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Kirstin Downey - Isabel. La reina guerrera

Aquí puedes leer online Kirstin Downey - Isabel. La reina guerrera texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2017, Editor: Espasa, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Isabel. La reina guerrera
  • Autor:
  • Editor:
    Espasa
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  • Año:
    2017
  • Ciudad:
    Barcelona
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Isabel. La reina guerrera: resumen, descripción y anotación

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Para Laura Gregg Roa, que se sentó conmigo en el malecón de Coco Solo, Panamá, para soñar con barcos veleros y tierras lejanas, y con la reina que envió al explorador hasta nuestras costas.

(1957-2009)

P RÓLOGO

En un castillo sobre un promontorio escarpado desde el que se divisaban las planicies barridas por el viento de la España del centro-norte, una esbelta princesa pelirroja ponía fin a los preparativos de una ceremonia que llevaría a su nación —que ya se dirigía hacia la anarquía— a una verdadera guerra civil.

Su nombre era Isabel y acababa de saber que su hermano mayor, el rey Enrique —conocido como Enrique el Impotente, nombre que simbolizaba tanto sus fracasos administrativos como sexuales—, había muerto.

La lasciva y joven esposa del rey Enrique, que había dedicado su tiempo a conceder sus favores a los demás caballeros de la corte, había tenido una hija, pero eran muchos los que dudaban de que el rey fuera realmente el padre. Isabel había decidido poner fin a la controversia sobre la sucesión coronándose reina. En definitiva, aquella mujer de veintitrés años estaba orquestando un golpe de Estado.

Ninguna mujer había gobernado los reinos unidos de Castilla y León, el territorio más grande de la península Ibérica, en más de doscientos años. En las excepcionales ocasiones en las que habían reinado mujeres, habían sido normalmente como regentes de un hijo que era demasiado joven como para gobernar. Isabel tenía un marido, Fernando, que era el heredero del vecino reino de Aragón, pero se encontraba de viaje cuando llegó la noticia de la muerte de Enrique, por lo que decidió coger la iniciativa. Tomaría la corona para ella sola.

Aquella heladora mañana de diciembre de 1474, Isabel añadió los últimos toques a un conjunto que había sido diseñado aposta para impresionar a los asistentes con su esplendor y su majestuosa grandiosidad. Se puso un elegante vestido con joyas incrustadas. Un rubí rojo oscuro resplandecía en su cuello.

Los testigos, que ya estaban acostumbrados al boato, se quedaban ahora boquiabiertos ante una nueva visión. Por orden de Isabel, un oficial de la corte caminaba delante de su caballo sosteniendo en alto una espada desenfundada, con su hoja desnuda apuntando directamente hacia el cénit, un antiguo símbolo del derecho a hacer cumplir la justicia. Se trataba de un dramático gesto de advertencia que simbolizaba la intención de Isabel de hacerse con el poder y utilizarlo con contundencia.

Como si no hubiese nada fuera de lo común, Isabel tomó asiento en una plataforma en la plaza. Colocaron una corona de plata sobre su cabeza. Entre vítores de la muchedumbre, Isabel fue proclamada reina. A continuación, se dirigió a la catedral de Segovia. Se postró para rezar ante el altar dando las gracias e implorando a Dios que la ayudara a gobernar con prudencia y sabiduría. Veía que la tarea que tenía por delante era titánica, pues creía que la Cristiandad se encontraba en peligro de muerte.

Los turcos otomanos avanzaban por el este y sur de Europa. Los musulmanes mantenían una posición afianzada en el reino andaluz de Granada e Isabel y otros temían que supusiera una cabeza de puente para adentrarse en el resto de España. Varios papas consecutivos habían suplicado en vano que llegara algún jefe militar de mirada penetrante, un guerrero leal, que diera un paso adelante para neutralizar la amenaza. Sin embargo, era una mujer joven, madre de una hija pequeña, la que enarbolaba el estandarte.

Los medios de los que se había servido eran efectivos, pero crueles. Durante los siglos futuros, los historiadores analizarían el sentido de su vida: ¿era una santa? ¿O había sido satánica?

Sin embargo, bajo el sol de Segovia, aquella tarde de invierno no mostró indicio alguno de temor profundo de su alma de que Dios estaba de su lado y de que quería que ella reinara. Las dudas vendrían mucho después.

1
U N NACIMIENTO SIN FANFARRIA

A lo largo de la mayor parte de la historia de España, y especialmente en la Edad Media, cuando los linajes determinaban quién gobernaría, el nacimiento de un príncipe o una princesa en Castilla era motivo de júbilo nacional. La llegada del bebé era esperada con emoción y, a menudo, contemplada de cerca por las familias más importantes de la nación, que competían por el derecho a asistir al parto. Se organizaban fiestas en las calles, se intercambiaban regalos y el bautismo del niño era una celebración especialmente importante.

Pero cuando Isabel, hija del rey Juan II, llegó a este mundo a finales de abril de 1451, no sucedió así. Castilla contaba ya con un heredero varón, el hermanastro mayor de Isabel, Enrique, nacido de la primera esposa de Juan, y la sucesión parecía asegurada. El príncipe Enrique tenía veintiséis años, estaba casado y ya tenía su propia corte. Los hijos de Enrique, cuando llegaran, gobernarían supuestamente cuando este muriera.

La madre de Isabel, que tenía veintitrés años, era la segunda esposa del rey Juan, que no estaba presente cuando nació la niña. Isabel nació un jueves por la tarde «en la pequeña alcoba de Isabel, igual que su madre y su abuela. La niña era, por tanto, medio portuguesa. Entre las familias gobernantes de Iberia, ya fueran portuguesas, castellanas o aragonesas, existía la costumbre arraigada de llamar a los niños como a sus abuelos. De esta forma, a Isabel se le puso el nombre del lado portugués de la familia.

Varios días después de que su esposa diera a luz, el rey Juan envió.

Los archiveros tampoco están seguros de dónde se bautizó a la niña. Los bautizos reales solían tener una importancia tanto política como religiosa. El bautizo de un heredero del trono se realizaba generalmente con ceremonioso esplendor en alguna de las más elegantes catedrales del reino. Sin embargo, no existen crónicas que informen de la asistencia del rey a la ceremonia. Probablemente tuvo lugar en Madrigal, en la iglesia de San Nicolás. El hecho de que nadie sepa dónde fue bautizada Isabel subraya la falta de interés general por la llegada de este bebé.

El nacimiento de Isabel supuso en muchos sentidos casi una distracción, pues sus padres estaban preocupados por las intrigas políticas que les rodeaban. Su padre se acercaba a una amarga pudiera correr algún riesgo si se consideraba que sus actos ponían en peligro la fuerte influencia de Álvaro de Luna sobre su esposo y su administración.

Quizá creía que no tenía otra elección. Las circunstancias de la joven reina esposa de Juan habían sido precarias desde el comienzo. Le había resultado difícil ganarse el corazón del rey. Juan había preferido tomar como segunda esposa a. Negoció las condiciones del matrimonio sin informar a Juan, y el rey se ofendió cuando supo que no podría dar su opinión al respecto. La disconformidad del rey había sido bien sabida en el seno de la corte.

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