“Podemos soñar con un tiempo en el que la máquina para gobernar remplazará —para bien o para mal, ¿quién sabe?— la insuficiencia hoy en día evidente de los dirigentes y los aparatos habituales de la política.”
“Existe un contraste notable entre el refinamiento conceptual y el rigor que caracterizan a los planteamientos de orden científico y técnico, y el estilo sencillo e impreciso que caracteriza a los planteamientos de orden político. [...] Somos conducidos a preguntarnos si existe un tipo de situación infranqueable, que marcaría los límites definitivos de la racionalidad, o si podemos esperar que esta impotencia será algún día superada y que la vida colectiva será al fin enteramente racionalizada.”
I
“No existe, probablemente, ningún dominio del pensamiento o de la actividad material del hombre, del que se pueda decir que la cibernética no tendrá, tarde o temprano, un papel que jugar.”
Georges Boulanger, El dossier de la cibernética, utopía o ciencia de mañana en el mundo de hoy, 1968
“El gran circunverso quiere circuitos estables, ciclos iguales, repeticiones previsibles, contabilidades sin confusión. Quiere eliminar cualquier pulsión parcial, quiere inmovilizar el cuerpo. Así como la ansiedad de aquel emperador del que habla Borges, que deseaba un mapa tan exacto del imperio que recubriera el territorio en todos sus puntos y por lo tanto lo reprodujera a su escala: los súbditos del monarca tardaron tanto tiempo y gastaron tanta energía en acabarlo y en mantenerlo que el imperio ‘mismo’ cayó en ruinas a medida que su relieve cartográfico se fue perfeccionando; tal es la locura del gran Cero central, su deseo de inmovilización de un cuerpo que no puede ‘ser’ más que representado.”
Jean-François Lyotard, Economía libidinal, 1973
“Han deseado una aventura y quieren vivirla contigo. Esta es finalmente la única cosa que hay que decir. Creen decididamente que el futuro será moderno: diferente, apasionante, difícil seguramente. Poblado de cyborgs y emprendedores sin recursos, de fervientes corredores de bolsa y hombres-turbina. Así es ya el presente para aquellos que quieren verlo. Creen que el porvenir será humano, incluso femenino — y plural; para que cada uno lo viva, y que todos participen en él. Ellos son esa Ilustración que habíamos perdido, la infantería del progreso, los habitantes del siglo XXI. Combaten la ignorancia, la injusticia, la miseria, los sufrimientos de todo tipo. Están allí donde ello se altera, allí donde algo sucede. No quieren dejar escapar nada. Son humildes y audaces, están al servicio de un interés que les supera, guiados por un principio superior. Saben plantear los problemas, pero también encontrar las soluciones. Nos harán franquear las fronteras más peligrosas, nos tenderán la mano desde las orillas del futuro. Son la Historia en marcha, al menos lo que de ella queda, ya que lo más difícil está tras nosotros. Son unos santos y profetas, verdaderos socialistas. Hace mucho tiempo que comprendieron que mayo de 1968 no fue una revolución. Ellos conforman la verdadera revolución. Ya no es sino una cuestión de organización y transparencia, de inteligencia y cooperación. ¡Vasto programa! Y además...”
¿Perdón? ¿Qué? ¿Qué dices? ¿Qué programa? Las peores pesadillas, como ustedes bien saben, son con frecuencia las metamorfosis de una fábula, como aquellas que se nos contaban cuando éramos niños a fin de dormirnos y de perfeccionar nuestra educación moral. Los nuevos conquistadores, aquellos que aquí llamaremos los cibernéticos, no conforman un partido organizado —lo cual nos hubiera hecho la tarea más fácil— sino una constelación difusa de agentes, conducidos, impulsados, deslumbrados por la misma fábula. Son los asesinos del tiempo, los cruzados de lo Mismo, los enamorados de la fatalidad. Son los sectarios del orden, los apasionados de la razón, el pueblo de los intermediarios. Los Grandes Relatos pueden estar completamente muertos, como lo repite a placer la vulgata posmoderna, pero la dominación sigue estando constituida por ficciones-maestras. Este fue el caso de aquella Fábula de las abejas que publicó Bernard de Mandeville en los primeros años del siglo XVIII y que tanto hizo para fundar la economía política y justificar las avanzadas del capitalismo. La prosperidad y el orden social y político ya no dependían de las virtudes católicas del sacrificio sino de la persecución a partir de cada individuo de su propio interés. Los “vicios privados” eran declarados garantía del “bien común”. Mandeville, “el Hombre-Diablo”, como se lo llamaba entonces, fundaba de este modo, y contra el espíritu religioso de su tiempo, la hipótesis liberal que más tarde inspirará a Adam Smith. Aunque esta fábula sea reactivada de manera regular, bajo las formas renovadas del liberalismo, hoy en día es obsoleta. De lo cual se seguirá, para los espíritus críticos, que el liberalismo ya no es más algo a criticar. Es otro modelo el que ha tomado su lugar, aquel mismo que se esconde tras los nombres de Internet, de nuevas tecnologías de la información y la comunicación, de “Nueva Economía” o de ingeniería genética. A partir de ahora, el liberalismo no es más que una justificación persistente, la coartada del crimen cotidiano perpetrado por la cibernética.
Críticas racionalistas de la “creencia económica” o de la “utopía neotecnológica”, críticas antropológicas del utilitarismo en las ciencias sociales y de la hegemonía del intercambio mercantil, críticas marxistas del “capitalismo cognitivo” al que querrían oponerle el “comunismo de las multitudes”, críticas políticas de una utopía de la comunicación que permite que resurjan los peores fantasmas de exclusión, críticas de las críticas del “nuevo espíritu del capitalismo” o críticas del “Estado penal” y de la vigilancia que se ocultan tras el neoliberalismo, los espíritus críticos parecen poco inclinados a tener en cuenta la emergencia de la cibernética como nueva tecnología de gobierno que federa y asocia tanto la disciplina como la bio-política, tanto la policía como la publicidad, sus predecesores en el ejercicio de la dominación, que hoy en día ya son demasiado poco eficaces. Lo cual quiere decir que la cibernética no es, como se la quisiera entender de forma exclusiva, la esfera separada de la producción de informaciones y de la comunicación, un espacio virtual que se superpondría al mundo real. Es sin duda, más bien, un mundo autónomo de dispositivos confundidos con el proyecto capitalista en cuanto es un proyecto político, una gigantesca “máquina abstracta” hecha de máquinas binarias efectuadas por el Imperio, forma nueva de la soberanía política, y, habría que decirlo, una máquina abstracta que se ha vuelto máquina de guerra mundial. Deleuze y Guattari asocian esta ruptura a una forma nueva de apropiación de las máquinas de guerra por parte de los Estados-nación: “es solamente después de la Segunda Guerra Mundial que la automatización y luego la automación de la máquina de guerra han producido su verdadero efecto. Esta, si tenemos en cuenta los nuevos antagonismos que la atravesaban, ya no tenía por objeto exclusivo la guerra, sino que se responsabilizaba de la paz y tenía por objeto la paz, la política, el orden mundial, en resumen, la finalidad. Es aquí donde aparece la inversión de la fórmula de Clausewitz: es la política lo que deviene la continuación de la guerra, es la paz lo que libera técnicamente el proceso material ilimitado de la guerra total. La guerra deja de ser la materialización de la máquina de guerra, es la máquina de guerra lo que deviene ella misma guerra materializada”. Y es por esto que la hipótesis cibernética no es tampoco algo a criticar. Es algo a combatir y a vencer. Es una cuestión de tiempo.