Índice
N ESSA C AREY
L A REVOLUCIÓN
EPIGENÉTICA
De cómo la biología moderna está reescribiendo nuestra comprensión de la genética, la enfermedad y la herencia
T RADUCCIÓN DE J OSEP S ARRET G RAU
N ESSA C AREY
La revolución epigenética
© Nessa Carey, 2011
The author has asserted her moral rights
Edición Propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/Biblioteca Buridán
Juan de la Cierva 6, 08339, Vilassar de Dalt (Barcelona)
Diseño: Miguel R. Cabot
ISBN: 97884-16995-46-2
Introducción
ADN
Leyendo determinados textos de biología es habitual deducir que estas tres letras lo explican todo. Estas son, por ejemplo, solo unas cuantas de las muchas afirmaciones que se hicieron el 26 de junio del año 2000, cuando los investigadores anunciaron que el genoma humano había sido secuenciado:
Hoy estamos aprendiendo el lenguaje con el que Dios creó la vida. Bill Clinton , presidente de Estados Unidos Ahora tenemos la posibilidad de conseguir todo lo que siempre hemos esperado que nos daría la medicina. Lord Sainsbury , ministro de Ciencia británico La secuenciación del genoma humano se ha comparado con la proeza de poner a un hombre en la Luna, pero yo creo que es mucho más que esto. Este es no solo uno de los logros más destacados de nuestra época, sino también de la historia humana en general. Michael Dexter , director de la fundación benéficaWellcome Trust
A juzgar por estas citas, y otras muchas parecidas, podríamos pensar que los investigadores podían muy bien haberse relajado un poco a partir de junio del año 2000 porque la mayor parte de los problemas de salud de la humanidad parecían poder resolverse de un modo relativamente fácil. Al fin y al cabo, teníamos ahora en nuestras manos el programa o cianotipo de la humanidad. Lo único que necesitábamos era entender un poco mejor este conjunto de instrucciones para resolver unos cuantos detalles.
Lamentablemente, estas afirmaciones han demostrado ser, en el mejor de los casos, algo prematuras. La realidad es bastante diferente.
Solemos hablar del ADN como si fuese una plantilla o una especie de molde como los que se usan en las fábricas de automóviles para fabricar componentes. En la fábrica se vierte miles de veces plástico o metal fundido en un molde y, a menos que algo salga mal en el proceso, se producen miles de piezas o componentes idénticos.
Pero el ADN no es en realidad como un molde. Se parece más a un guión. Piensen en Romeo y Julieta, por ejemplo. En 1936 George Cukor dirigió a Leslie Howard y a Norma Shearer en una versión fílmica de esta obra de Shakespeare. Sesenta años después Baz Luhrmann dirigió a Leonardo DiCaprio y a Claire Danes en otra versión cinematográfica de esa misma obra. Ambas producciones utilizaron como punto de partida el texto de Shakespeare, pero las dos películas son muy distintas. Idéntico punto de partida, resultados diferentes.
Esto es lo que sucede cuando las células leen el código genético contenido en el ADN. El mismo guión puede dar como resultado dos producciones diferentes. Las implicaciones que esto tiene para la salud humana son de gran alcance, como veremos en los diversos estudios que vamos a examinar dentro de un momento. En todos estos estudios es muy importante recordar que no hubo nada que afectase al ADN de las personas implicadas en los mismos. Su ADN no sufrió ningún cambio (ninguna mutación), y sin embargo sus historias vitales se vieron irrevocablemente alteradas en respuesta a sus entornos.
Audrey Hepburn fue una de las grandes estrellas cinematográficas del siglo XX. Esbelta, elegante y con una estructura ósea encantadoramente delicada y casi frágil, su papel como Holly Golightly en Desayuno en Tiffany’s la convirtió en un icono, incluso para aquellos que no han visto nunca esa película. Resulta asombroso pensar que esta increíble belleza fue la creación de una situación realmente terrible. Audrey Hepburn fue una de las supervivientes de un acontecimiento de la Segunda Guerra Mundial que se conoce como la “hambruna invernal holandesa”. Esta situación terminó cuando Audrey Hepburn tenía dieciséis años, pero los efectos secundarios de la misma, incluida una salud física precaria, la acompañaron durante el resto de su vida.
