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Matt Ridley - Genoma

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Matt Ridley Genoma
  • Libro:
    Genoma
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1999
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1. Vida

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CROMOSOMA 1

Vida

Otras formas suplen a todas las formas que perecen,

(De uno en uno dejamos de respirar y morimos)

Como burbujas en el mar nacidas de la materia,

Se elevan, se rompen y a ese mar regresan.

ALEXANDER POPE, Ensayo sobre el hombre

E n un principio fue la palabra. La palabra convirtió al mar con su mensaje, copiándose sin cesar y para siempre. La palabra descubrió cómo reordenar las sustancias químicas a fin de captar pequeños remolinos en la corriente de la entropía y hacerlos vivir. La palabra transformó la superficie terrestre del planeta de un infierno polvoriento a un paraíso de verdor. Finalmente, la palabra floreció y se tornó suficientemente ingeniosa como para construir un artilugio pastoso llamado cerebro humano, que podía descubrir y tener conciencia de la palabra misma.

Mi artilugio pastoso se sobresalta cada vez que medito esta idea. En cuatro mil millones de años de historia terrenal, tengo la suerte de estar vivo hoy. Entre cinco millones de especies, tuve la fortuna de nacer un ser humano consciente. Entre seis mil millones de personas sobre el planeta, tuve el privilegio de nacer en el país donde se descubrió la palabra. En toda la historia, la biología y la geografía de la Tierra, nací justo cinco años después del momento, y a sólo trescientos kilómetros del lugar en el que dos miembros de mi propia especie descubrieron la estructura del ADN y con ello revelaron el secreto más grande, simple y sorprendente del universo. Búrlense de mi fervor si lo desean; considérenme un materialista ridículo por dedicarle tal entusiasmo a un acrónimo. Pero síganme en un viaje de vuelta al mismísimo origen de la vida y espero que pueda convencerles de la inmensa fascinación de la palabra.

«Como la Tierra y el océano estaban probablemente poblados de productos vegetales mucho antes de la existencia de los animales, y numerosas familias de estos animales mucho antes que otras familias de éstos, ¿podemos suponer que un mismo tipo de filamentos vivientes es y ha sido la causa de toda vida orgánica?», preguntaba el poeta y médico erudito Erasmus Darwin en 1794. Era una asombrosa conjetura para la época, no sólo por la audaz suposición de que toda vida orgánica compartía el mismo origen, sesenta y cinco años antes de la aparición del libro de su nieto sobre el tema, sino por el extraño uso de la palabra «filamentos». El secreto de la vida es, en efecto, una hebra.

Sin embargo, ¿cómo puede un filamento hacer que algo viva? La vida es algo escurridizo de definir, pero consta de dos aptitudes muy diferentes: la capacidad de replicar y la capacidad de crear orden. Las cosas vivas producen copias aproximadas de sí mismas: los conejos producen conejos, los dientes de león producen dientes de león. Sin embargo los conejos hacen más que eso. Comen hierba, la transforman en carne de conejo y de alguna manera construyen cuerpos de orden y complejidad a partir del caos aleatorio del mundo. No desafían la segunda ley de la termodinámica, que dice que en un sistema cerrado todo tiende del orden al desorden, porque los conejos no constituyen sistemas cerrados. Los conejos construyen paquetes de orden y complejidad llamados cuerpos, pero a costa de gastar grandes cantidades de energía. En palabras de Erwin Schródinger, las criaturas vivas «beben orden» del ambiente.

