Annotation
Jack Goody es, sin lugar a dudas, uno de los más eminentes antropólogos de nuestro tiempo. Africanista por vocación, de talante anticonformista y carácter apasionado, responde con toda justicia a lo que el nombre de su specialidad designa: es un auténtico «conocedor del hombre». Su obra aborda un amplio espectro de cuestiones, desde el impacto de la escritura en las sociedades hasta la cultura de las flores, pasando por los vivos y los muertos, la cocina, la familia o los iconos. En esta serie de conversaciones con Pierre Emmanuel Dauzat, Goody revela al lector su pensamiento acerca de su disciplina, de sus colegas, de sus investigaciones y de su propia vida, además de mostrar su verdadera personalidad: la de un sabio de curiosidad ilimitada.
La edición original de esta obra fue publicada en 1996
por Les Belles Lettres,
con el título L'Homme, l'Écriture et la Mort.
© 1996, Les Belles Lettres.
Primera edición; enero de 1998.
© de la traducción: Doménec Bergadá Fórmente, 1998.
© de esta edición: Ediciones Península s.a., 1998.
Depósito legal: B. 48.382-1997
ISBN: 84-8307-080-4
Jack Goody
El hombre,
la escritura y la muerte
Conversación con Pierre-Emmanuel Dauzat
PRÓLOGO
Llevó su estupidez al maestro artesano: «¿Podríais
retocármela para hacer de ella una inteligencia?».
Y le respondió el maestro: «Sí, pero le quedarán rebabas».
STANISLAW JÉRZY LEC, Pensamientos despeinados
«Hay ciencias estériles y espinosas, la mayor parte de ellas forjadas por la imprenta, y deben dejarse en manos de quienes sirven al mundo», aconsejaba Montaigne antes de distinguir entre los libros que se inclinaba a apreciar, «los placenteros o fáciles, que me excitan y cosquillean o los que me consuelan y aconsejan acerca de cómo manejar mi vida y mi muerte».
Para quien haya recorrido los territorios del hombre entre Roger Caillois y E.M. Cioran, entre La edad del hombre y Tristes trópicos, el descubrimiento de la obra de Jack Goody no puede por menos que «cosquillear los sentidos (...) hasta llevarlos muy cerca de la alegría» de que nos habla Descartes en Las pasiones del alma.
Si bien Jack Goody presenta todos los síntomas del universitario, del mandarín intelectual, aunque sus obras transpiran ese impecable pedigrí requerido por las instituciones, forzoso es admitir que ha sabido dedicarles, para decirlo en los términos del autor de los Ensayos, «todo el afán necesario (...) como para mantenernos en vilo» y que sus páginas transpiran una experiencia humana poco común.
Sea cual sea el tema abordado —la escritura, los vivos y los muertos, la cocina, la cultura de las flores, la familia, el icono, etc.— tanto sus ensayos como sus compilaciones lo mismo buscan al especialista que al aficionado ilustrado, a quien cada uno de sus libros le abre las puertas de una biblioteca entera. (Menudo retrato hubiese podido hacer Borges de ese peculiar enciclopedismo.)
De hecho, y para hablar en los términos de Eckermann, «si se consideran mis orígenes y la insuficiencia de mis estudios», la idea de las conversaciones con Goody sólo podía nacer de una admiración jamás desmentida desde que descubrí Death, property and ancestors, texto que me hizo entender la afirmación de Auguste Comte de que «el mundo está hecho más de muertos que de vivos». Después vino, en 1979, la aparición en francés de La razón gráfica, muy pronto convertido en Francia en una especie de «libro de culto», con todo lo que esto significa de malentendidos y aproximaciones. Más recientemente, la traducción de La cultura de las flores habrá desconcertado una vez más a sus lectores, al tiempo que le acercaba a un nuevo público.
