, cuando el mundo cambia, nuestros monumentos –y los valores que representan– quedan congelados en el tiempo. El mundo actual está cambiando a un ritmo sin precedentes, y los monumentos erigidos hace décadas, o incluso siglos, ya no representan los valores que hoy apreciamos.

Los debates que actualmente tienen lugar sobre nuestros monumentos casi siempre tratan de la identidad. En los días en los que el mundo estaba dominado por hombres ancianos de raza blanca, tenía sentido levantar estatuas en su honor; pero en el mundo de hoy, caracterizado por el multiculturalismo y una mayor igualdad de género, no resulta sorprendente que la población esté empezando a hacerse preguntas. ¿Dónde están todas las estatuas de mujeres? En un país como Sudáfrica, con una población mayoritariamente negra, ¿por qué debería haber tantas estatuas de europeos blancos? En Estados Unidos, cuya población es de las más diversas del planeta, ¿por qué esta diversidad no goza de mayor presencia en sus lugares públicos?

No obstante, tras estos debates subyace algo aún más fundamental: al parecer no somos capaces de decidirnos sobre cuál es el papel que nuestra historia comunitaria debería desempeñar en nuestras vidas. Por un lado, vemos la historia como el firme cimiento sobre el que se ha construido nuestro mundo. La imaginamos como una fuerza benigna que nos ofrece oportunidades para aprender del pasado y progresar en nuestro futuro. La historia es la base misma de nuestra identidad. Pero, por otra parte, la vemos como una fuerza que nos atrofia, haciéndonos rehenes de siglos de una tradición que se ha quedado obsoleta, que nos conduce por los viejos caminos de siempre, que nos lleva a cometer los mismos errores una y otra vez. De este modo, se convierte en una trampa, de la que parece imposible escapar.

Esta es la paradoja que yace en el corazón de nuestra sociedad. Cada generación desea liberarse de la tiranía de la historia; y, sin embargo, cada generación sabe, instintivamente, que sin ella no es nada, porque la historia y la identidad se encuentran estrechamente entrelazadas.

Este libro trata de nuestros monumentos y de lo que estos realmente nos cuentan acerca de nuestra historia y nuestra identidad. He escogido veinticinco monumentos conmemorativos de todo el mundo que cuentan algo importante sobre las sociedades que los han levantado. Algunos de estos monumentos constituyen actualmente atracciones turísticas de masas: millones de personas los visitan cada año. Todos ellos suscitan controversia. Todos cuentan una historia. Algunos tratan deliberadamente de ocultar más de lo que muestran, pero, al hacerlo, acaban por revelarnos más de nosotros mismos de lo que nunca hubieran pretendido. Mi principal propósito es demostrar que ninguno de estos monumentos trata en realidad del pasado: más bien son una expresión de una historia que todavía hoy sigue viva, y que continúa gobernando nuestras vidas, lo queramos o no.

Todos los monumentos que he elegido están dedicados a un mismo periodo de nuestro pasado común: la Segunda Guerra Mundial. Existen muchas razones para ello, pero la más importante es que, de todos nuestros monumentos conmemorativos, estos son los únicos que parecen haber evitado la presente tendencia a la iconoclastia. Dicho de otro modo, estos monumentos continúan transmitiéndonos cosas sobre quiénes somos, algo que muchos de los otros monumentos ya no hacen.

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