William Th. Walsh
Isabel
de
España
PALABRA
© by Sheed & Ward, 1931
© by Ediciones Palabra, S.A. 2013
Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39
www.palabra.es
epalsa@palabra.es
La versión original de este libro apareció en Sheed & Ward, con el título:
ISABELLA OF SPAIN
Traducción
Gloria Esteban Villar
Ilustración de portada:
Isabel la Católica,
de Luis de Madrazo (1825-1897)
Fotografía:
Oronoz
Diseño de cubierta: José Luis Saura
Diseño de ePub: Erick Castillo Avila
ISBN: 978-84-9840-974-1
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares de Copyright.
A MI PADRE
EN AGRADECIDA MEMORIA
PRESENTACIÓN
Para comprender la Historia e interpretarla correctamente, es necesario conocer bien todas las circunstancias que rodean los hechos y penetrar en la mentalidad de los hombres que fueron sus protagonistas, entendiendo su escala de valores y sus ideales. No debemos aplicar a cualquier época pasada nuestros criterios actuales, aunque, por supuesto, comprender no significa aprobar sin restricciones cuanto hicieron los hombres del pasado. Tampoco sería objetivo condenarlo todo, sin tener en cuenta que nadie consigue estar por encima de las ideas de su tiempo, siempre influyentes en los juicios y opiniones.
Los Reyes Católicos no están hoy de moda: el establecimiento de la Inquisición y la expulsión de los judíos son, para muchos, negros lunares que empañan su memoria. Incluso el haber ayudado a Colón e iniciado la colonización española en las Antillas, se consideran también como hechos reprobables. Precisamente por todo esto merece la pena que fijemos nuestra atención en una época crucial de nuestra Historia, oyendo no sólo el juicio negativo de sus detractores, sino el parecer de quienes sostienen otras opiniones.
El autor de este libro es un hispanista católico norteamericano, ya fallecido, que fue periodista en su juventud y luego profesor. W. Th. Walsh se sintió pronto atraído por la Historia de España, y en 1930 publicó en inglés la obra que ahora presentamos, traducida al francés en 1932, antes de que apareciera la primera edición castellana (Burgos, 1937), a la que siguieron tres, en el espacio de dos años. Buena prueba de su éxito. Una versión alemana apareció en 1938.
A Isabel de España siguió otro libro de Walsh sobre Felipe II aparecido en 1938, que ha tenido seis ediciones castellanas, la última en 1968. El autor se ha ocupado también de Santa Teresa de Ávila y de diversos personajes de la Inquisición española.
Aunque enmarcada cronológicamente por el nacimiento y la muerte de Isabel, esta obra es mucho más que una biografía, pues en ella se nos ofrece un completo resumen de la época. En los primeros capítulos W. Th. Walsh describe la situación de Castilla en el triste reinado de Enrique IV, en el que discurren la infancia y la primera juventud de Isabel, marcadas por la compañía de una madre melancólica y depresiva. Por contraste, ella fue siempre de carácter firme, como lo demostró muy pronto, cuando su hermanastro Enrique trató de obligarla a casarse con don Pedro Girón, un hombre mucho mayor que ella, y hacia el que no se sentía atraída.
En la corrompida corte de Enrique IV, Isabel y su hermano menor Alfonso supieron mantenerse incontaminados, aunque doña Juana, la esposa del rey, intentó que siguieran las malas costumbres imperantes. Circunstancias que unos consideran fortuitas y otros providenciales, hicieron que Isabel llegara a ceñir la Corona de Castilla. La supuesta heredera de Enrique era llamada Juana la Beltraneja, en clara alusión a que su padre había sido Beltrán de la Cueva; ello unido al descontento general determinó que un poderoso grupo de nobles proclamara rey en Ávila al hermano de Isabel que entonces contaba doce años, y cuya repentina muerte dejó en primer plano a la joven princesa, que no quiso luchar contra su hermanastro y rehusó el trono que le ofrecían quienes habían proclamado a don Alfonso.
Las aventuras de Isabel y las románticas circunstancias que rodearon su matrimonio con Fernando, hijo de Juan II de Aragón, han inspirado más de una obra literaria. Fue éste un enlace en el que se fundieron venturosamente el amor y la razón de Estado, aunque no faltaron entre ellos algunas desavenencias, la primera cuando el rey pretendió asumir el gobierno de Castilla, por ser varón. Ella supo poner las cosas en su sitio y mantener sus prerrogativas, hechos que probablemente desconocen muchas feministas de hoy. Después ambos marcharon siempre de común acuerdo en el gobierno de sus reinos, aunque hubiera a veces divergencias de criterio en ciertas cuestiones.
Muerto Enrique IV, Isabel, a los veintitrés años, recibió la Corona castellana para reinar sobre un pueblo empobrecido, con una nobleza díscola y acostumbrada a prescindir de la autoridad real. Combinando dulzura y energía, la joven Reina fue dominando al estamento noble y conquistando para su leal servicio a hombres como el marqués de Cádiz, el duque de Medinasidonia y otros muchos, que fueron pronto piezas clave en la lucha contra los moros de Granada.
Supo también administrar justicia con mano firme, sin que le temblara el pulso para firmar sentencias de muerte, cuando correspondía de acuerdo con las normas penales de la época. Famosos fueron sus juicios en Sevilla, ciudad que estaba sumida en la anarquía. Cumpliendo la que era entonces primera obligación de los reyes, se sentaba a diario en el tribunal para oír con toda atención las quejas de sus más humildes vasallos y sentenciar lo que ella creía justo. Así pacificó el Reino, en cuyas ciudades y caminos no existía la menor seguridad porque estaba todo a merced de los malhechores. La creación de la Santa Hermandad culminó esta obra, y Castilla empezó a prosperar, lo que permitió a Isabel pensar en la guerra contra el Reino de Granada, último reducto musulmán en España. Quería ella terminar la obra comenzada por don Pelayo, arrojando de la Península a los invasores.
En los reinos castellanos abundaban también los judíos, declarados u ocultos, pues muchos se fingían cristianos pero seguían profesando en secreto la ley mosaica. Hoy blasonamos de tolerancia, aunque ello no impide que veamos a diario brotes de xenofobia, en los que suele mezclarse un componente religioso. En la época de Isabel se consideraba generalmente la herejía como delito político, porque se pensaba que las diferencias religiosas atentaban contra la unidad del Estado. Por otra parte, los judíos eran odiados por el pueblo de tal modo que las medidas contra ellos, incluso su expulsión, fueron populares.
El autor nos da también una amplia visión de la política europea de los Reyes Católicos, que Isabel dejó en manos de su esposo, exceptuando lo relativo a los matrimonios de sus hijos, de los que ella, como buena madre no podía desentenderse. Los grandes proyectos que ambos soñaron se vieron una y otra vez truncados por la muerte, que fue destruyendo sus planes y causando heridas profundas en el ánimo de la Reina, a la vez que su cuerpo vigoroso se rendía, aunque el espíritu se mantuvo firme hasta el final.
Walsh va narrando los hechos por orden cronológico, pero a la vez sabe exponer con claridad cada proceso histórico, insertándolo en su lugar, con lo que el lector adquiere una buena visión de lo que sucedió en el medio siglo largo que duró la vida de la reina Isabel, en cuyo tiempo ocurren acontecimientos esenciales para la Historia de España y del mundo.
Página siguiente