Título: Breve historia de los caballeros de Santiago, Historia de las órdenes militares: volúmen 1
Copyright de la presente edición: © 2020 Ediciones Nowtilus, S.L.
Imagen de portada: Retrato del adelantado Pedro de Alvarado con la cruz de la Orden de Santiago ©Pedro de Alvarado, por Humberto Garavito
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Al hablar de la Orden de los caballeros de Santiago, u Orden de Santiago, lo primero es precisar algunos conceptos básicos, y algunas ideas fundamentales, al objeto de ayudar a nuestros lectores en lo referente a la situación por la que atravesaba la cristiandad en el momento en el que se decide poner en marcha este tipo de organizaciones conocidas como órdenes militares.
Así pues, antes de adentrarnos en describir de una forma pormenorizada la creación, concepción, evolución y la actuación de una de las más famosas órdenes militares españolas, los caballeros de Santiago, comenzaremos por perfilar el contexto histórico, tanto el europeo como el de la península ibérica, los principales hechos y acontecimientos que ayudaron a que se produjera una nueva orden de caballería en territorio leonés: la forma en la que se hizo y su fundación.
La Europa del siglo XI era una sociedad muy fragmentada; ya se habían superado los últimos coletazos de la tardo-antigüedad, pero aún no estaba instaurado, salvo en una forma muy incipiente, el sistema feudal que caracterizó a la Europa de los siguientes cinco siglos.
La comunidad internacional, es decir, los diferentes reinos y territorios independientes o semiindependientes cristianos, estaban regidos, al menos de manera nominal, por dos poderes con dos perspectivas o puntos de vista antagónicos: el poder terrenal o material, encarnado en el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y el poder celestial o espiritual, asumido por el sumo pontífice romano.
Se llegó de este modo a la querella de las investiduras, lo que provocó una serie de incidentes entre ambos poderes que trataron de imponer su primacía sobre el contrario, hasta tal punto que, en ocasiones, el papa excomulgó al emperador de turno, e, incluso, emperador promovía la elección de un antipapa, con el consiguiente cisma en la Iglesia.
La Iglesia cristina se convirtió en la gran reformadora de la sociedad del momento, a partir de la creación y desarrollo del movimiento cluniacense (llamado así por ser originario de la abadía de Cluny, fundada en el año 910), lo que supuso la renovación de la Regla y de la forma de ser de la orden monástica benedictina. Esto significó poner el freno, por parte de la Iglesia, a varias desviaciones y graves problemas que se habían producido en la misma a lo largo de los siglos anteriores. Tal fue el caso de la simonía, es decir, la compra de títulos eclesiásticos reducida en gran medida gracias a la imposición de elecciones dentro de las propias comunidades eclesiásticas; y del nicolaísmo, el amancebamiento de los religiosos, una práctica que se había vuelto habitual entre los religiosos más ligados al mundo laico.
De este modo, el poder papal salió reforzado, y esto pudo apreciarse al inicio del siglo XI en las acciones que condujeron a la reconquista de Barbastro (1064), donde se utilizó, por vez primera, el vocablo cruzada , refiriéndose a la lucha que debería tener lugar para expulsar o someter a los infieles. En el año anterior, el papa Alejandro II había indicado en varios escritos y llamamientos que todo aquel que decidiera ir a combatir contra los sarracenos de la península obtendría el perdón de sus pecados gracias a sus hechos de armas.
Estos hechos pusieron de manifiesto el poder de convocatoria que ejercían los pontífices sobre una gran parte de los efectivos militares europeos que, en su mayor parte, consistían, por un lado, en tropas vinculadas a los grandes señores, menores en número, y por otro, en una masa considerable de caballeros, guerreros y buscadores de fortuna que se ganaban la vida ofreciendo su espada, de manera temporal, al mejor postor.
Dichos efectivos se desplazaban de un lugar a otro luchando en nombre de diferentes señores (tal era el caso de el Cid Campeador), si bien este hecho trataba de paliarse por parte de los monarcas, que procuraban vincularlos de una forma más permanente a su servicio mediante la cesión de un territorio para su explotación, asociándolos de este modo a su causa y creando así las bases del denominado sistema feudal. En este sistema, el poder militar y, por lo tanto, la verdadera fuerza, recaía sobre estos señores feudales, donde el rey era un primero entre iguales, e incluso en ocasiones llegaba a tener menos poder que alguno de sus vasallos. Como ejemplo tenemos el caso del rey de Francia, que contaba entre sus subordinados con su homónimo inglés y los duques de Borgoña, Bretaña y Aquitania, todos ellos más poderosos que su señor nominal.
La exhortación papal a la cruzada en la operación militar sobre la villa musulmana de Barbastro sentó un precedente. En determinadas condiciones de necesidad, la Iglesia podía imponer una quiebra en la vinculación vasallática ― en teoría, de carácter temporal y encaminada solo a la consecución de la cruzada ― , para que esta pasase a la propia Iglesia, que podía entonces solicitar a estos subordinados que realizaran o se implicaran en una acción militar determinada en bien de la fe.
En el año 1073, al acceder al solio pontificio Gregorio VII, el que fuera el monje Hildebrando de la abadía de Cluny, redactó, en una de sus primeras acciones pontificias, los llamados Dictatus papae , donde explicaba las razones de la supremacía pontificia sobre el emperador y los demás príncipes feudales ― poderes laicos y temporales ― , a los que el papa podía, en circunstancias extremas, llegar a deponer, y así eximir a sus súbditos de los juramentos de fidelidad hechos a los mismos.
La reforma gregoriana estaba encaminada a corregir los abusos y vicios por parte del alto clero, en aquel momento vinculado a las respectivas cortes laicas europeas, y a imponer las bases de lo que hoy en día podríamos denominar derechos humanos básicos, al crear figuras legales como la denominada tregua de Dios, cuyo objetivo era proteger de la violencia y de los peores efectos de la guerra a las personas más débiles, estableciendo, por ejemplo, la prohibición de combatir en determinados días del año o considerando a los monasterios, iglesias y abadías como lugares libres de violencia. Así, la Iglesia de este período añadió a la excomunión otra poderosa arma legal: la anulación del vínculo feudal.
Además, este mismo pontífice formalizó el celibato eclesiástico, impidiendo que los títulos y prebendas religiosas pudieran heredarse como se hacía con los laicos, y así comenzó una larga lucha con el emperador, que ha pasado a la historia como la querella de las investiduras; situación en la que el emperador veía restringido su derecho a conceder títulos religiosos, así como disponer o conceder feudos eclesiásticos, condición que no finalizó hasta la firma del Concordato de Worms en el año 1122.