La clave de estos dos rasgos de la vida es la información. La capacidad de replicar se hace posible por la existencia de una receta, la información necesaria para crear un nuevo cuerpo. El óvulo fecundado de un conejo lleva las instrucciones para componer un nuevo conejo. Pero la capacidad de crear orden por medio del metabolismo también depende de la información: las instrucciones para construir y mantener el material que crea el orden. Un conejo adulto, con su capacidad tanto de reproducir como de metabolizar, está prefigurado y presupuesto en sus filamentos vivientes del mismo modo que un bizcocho está prefigurado y presupuesto en su receta. Ésta es una idea que se remonta a Aristóteles, quien dijo que el «concepto» de pollo está implícito en el huevo o que una bellota estaba literalmente «informada» por el plan de una encina. Cuando la confusa percepción de Aristóteles de la teoría de la información, enterrada bajo generaciones de química y física, resurgió en medio de los descubrimientos de la genética moderna, Max Delbruck decía en broma que se debería conceder un Premio Nobel póstumo al sabio griego por el descubrimiento del

El filamento de ADN es información, un mensaje escrito en un código de sustancias químicas, una sustancia química por cada letra. Es casi demasiado bueno para ser verdad, pero resulta que el código está escrito de una forma que podemos comprender. Al igual que el inglés escrito, el código genético es un lenguaje lineal, escrito en una línea recta. Al igual que el inglés escrito, es digital, ya que cada letra tiene la misma importancia. Además, el lenguaje del ADN es considerablemente más sencillo que el inglés, puesto que tiene un alfabeto de sólo cuatro letras conocidas convencionalmente como A, C, G y T.

Ahora que sabemos que los genes son recetas codificadas, es difícil recordar que eran pocos los que siquiera imaginaban tal posibilidad. Durante la primera mitad del siglo XX, una pregunta resonaba sin respuesta a través de la biología: ¿qué es un gen? Parecía de lo más misterioso. Volvamos, no a 1953, el año del descubrimiento de la estructura simétrica del ADN, sino diez años atrás, a 1943. En este año, aquéllos que más harán por romper el misterio, toda una década después, trabajan en otras cosas. Francis Crick trabaja en el diseño de minas navales cerca de Portsmouth. Al mismo tiempo, James Watson acaba de inscribirse como estudiante en la Universidad de Chicago a la precoz edad de quince años; está decidido a dedicar su vida a la ornitología. Maurice Wilkins ayuda a diseñar la bomba atómica en los Estados Unidos. Rosalind Franklin estudia la estructura del carbón para el gobierno británico.

En Auschwitz, en 1943, Josef Mengele tortura gemelos hasta la muerte en una parodia grotesca de investigación científica. Mengele intenta comprender la herencia, pero se comprueba que su eugenesia no es el camino hacia el aprendizaje. Los resultados de Mengele no serán de utilidad para los futuros científicos.

En Dublín, en 1943, un refugiado de Mengele y los de su calaña, el gran físico Erwin Schródinger, emprende una serie de conferencias en el Trinity College tituladas «¿Qué es la vida?». Intenta definir un problema. Sabe que los cromosomas contienen el secreto de la vida, pero no puede comprender cómo: «Son estos cromosomas… los que contienen en una especie de guion en clave toda la pauta del futuro desarrollo del individuo y de su funcionamiento en el estado maduro». El gen, dice, es demasiado pequeño como para ser algo más que una gran molécula, una revelación que inspirará a una generación de científicos, incluidos Crick, Watson, Wilkins y Franklin, para abordar lo que de repente parece un problema viable. Sin embargo, habiéndose acercado de un modo tentador a la respuesta, Schródinger da un giro. Piensa que el secreto de la capacidad de esta molécula para transportar la herencia reside en su amada teoría cuántica, y persigue esa obsesión, que resultará ser un callejón sin salida. El secreto de la vida no tiene nada que ver con los estados cuánticos. La respuesta no vendrá de la física.

En Nueva York, en 1943, un científico canadiense de sesenta y seis años, Oswald Avery, está ultimando un experimento que identificará decisivamente el

Si estamos en lo cierto, y desde luego todavía no está demostrado, entonces significa que los ácidos nucleicos [ADN] no son sólo sustancias estructuralmente importantes, sino funcionalmente activas en la determinación de las actividades bioquímicas y características específicas de las células, y que por medio de una sustancia química conocida es posible inducir cambios previsibles y hereditarios en las células. Eso es algo con lo que han soñado los genetistas desde hace mucho tiempo.

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