El código Federer
Stefano Semeraro
Prólogo de Gianni Clerici
Estadísticas de Luca Mariananton i
Traducción de
Ana Ciurans
EL CÓDIGO FEDERER
Stefano Semeraro
Enero de 2018. Roger Federer consigue su vigésimo Grand Slam, entrando así definitivamente en el Olimpo y la Historia como la gran leyenda del tenis. Este libro es un recuento de los cerca de cien títulos conquistados a lo largo de veinte años de carrera. Veinte años en los que Stefano Semeraro ha sido testigo, le ha animado y le ha entrevistado en varias ocasiones en la inmensa mayoría de los torneos que Roger ha ganado por todo el mundo; desde Roma hasta Shanghái, de Wimbledon a Nueva York, le ha seguido muy de cerca para conocerlo y descifrarlo. El resultado no solo es una biografía de Roger Federer, sino que también se trata casi de una novela, que nos habla de sus victorias (muchas) y de sus (pocas) derrotas; «una novela» enriquecida por los testimonios y las anécdotas que ha tomado prestadas de quienes han compartido con él su vida de tenista profesional.
Diego Maradona fue único, pero incómodo; Muhammad Ali inmenso, pero controvertido; Michael Jordan maravilloso, pero distante; Michael Schumacher infinito, sobre todo para los ferraristas; Roger Federer es de todos. Es eterno.
ACERCA DEL AUTOR
Stefano Semeraro (Bolonia, 1963) escribe desde hace veintiséis años para La Stampa de Turín . Ha cubierto decenas de torneos del Grand Slam, cuatro ediciones de las 24 Horas de Le Mans y dos Juegos Olímpicos. Colabora también para Il Corriere dello Sport , Allrugby y Eurosport
ACERCA DE LA OBRA
«Para mí, Roger Federer es el más grande de la historia del tenis.»
B JÖRN B ORG
«Si quisieras ser tenista, copia todo lo que hace Roger Federer. Ojalá yo hubiese jugado como él.»
J OHN M C E NROE
«Nunca había visto a nadie con los golpes que tiene Roger, y al mismo tiempo, con una elegancia increíble.»
R AFAEL N ADAL
Índice
Para Roberta y Sebastiano, mis fuera de serie
«Nos disgusta tanto releer los libros que hemos escrito justo porque frente a ellos parecemos falsificadores de moneda. Nos hemos adentrado en la cueva de Alí Babá y solo hemos sacado a la luz un miserable puñado de plata.»
E RNST J ÜNGER
Prólogo
por G IANNI C LERICI
A demás de exjugador de tenis, también soy escritor de novelas y artículos sobre tenis y, a fuerza de verme escribir, en la sala de prensa me han apodado The Scribe , el Escriba .
Tengo una vieja costumbre que adquirí a los veinte años, cuando pasé de la Gazzetta dello Sport a Il Giorno y empecé a recorrer mundo: una gran curiosidad por leer lo que han escrito mis compañeros para saber si lo han hecho mejor que yo. En efecto, les pido que me dejen leer sus artículos porque todos saben muy bien que nunca me permitiría robarles una idea. Así que siempre se lo pedí a Bud Collins ( Boston Globe ), a Frank De Ford ( Sport Illustrated ), a David Gray ( The Guardian ) y a Denis Lalanne ( L’Équipe ), y, desde que se retiraron o desaparecieron, le suelo pedir a Stefano, que ya se ha convertido en un adulto, que me deje leer lo que escribe.
Un día que lo vi especialmente atareado, le pregunté: «¿Qué haces? ¿Un retrato?».
Y él me respondió sonriendo: «No. Un libro».
Al recordar que todos los años por Navidad tiene el detalle de enviarme la revista literaria Versodove , en la que a veces publican sus poemas, le pregunto: «¿Poesía?».
Responde: «En cierto sentido. —Acto seguido se ríe y desmiente—: No. Tenis».
—¿Argumento?
—Federer —responde—. Una biografía.
—A mí también me la pidieron —le digo, con los brazos abiertos.
