NOTA DEL AUTOR
El motivo de escribir este libro no puede ser más evidente. Con la investidura de Donald Trump, el 20 de enero del 2017, Estados Unidos entró en el ojo de la tormenta política más extraordinaria desde, como mínimo, el Watergate. Según se acercaba el día, me dispuse a contar esta historia de la forma más contemporánea posible, e intenté ver la vida en la Casa Blanca de Trump a través de los ojos de las personas más cercanas a esta.
Inicialmente lo concebí como un relato de los primeros cien días de la Administración de Trump, el indicador más tradicional de una presidencia. Pero los acontecimientos se dispararon sin respiro durante más de doscientos días; el telón del primer acto de la presidencia de Trump tan solo descendió con el nombramiento del general retirado John Kelly como jefe de gabinete, a finales de julio, y con la salida del estratega jefe Stephen K. Bannon, tres semanas después.
Los sucesos que he narrado en estas páginas se basan en conversaciones que tuvieron lugar a lo largo de un período de dieciocho meses con el presidente, con la mayoría de los altos funcionarios —algunos de ellos hablaron conmigo docenas de veces— y con mucha más gente con la que habían hablado los anteriores. La primera entrevista tuvo lugar mucho antes de que me pudiera haber imaginado una Casa Blanca de Trump (y, mucho menos, escribir un libro sobre ello), a finales de mayo del 2016, en la residencia de Trump en Beverly Hills; el entonces candidato se vació medio litro de Häagen-Dazs de vainilla al tiempo que opinaba alegre y despreocupadamente sobre una serie de temas, mientras que sus ayudantes, Hope Hicks, Corey Lewandowski y Jared Kushner, entraban y salían de la sala. Las conversaciones con miembros de su equipo de campaña prosiguieron durante la Convención Republicana en Cleveland, cuando aún era difícil siquiera imaginarse que Trump pudiera ser elegido. Se desplazaron a la Torre Trump con un voluble Steve Bannon, antes de la elección, cuando Trump seguía pareciendo una rareza entretenida, y también más tarde, después de la elección, cuando pareció un hacedor de milagros.
Poco después del 20 de enero, ocupé algo así como un asiento semipermanente en el sofá del ala oeste. Desde entonces he realizado más de doscientas entrevistas.
Aunque la Administración de Trump ha convertido virtualmente la hostilidad hacia la prensa en una norma, también se ha mostrado más abierta hacia los medios que cualquier Casa Blanca reciente que recordemos. Al principio, aspiraba a cierto nivel de acceso a esta Casa Blanca, algún estatus tipo «mosca en la pared». El propio presidente alentó esa idea. Pero, debido a los numerosos feudos en la Casa Blanca de Trump que entraron en conflicto abierto durante los primeros días de la Administración, parecía que no había ninguna persona capaz de hacerlo realidad. Por otro lado, tampoco había nadie para decirme «márchate». De modo que me convertí más en un intruso constante que en un invitado —algo bastante cercano a una auténtica mosca en la pared—, sin haber aceptado ninguna regla ni hecho ninguna promesa sobre lo que podía o no podía escribir.
Muchos de los relatos sobre lo que ha ocurrido en la Casa Blanca de Trump se contradicen unos con otros; muchos, a la manera trumpiana, son lisa y llanamente mentira. Estas contradicciones y esta ligereza con la verdad —si no con la realidad misma— son un hilo elemental de este libro. En algunas ocasiones he dejado que los participantes den su propia versión, por lo que corresponderá al lector juzgarla. Otras veces, debido a la consistencia de las historias y mediante fuentes en las que he llegado a confiar, he mostrado la versión de los hechos que creo que es cierta.
Muchas de mis fuentes me han hablado en un contexto de lo que se podría llamar «comentarios muy aparte», una práctica habitual en los libros políticos contemporáneos que permite mostrar una descripción incorpórea de sucesos proporcionada por un testigo anónimo. También me he apoyado en entrevistas extraoficiales, permitiendo a algunas fuentes proporcionarme citas directas con el entendimiento de que no nombraré su autoría. Otras fuentes hablaron conmigo con la condición de que el material de las entrevistas no se haría público antes de que se publicase el libro. Por último, algunas fuentes hablaron directamente de manera oficial.
Al mismo tiempo, merece la pena señalar algunos de los dilemas periodísticos a los que me he enfrentado mientras trataba con la Administración de Trump, muchos de ellos consecuencia de la ausencia de procedimientos oficiales en la Casa Blanca y de la falta de experiencia de los responsables. Estos dilemas han incluido manejar material extraoficial o muy aparte que más tarde se hizo oficial sin método ni preaviso; fuentes que me han contado cosas en confianza y que, posteriormente, las han compartido abiertamente, como si hubieran perdido sus primeras vacilaciones; una frecuente falta de interés por fijar cualquier tipo de parámetros respecto al uso que se daría a las conversaciones; posturas de las fuentes ya de conocimiento público, y tan ampliamente difundidas que sería risible no acreditarlas; y, por otro lado, la publicación casi clandestina o la reproducción pasmosa de conversaciones privadas o confidenciales. Y, presente en todas partes en esta historia, la voz constante, incansable e incontrolada del propio presidente, en público y en privado, compartida por otros a diario, a veces prácticamente en cuanto salía de su boca.
Fuera cual fuera el motivo, casi todos los que contacté —tanto altos miembros del personal de la Casa Blanca como observadores comprometidos— compartieron mucho tiempo conmigo y se esforzaron grandemente en ayudar a arrojar luz sobre la naturaleza única de la vida dentro de la Casa Blanca de Trump. Al final, lo que presencié —y de lo que trata este libro— es parte de la historia de un grupo de gente que ha luchado, cada cual a su propia manera, para asumir lo que significa trabajar para Donald Trump.
Tengo una enorme deuda con ellos.
P RÓLOGO
AILES Y BANNON
La velada empezó a las seis y media, pero Steve Bannon —de repente entre los hombres más poderosos del mundo, y cada vez menos atento a las limitaciones temporales— llegaba tarde.