FERNANDO DEL COLLADO es periodista y profesor. Actualmente realiza y conduce el programa Tragaluz, en Milenio TV, y da clases en la Maestría en Periodismo Político de la Escuela Carlos Septién.
Ha colaborado en medios como El País, Reforma, San Diego Union Tribune, El Universal y la agencia DPA. En 2003 ganó el concurso de la Fundación Friedrich Ebert, de Alemania, por el perfil-entrevista que le realizó al alcalde de Berlín, Klaus Wowereit.
Es autor de los libros Homofobia. Odio, crimen y justicia 1995-2005 (2007) y Voces desechables, el sainete nacional en las frases de sus protagonistas (2000).
Ciudad de odios
Instantáneas de furia, crimen e intolerancia
Primera edición digital: mayo, 2019
D. R. © 2019, Fernando del Collado
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Conversión eBook:
Mutāre, Procesos Editoriales y de Comunicación
Para Aramis
“Sin amor, el girasol, dorado,
rodeará de llamas su disco de semillas.”
Alan Hollinghurst en El hijo del desconocido
Advertencia
El siguiente manuscrito fue enviado a esta casa editorial en un sobre de cartón corrugado color marrón. Habla de vidas truncadas de forma violenta, cruel, con frecuencia sádica. Habla también de las víctimas secundarias: familiares, amantes, parejas… Y en sus páginas se reconstruye incluso la voz de quienes perpetraron los asesinatos. Desfilan vidas deshechas entre reclamos y súplicas en los pasillos de las instituciones del sistema de justicia. Figuras casi espectrales, que han penado incluso en los andenes del metro de esta ciudad de odios viejos y renovados. No explicita fechas, pero todas las historias —vistas a través de la literatura— son reales y fueron investigadas una a una. Esta obra, así, ofrece un sonido coral, una sinfonía contra la impunidad. Y usa los recursos tanto del periodismo como de la literatura para evidenciar el rastro de dolor que cada historia implica. En puridad, el presente escrito no es un reportaje ni una denuncia. En todo caso es una crónica documentada, en la que la ficción ha servido como puente hacia la empatía. Como un rastro que alumbra el camino entre la destrucción de lo humano y la compasión más profunda.
Benjamín se sacude el escalofrío. Está temblando. Fuma. Se ha sentado en una banca de la Alameda Central. Ha regresado a este sitio luego de cuatro años. De aquí partió con Miguel Ángel al departamento que compartían en la colonia Portales. De aquí el encuentro con los chacales. Para algo debió sobrevivir. Para algo se libró del degüello. ¿Cuál es la señal? La mano temblorosa. Otra calada fuerte, profunda, al Delicado sin filtro. ¿Qué debe hacer con todos estos recuerdos, miedos, fantasmas?
Y entonces se echó por la escalinata de la estación Hidalgo, en la entrada del metro que está en la Alameda Central y la calle Doctor Mora. Va bajando las escaleras con lentitud, con la mano derecha sujetada al barandal. Apesadumbrada. Nariz enrojecida. Indicios de color rosáceo en los alrededores del iris de ambos ojos. El pañuelo hecho bola en el puño izquierdo. Se le ha ido la tarde sentada en la banca que mira de frente al Café Trevi. Desde ahí ha visto a varios hombres ingresar a la cafetería, más de uno con anteojos oscuros, tipos maduros. Igual ha mirado entrar a un par de jóvenes inquietos, observando hacia todos lados como tratando de no ser vistos. El muchacho de cabello negro alisado, con camiseta blanca de tirantes y pantalón entallado de mezclilla, le pareció que tenía una lozanía exultante. Se le vino encima la imagen de su hijo Fabián. Inesperadamente se vio luchando por contener una lágrima. Hacía una tarde templada, con algo de vientos frescos. Se dirige a Balderas. Atravesará el puente subterráneo de la estación que la llevará al pasillo central para tomar el andén con dirección a Universidad. Seguirá con pesadumbre. Caminará hasta el final del andén para abordar el convoy por la última puerta del vagón.
Maclovio Valera, desmedrado, pálido, se sujeta con la mano derecha a la parte más alta del tubo. En la otra mano, la izquierda, sostiene una bolsa de plástico con papeles en su interior. Todos, resultados de análisis médicos. Examen de sangre para saber el número de glóbulos rojos y su velocidad, conteos de reticulocitos, niveles de folato, vitamina B12 y más. Viste pantalón beige claro y algo destejido, satinado por el uso. Una leve mancha, una gota esparcida en forma de crepúsculo solar, se percibe en la parte baja de la bragueta. El cuello de la camisa de cuadros apenas se asoma por el suéter de color verde militar igual de sucio y raído que él mismo. Acaba de abordar el metro en la estación Centro Médico. Tiene 38 años de edad pero cualquiera le sumaría otros 10 o hasta 15 años más. Se le fue la vida refunfuñando. Maldiciendo. Amargándose la existencia. Este 26 de noviembre habrán transcurrido 10 años de cuando vio a su hermano terminar con la vida del maricón del barrio. Ángel Salgado, su nombre. La burla de casi todos los vecinos de la Calle 32, en la colonia Ignacio Zaragoza. Lo apuñaló a filo limpio con un cuchillo para deshuesar pollos. En plena calle. A la puesta del sol, con los vítores y los gritos del vecindario que con bravuconas maneras y briosos ánimos lo conminaban a matarlo como en una pelea de gallos. Él también se ve a sí mismo gritando en ese festín colectivo. Y se amarga. Le viene ese sentimiento muy profundo, de pena, porque no ha podido saber nada de su hermano desde que huyó hacia Estados Unidos. Todavía no se lo explica, Ángel Salgado se lo había buscado. Habrían de ver cómo se le insinuó a su hermano. ¡Pinche puto!