Akal / Universitaria / Serie Interdisciplinar / 313
Director de la serie: José Carlos Bermejo Barrera
Jack Goody
Historia de la guerra
Traducción: Raquel Vázquez Ramil
Diseño de portada
RAG
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Título original
The Theft of History
© Jack Goody, 2006
Publicado originalmente por Cambridge University Press, 2006
© Ediciones Akal, S. A., 2011
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-3984-6
Para Juliet
«En muchas ocasiones las generalizaciones de las ciencias sociales –y esto es aplicable tanto a Asia como a Occidente– parten de la creencia de que Occidente ocupa la posición de salida obligada en la construcción del conocimiento general. Los conceptos de casi todas nuestras categorías (política y economía, Estado y sociedad, feudalismo y capitalismo) se han erigido fundamentalmente sobre la base de la experiencia histórica occidental»
(Blue y Brook, 1999)
«Hay que aceptar de momento el dominio euro-americano del mundo académico como una desagradable aunque ineludible contrapartida al desarrollo paralelo del poder material y de los recursos intelectuales del mundo occidental. Pero debemos admitir sus peligros y los constantes esfuerzos que se hacen por superarlos. La antropología es un vehículo adecuado para ello…»
(Southall, 1998)
Agradecimientos
He presentado versiones de capítulos de este libro en diversos congresos: sobre Norbert Elias en Maguncia y en Montreal; sobre Braudel (y Weber) en Berlín, y sobre valores en un congreso de la UNESCO en Alejandría; desde un punto de vista más general sobre el tema de la historia del mundo en el Seminario de Historia Comparativa de Londres; sobre el amor en un congreso organizado por Luisa Passerini, en el Departamento de la India de la Universidad John Hopkins de Washington, en la Universidad Americana de Beirut, en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, y de forma detallada en el Programa de Estudios Culturales de la Universidad Bilgi de Estambul.
Introducción
El título «robo de la historia» alude a la apropiación de la historia por parte de Occidente. Es decir, el pasado se conceptualiza y presenta según lo que ocurrió a escala provincial en Europa, casi siempre en la Europa occidental, y que luego se impuso al resto del mundo. El continente europeo presume de haber inventado una serie de instituciones portadoras de valores como la «democracia», el «capitalismo» mercantil, la libertad y el individualismo. Sin embargo, estas instituciones existen también en otras muchas sociedades humanas. Entiendo que lo mismo ocurre con ciertas emociones como el amor (o el amor romántico), cuyo origen se ha situado casi siempre en Europa en el siglo xii y que se han vinculado de modo intrínseco a la modernización de Occidente (la familia urbana, por ejemplo).
Esto resulta evidente en el relato que nos ofrece el distinguido historiador Trevor-Roper en su libro The rise of Christian Europe . Trevor-Roper subraya los destacados progresos de Europa desde el Renacimiento (aunque algunos historiadores comparativos no reconocen dicha superioridad hasta el siglo xix ). Y considera que tales progresos fueron obra exclusiva del continente europeo. La superioridad podría ser temporal, pero Trevor-Roper afirma:
Los nuevos gobernantes del mundo, sean quienes sean, heredarán una situación construida por Europa y sólo por Europa. Son las técnicas europeas, los ejemplos europeos, las ideas europeas las que han arrancado al mundo no europeo de su pasado: de la barbarie en África; de una civilización mucho más antigua, lenta y majestuosa en Asia; y la historia del mundo, durante los últimos cinco siglos, ha sido historia europea en todos los aspectos realmente significativos. No creo que tengamos que disculparnos porque nuestro estudio de la historia sea eurocéntrico.
Trevor-Roper define así el trabajo del historiador: «Para comprobarla [su filosofía] todo historiador debe empezar por viajar al extranjero, incluso a países hostiles». Opino que Trevor-Roper no ha viajado fuera de Europa, ni conceptual ni empíricamente. Más aún, aunque admite que los progresos concretos comenzaron en el Renacimiento, adopta un enfoque esencialista que atribuye dichos progresos a que la cristiandad tenía «en sí misma las fuentes de una nueva y enorme vitalidad». Algunos historiadores tal vez consideren a Trevor-Roper un caso extremo, pero como pretendo demostrar, hay otras muchas versiones sutiles de tendencias similares que atañen a la historia de ambos continentes y del mundo.
Tras varios años viviendo entre «tribus» africanas y en un reino de Ghana, comencé a cuestionar una serie de pretensiones de los europeos en las que se arrogaban el «invento» de formas de gobierno (como la democracia), de formas de parentesco (como la familia nuclear), de formas de intercambio (como el mercado), y de formas de justicia, que al menos en fase embrionaria se encontraban ampliamente representadas en muchos otros lugares. Estas pretensiones se plasman en la historia, tanto en la disciplina académica como en el discurso popular. Evidentemente, se han producido grandes logros en Europa en los últimos tiempos y debemos tenerlos en cuenta. Pero por lo general deben mucho a otras culturas urbanas, como la de China. Por otro lado, la divergencia entre Occidente y Oriente, tanto económica como intelectual, es relativamente reciente y quizá sea transitoria. Sin embargo, muchos historiadores europeos han considerado que la trayectoria del continente asiático, y por extensión la del resto del mundo, viene determinada por un proceso de desarrollo muy distinto (caracterizado por el «despotismo asiático» para las tendencias extremas) que se opone a mi comprensión de otras culturas y de la arqueología primitiva (antes y después de la escritura). Uno de los objetivos de este libro es afrontar estas evidentes contradicciones reexaminando la forma en que los historiadores europeos han interpretado los cambios básicos de la sociedad desde la Edad del Bronce, aproximadamente en el año 3000 a.C. Con esta idea volví a leer y a repasar, entre otras, las obras de historiadores a quienes tributo gran admiración: Braudel, Anderson, Laslett y Finley.
El resultado es fundamental para entender la forma en que estos escritores, incluyendo a Marx y Weber, han abordado la historia del mundo. Por tanto, he procurado introducir una perspectiva más amplia y comparativa en debates como el de las características comunales e individuales de la vida humana, las actividades mercantiles y no mercantiles, la democracia y la «tiranía». Se trata de aspectos en los que los investigadores occidentales han definido el problema de la historia cultural dentro un marco limitado. Sin embargo, cuando abordamos la Antigüedad y el desarrollo inicial de Occidente, una cosa es despreciar las sociedades primitivas («¿a pequeña escala?») en las que se especializan los antropólogos. Pero el desprecio de las grandes civilizaciones de Asia o, alternativamente, su catalogación como «Estados asiáticos», es un asunto mucho más grave que exige un replanteamiento no sólo de la historia de Asia, sino también de la de Europa. Según el historiador Trevor-Roper, Ibn Jaldún consideró la civilización de Oriente mucho más asentada que la de Occidente. Los orientales tenían «una civilización sólida, con raíces tan profundas, que podría sobrevivir a sucesivas conquistas». Casi ningún historiador europeo comparte esta idea.
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