—¿Por qué no la escribiste?
—Demasiado difícil. Ya van trece los que lo intentan, y hasta hay una, horrible, del famosísimo David Foster Wallace, Federer como experiencia religiosa.
—Creo que no leyó los Evangelios .
Sonreímos.
—¿La enfocas como su amigo Roger Jaunin, de Le Matin , que escribió la primera edición en 2004?
—Toma, si te apetece leerlo… —me dice, mientras me tiende un pendrive .
De este modo, ojeando un archivo tras otro —por desgracia, los libros casi nunca nacen ya del papel, y quizá llegue el día en que ni siquiera se impriman—, descubro que, al principio de su carrera, Federer —con sus cuatro idiomas y sus maneras de diplomático, que harían de él la persona adecuada para ocupar un cargo de prestigio en Estrasburgo, si Suiza, uno de los países más democráticos del mundo, no hubiera olvidado que está en el centro de Europa— no poseía ni remotamente la sensatez que hoy muestra en público. Roger nació gracias a una visita de su padre a la sucursal sudafricana de la empresa farmacéutica Ciba-Geigy, en la cual conoce a Lynette, con quien contrae matrimonio rápidamente. Tres años después, de vuelta en Suiza, la pareja se establecerá en Münchestein, cerca de Basilea.
La atracción juvenil por el otro sexo, todavía no obstaculizada por el amor (quizá) absoluto que le profesa a Mirka Vavrinec, se centra en Martina Hingis y, con un acento más erótico, en Anna Kournikova. Entre los tenistas a quienes puede suceder están Pete Sampras y Stefan Edberg. Este último llegará a convertirse en su amigo bajo la forma de entrenador, es decir, alguien muy cercano: un amigo que te cuenta anécdotas de su vida pensando que se parece a la tuya. En el terreno del tenis, empieza con la victoria en el Abierto de Australia sub-18 y avanza hasta alcanzar los veinte títulos del Grand Slam.
Paolo Bertolucci comparte sus recuerdos de los primeros tiempos de Federer: la admiración que le despierta en el torneo de Florencia, el primer partido de la Copa Davis contra Italia, en Neuchâtel, y el primer título ganado fuera del circuito júnior en la final de Milán.
A medida que leo, me encuentro con una larga lista de personas juiciosas, o presuntamente juiciosas, entre las que cabe citar al ex futbolista Marcolli, a Stefan Edberg, a Severin Lüthi, una especie de tío omnipresente, al entrenador Carter, e incluso al inimitable preparador Paganini, hasta llegar al actual Ivan Ljubicic, a quien más de uno reconoce el mérito de haber aconsejado al «Rogerer» de hoy que sea un poco más combativo.
Pero volviendo a leer lo que he escrito, caigo en la cuenta de que no hago más que copiar lo que Stefano ha sabido condensar sin pasar por alto detalles que yo, cronista crónicamente distraído, he omitido. En sus recuerdos fluyen resumidos a la perfección los muchos éxitos y las pocas derrotas, la vida pública, que se parece a la de un embajador, y la privada, también sorprendente a causa de los cuatro gemelos. Una vida que Semeraro quizá se vio obligado a comentar en los periódicos, pero que ha sabido recrear en estas páginas como un auténtico escritor y un biógrafo inagotable.
Tras haber pasado un sinfín de horas admirando a Federer, ahora, gracias a estas páginas, lo conozco mejor.
Cuatro «graphic score» de Stefano Semeraro, del cuaderno de Wimbledon 2017.
Antecedentes
C orre el año 1988. Wimbledon es siempre, magnífico y eternamente, igual a sí mismo. La hierba es la de antaño: de las variedades raigrás y festuca, suave, peligrosa, un reto para rabdomantes. En Londres, y también al suroeste de Londres, SW19, llueve, naturalmente. Sobre todo el día de la final masculina. Largos hilos de agua que unen el cielo con la mirada de los espectadores, llegados hasta allí para saborear unas fresas con nata y una copa de Pimm’s, resbalan sobre los paraguas y fluyen por los senderos.