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Jim BUTCHER - La furia del cursor

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Jim BUTCHER La furia del cursor

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Título original: Cursor’s Fury.

© Jim Butcher, 2006.

© del mapa: Priscilla Spencer, 2004.

© de la traducción: Francisco García Lorenzana, 2014.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2014.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: OEBO665

ISBN: 978-84-9056-219-2

Composición digital: Víctor Igual, S. L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice
PRÓLOGO Los hombres planean El destino se ríe DE LOS ESCRITOS DE GAIUS - photo 1
PRÓLOGO

Los hombres planean.

El destino se ríe.

DE LOS ESCRITOS DE GAIUS QUARTUS

PRIMER SEÑOR DE ALERA

Tavi formó una torre con los dedos y se quedó mirando el tablero de ludus . Las casillas blancas y negras se disponían en filas de once por once, y las figuritas de plomo pintadas también en blanco y negro se disponían encima de ellas en formación. Un segundo tablero, de cinco por cinco casillas, descansaba sobre una pequeña varilla de metal, cuyo centro encajaba con el punto central del tablero inferior. Las bajas de guerra se encontraban en la mesa situada junto al tablero.

Ya se había llegado al ecuador de la partida y las piezas se estaban acercando al punto en el que habría que realizar intercambios y sacrificios que conducirían a su final. Esa era la naturaleza del ludus . Las legiones negras de Tavi habían sufrido más pérdidas que las de su oponente, pero disfrutaba de una posición fuerte. Sus perspectivas de victoria eran excelentes, siempre que consiguiera que el juego se desarrollara a su favor y su oponente no estuviera disponiendo algún tipo de trampa muy astuta que Tavi hubiera pasado por alto.

Tomó uno de sus señores y levantó la pieza hacia el tablero superior, que representaba los cielos por encima del campo de batalla, con lo que aumentaba la presión sobre las posiciones asediadas de las tropas del enemigo blanco.

Su oponente dejó escapar un gemido relajado que parecía el gruñido de un depredador grande y somnoliento. Tavi sabía que aquel sonido indicaba la misma emoción que una risita divertida habría mostrado en un ser humano, pero no olvidó ni por un segundo que su oponente no era humano.

El cane era una criatura enorme; superaba los dos metros y medio cuando se ponía de pie. Tenía un pelaje oscuro y denso, que formaba un abrigo basto y pesado que le cubría todo el cuerpo, excepto las manos, que eran como garras, y las zonas donde se podía ver el tejido nudoso de las cicatrices que recorrían la piel por debajo del pelo. La cabeza era la de un lobo enorme, aunque un poco más ancha y corta: tenía el morro coronado por una nariz amplia y negra, y una mandíbula llena de dientes blancos y afilados. Las orejas triangulares estaban erguidas e inclinadas hacia delante, concentradas en el tablero de ludus . La cola ancha se movía de un lado a otro, marcando la reflexión intensa e inquieta, y los ojos escarlata y dorados estaban entrecerrados. El cane olía como ninguna otra cosa con la que Tavi se hubiera encontrado nunca, almizclado, húmedo, oscuro y algo parecido a metal y óxido, aunque hacía dos años que le habían retirado las armas y la armadura al cane.

Varg estaba sentado sobre las patas traseras frente a Tavi, al otro lado del tablero, porque había desdeñado la silla. Aun así, los ojos del cane se ubicaban casi medio metro por encima de los del joven. Estaban sentados en una habitación amueblada con sencillez en la Torre Gris, la prisión impenetrable y a prueba de fugas de Alera Imperia.

Tavi se permitió una sonrisita. «Casi impenetrable... y de la que no es imposible escapar».

Como siempre, los recuerdos de los acontecimientos de Final del Invierno de hacía dos años llenaban a Tavi con la oleada habitual de orgullo, humillación y tristeza. Aun después de tanto tiempo, los monstruos aulladores y ríos de sangre seguían visitándolo en sueños.

Se obligó a abandonar los recuerdos de remordimientos dolorosos.