La Hambruna Invernal Holandesa duró desde comienzos de noviembre de 1944 a finales de la primavera de 1945. Fue un periodo tremendamente frío en Europa Occidental, lo que provocó aún más penurias en un continente que ya había sido devastado por cuatro años de guerra brutal. Y en ningún lugar fue peor que en la parte occidental de los Países Bajos, que en esa época todavía estaba bajo control alemán. Un bloqueo alemán tuvo como consecuencia una catastrófica caída en la disponibilidad de comida para la población holandesa. En un momento determinado la población estuvo tratando de sobrevivir con solo un 30 por ciento de la ingesta diaria normal de calorías. La gente comía hierba y bulbos de tulipán, y quemaba cualquier pedazo de mueble que caía en sus manos, en un desesperado intento de permanecer con vida. Más de 20.000 personas habían muerto cuando en mayo de 1945 se restableció el suministro normal de alimentos.
Las terribles privaciones de este período también dieron lugar a un importante estudio científico de la población. Los supervivientes holandeses eran un grupo bien definido de individuos, todos los cuales habían sufrido un solo período de desnutrición, y todos ellos lo habían sufrido al mismo tiempo. Debido a la existencia en Holanda de una excelente infraestructura sanitaria y de un registro de casos igualmente excelente, los epidemiólogos han podido seguir los efectos a largo plazo de la hambruna. Sus descubrimientos fueron totalmente inesperados.
Uno de los primeros aspectos estudiados fue el efecto de la hambruna en los pesos al nacer de niños que habían estado en el vientre de sus madres durante aquel terrible período. Si una madre se había alimentado normalmente durante la época de la concepción y había padecido desnutrición solo durante los últimos meses del embarazo, lo más probable era que su hijo naciese pequeño. Si, por otro lado, la madre había sufrido desnutrición solo durante los tres primeros meses del embarazo (debido a que el bebé había sido concebido hacia el final de aquel terrible episodio) y luego se había podido alimentar correctamente, lo más probable era que tuviese un hijo con un peso corporal normal. El feto “recuperaba” el peso perdido.
Todo esto parece muy sencillo, pues estamos acostumbrados a la idea de que los fetos completan la mayor parte de su desarrollo durante los últimos meses del embarazo. Pero los epidemiólogos han podido estudiar a estos grupos de niños durante varias décadas y lo que han encontrado es realmente sorprendente. Los niños que habían nacido pequeños siguieron siendo bajos durante toda su vida, con unos índices de obesidad muy inferiores a los de la población en general. Durante cuarenta o más años, estas personas tuvieron acceso a tanta comida como deseaban, y sin embargo sus cuerpos nunca llegaron a reponerse de aquel período temprano de desnutrición. ¿Por qué? ¿Cómo fue posible que estas experiencias vitales tempranas afectasen a esos individuos durante décadas? ¿Por qué no pudieron estas personas alcanzar un peso normal una vez que su entorno volvió a ser como tenía que ser?
De un modo todavía más inesperado, los niños cuyas madres habían sufrido desnutrición solo durante una fase temprana del embarazo tenían unos índices de obesidad superiores a lo normal. Estudios recientes han puesto de manifiesto una incidencia aún mayor de otros problemas de salud, incluidas determinadas pruebas de actividad mental. Aunque estos individuos parecían estar perfectamente sanos al nacer, algo había sucedido durante su desarrollo en el útero que les había afectado durante décadas. Y no era solo el hecho de que había sucedido algo importante; era igualmente importante el momento en que había sucedido. Los acontecimientos que tienen lugar durante los tres primeros meses de desarrollo, una fase en que el feto es realmente muy pequeño, pueden afectar a un individuo para el resto de su vida.
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