En los últimos quince años los lectores británicos han tenido acceso a una verdadera avalancha de ensayos de todo tipo, material del que los franceses sólo tienen por el momento un pálido reflejo. Lo cierto es que, a pesar de la traducción de siete de sus ensayos, de su colaboración en los Annales, de los muy fundados elogios que le prodigara G. Duby en el prefacio a su Évolution de la famille et du mariage en Europe, de sus contribuciones a diversas obras colectivas y de sus numerosas conferencias, la obra de Jack Goody sigue siendo relativamente mal conocida entre el público galo. Peor aún, su obra seminal, como dicen los anglosajones, su monografía sobre los lodagaa, que de hecho constituye un análisis magistral de las relaciones entre la muerte y la formación del capital, sigue inédita entre nosotros.
La dificultad esencial de las entrevistas era, pues, invitar al lector a que entrase en conversación con un antropólogo buena parte de cuya obra sigue siendo inaccesible en lengua francesa. ¿Cabe imaginar un Lévi-Strauss sin Las estructuras elementales del parentesco, un Evans-Pritchard sin Los nuer o un Michel Leiris sin El África fantasma? Por tanto, no he tratado en ningún momento de «resumir resúmenes de resúmenes». Nada puede reemplazar la lectura de las obras, por difíciles que resulten en un principio, aunque sólo fuese por razones lingüísticas.
Mi intención ha sido más bien descubrir cómo alguien se convierte en antropólogo, ver «cómo se escribe la antropología», adivinar la lógica de una investigación, examinar de qué estupefacciones se alimenta, captar cómo este oficio de «observador del hombre» que es el trabajo del antropólogo se relaciona con experiencias concretas, personales. Una confidencia de Jack Goody sobre su experiencia en campos de concentración durante la segunda guerra mundial me puso, por así decirlo, la mosca detrás de la oreja. En una entrevista aparecida en la revista Le Débat, Goody explicaba cómo la falta de libros, por primera vez en su vida, le había llevado a reflexionar sobre «la escritura y sus consecuencias». Y no ha sido poco el provecho que logró extraer de dicha interrogación, desde La razón gráfica a Entre la oralidad y la escritura pasando por La lógica de la escritura.
La naturaleza de las páginas que siguen —¿hará falta decirlo?— se resiente de modo inevitable de las lagunas del entrevistado así como de sus ideas preconcebidas y de sus dilecciones. Más de uno familiarizado con la obra de Goody se sorprenderá del poco espacio que aquí se dedica a la familia o al desarrollo económico, así como a otros tantos temas que, en mi opinión, se ajustaban con dificultad al formato escogido. Temía, como hubiese dicho Montaigne, dar excesivo vuelo a mis futilidades derramándolas en el molde de preguntas para las que me faltaba preparación. En revancha, mis entrevistas otorgan a la historia de la antropología, al tema de los vivos y los muertos o al bagre un peso que quizá sorprenda a los menos informados de su obra global.
Pero ignorar capítulos enteros de su trabajo en beneficio de dos o tres temas centrales no me parece un error imperdonable. Hace algunos años Esther Goody, su esposa y colaboradora, convivió durante algún tiempo entre los lobirifor, un grupo bastante próximo a los lodagaa, la tribu del noroeste de Ghana sobre la que tanto había trabajado Jack Goody. A su llegada, le presentaron la comunidad del siguiente modo: «Nosotros, los birifor, colocamos por encima de todo los funerales y nuestro bagre». Evocando este episodio, Goody creyó comprender entonces que no había perdido el tiempo centrándose en estos dos aspectos de la sociedad y que su elección no había sido un simple fruto del azar.
Esta confesión a modo de balance de cerca de cuarenta años de investigación seguro que me ha dictado más de una pregunta. Pero, más allá de los temas evocados en las páginas que siguen, el proyecto ha perseguido, sin herir el pudor de Goody, descubrir una trayectoria a través de sus obras, un estilo, un hombre. En otras palabras, seguir a Goody en sus excursiones antropológicas.