—¿Qué es lo que te parece tan divertido? —le preguntó al cane.

—Tú —respondió Varg sin levantar la vista del tablero de ludus . La voz del cane era lenta y baja, como si masticara unas palabras que su boca y sus colmillos pronunciaban de manera extraña—. Agresivo.

—Así es como se gana —replicó Tavi.

Varg alargó una pesada mano y empujó la figura de un Gran Señor blanco con una garra larga y afilada. El movimiento contrarrestaba el que acababa de realizar Tavi hacia el tablero del cielo.

—La victoria es algo más que ferocidad.

Tavi empujó hacia delante la figura de un legionare y juzgó que le faltaba muy poco tiempo para iniciar el asalto.

—¿Cómo es eso?

—Debe estar controlada por la disciplina. La ferocidad es inútil, a menos que se utilice en el lugar adecuado... —Varg levantó la mano y retiró la figura de un estatúder del tablero superior, capturando al legionare. Después se retiró del tablero y cruzó las manos— y en el momento oportuno.

Tavi frunció el ceño hacia el tablero. Había previsto que el cane realizara aquel movimiento, pero lo había considerado demasiado heterodoxo y poco práctico como para preocuparse por él. Pero las sutiles maniobras del juego habían alterado el equilibrio de poder en ese punto del tablero de ludus .

Tavi pensó en cómo responder, consideró inútiles las dos primeras posibilidades y las descartó. Entonces descubrió, para su desesperación, que a duras penas podría aceptar la siguiente docena de opciones. Los intercambios tardarían unos veinte movimientos en dejar al cane y a sus fuerzas con superioridad numérica sobre el tablero de ludus , lo que le permitiría perseguir y capturar a placer al Primer Señor de Tavi.

—Cuervos —exclamó el muchacho en voz baja.

Varg despegó los negros labios de los dientes blancos; imitaba una sonrisa alerana, aunque ningún alerano podría tener nunca un aspecto tan... descaradamente carnívoro.

Tavi negó con un gesto, sin dejar de ponderar sus posibilidades sobre el tablero de juego.

—Llevo jugando al ludus con vos casi dos años, señor. Creía que había captado bastante bien vuestras tácticas.

—Algunas —asintió Varg—. Aprendes deprisa.

—No estoy tan seguro —replicó Tavi con tono seco—. ¿Qué se supone que estoy aprendiendo?

—Mi mente —contestó Varg.

—¿Por qué?

—Conoce a tu enemigo. Conócete a ti mismo. Solo entonces podrás lograr la victoria.

Tavi ladeó la cabeza hacia Varg y arqueó una ceja sin decir nada.

El cane mostró más dientes.

—¿No resulta obvio? Estamos en guerra, alerano —le explicó, sin dejar traslucir ningún rencor, pese a su pronunciación inquietante. Movió una garra hacia el tablero de ludus —. Por ahora la guerra es cortés. Pero no se trata de un simple juego. Nos medimos el uno contra el otro. Nos estudiamos el uno al otro.

Tavi levantó la mirada y le frunció el ceño al cane.

—De manera que sepamos cómo matarnos cuando llegue el día —comentó.

Varg dejó que su silencio expresase su asentimiento.

En cierto modo, a Tavi le gustaba Varg. El antiguo embajador siempre había sido honrado, al menos en su trato con Tavi, y el cane se atenía a un sentido del honor sombrío pero rígido. Desde su primer encuentro, Varg había tratado a Tavi con una mezcla de respeto y diversión. En sus partidas con Varg, Tavi había dado por hecho que el conocerse mejor conduciría a una especie de amistad.

Varg no estaba de acuerdo.

A Tavi le tranquilizó aquel pensamiento al menos durante cinco segundos. Pero después lo asustó hasta los tuétanos. El cane era lo que era. Un asesino. Si cortarle el cuello a Tavi le resultaba de utilidad para su honor y sus objetivos, no dudaría ni un instante en hacerlo, pero se contentaba con mostrar una tolerancia cortés hasta que llegase el momento de reanudar la guerra abierta.

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