Jesús Hernández
Eso no estaba en mi libro de
la Segunda Guerra Mundial
© Jesús Hernández , 2017
© Editorial Almuzara, s.l., 2017
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Editorial Almuzara • Colección Historia
Director editorial: Antonio E. Cuesta López
Edición de Ángeles López
Diseño y maquetación: Joaquín Treviño
Conversión a ebook: Rebeca Rueda
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ISBN: 978-84-17418-17-5
A mi hijo Marcel
INTRODUCCIÓN
A ntes que autor, he sido lector, y por tanto siempre trato de ver mis obras desde el punto de vista del que las adquiere con una expectativa determinada. Si la que en este momento tiene el lector entre las manos es la que hace ya el número veintidós, quiero pensar que la mayoría de los lectores que se han acercado a mi trabajo han encontrado lo que buscaban, lo que les habría llevado a repetir su confianza en este autor en alguna ocasión más.
Cuando surgió la idea de escribir Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial , me situé de inmediato en el papel del lector que se encontraría con ese título en una librería. Teniendo en cuenta que en la actualidad se publican un gran número de libros sobre el conflicto de 1939-1945, que se suman a la inagotable bibliografía ya existente, a lo que hay que añadir los no menos inagotables contenidos disponibles en internet, ¿qué novedad podría aportar una obra de estas características?
Ese reto fue lo que me llevó a embarcarme en este ilusionante proyecto. Pese a todo lo que se ha escrito sobre aquella conflagración, todavía hay episodios que suelen ser dejados de lado por los historiadores, y que, por tanto, difícilmente el lector encontrará en su libro de la Segunda Guerra Mundial.
En estas páginas, el lector podrá conocer hechos de todo tipo, desde curiosos e insólitos, hasta trágicos y deplorables, pero teniendo todos en común que, por un motivo u otro, han quedado fuera de lo que habitualmente se explica del conflicto.
He querido completar ese recorrido por los hechos menos conocidos de la contienda con un capítulo dedicado a los datos más sorprendentes, que he ido recopilando pacientemente a lo largo de estos años y que ahora creo que ha llegado el momento de exponer. Para concluir la obra, propongo un pasatiempo con el que el lector podrá poner a prueba sus conocimientos, además de pasar un rato entretenido.
Con todo ello, sólo espero que el lector me dé la oportunidad de demostrarle que, aunque haya leído ya bastante sobre ese apasionante episodio histórico, todavía puede disfrutar de historias desconocidas que le hagan exclamar más de una vez: «¡Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial!».
CAPÍTULO 1. EUROPA EN GUERRA
La Primera Guerra Mundial había terminado en 1918 dejando un continente devastado, unos diez millones de muertos y veinte millones de soldados heridos. A lo largo de cuatro años, la guerra de trincheras había revelado todo su horror; las ametralladoras segaban cientos de vidas humanas en apenas unos minutos, los hombres quedaban atrapados en los alambres de espino como muñecos desmadejados, la artillería se convertía en una eficaz picadora de carne a escala industrial y los cadáveres de los soldados abandonados en la tierra de nadie acababan devorados por las ratas.
Parecía que Europa había aprendido la lección. La Gran Guerra, pese a las enormes expectativas que habían puesto en ella todos los contendientes, en realidad no había solucionado nada. Lo mejor de la juventud de cada país había caído en el campo de batalla, mientras que la población civil había padecido todo tipo de privaciones. Las naciones, escarmentadas por la matanza, se decidieron a crear los organismos en los que esperaban, a partir de entonces, resolver los conflictos, velando así por el mantenimiento de la paz.
Sin embargo, en apenas una generación, vientos de guerra volverían a soplar en el Viejo Continente. Alemania, sintiéndose humillada por los términos de la derrota, quiso tomarse la revancha, mientras que las potencias occidentales no supieron hacerle frente, hasta que fue ya demasiado tarde. Comenzaría así una nueva guerra que dejaría un rastro de muerte y destrucción, si cabe, aún mayor que el conflicto anterior.
El mito de la carga de la caballería polaca
C omo el lector bien sabrá, la Segunda Guerra Mundial comenzó la madrugada del viernes 1 de septiembre de 1939, cuando las tropas alemanas se lanzaron a la invasión de Polonia. El plan alemán consistió en atacar al país vecino desde tres flancos: por el norte, desde Prusia Oriental; desde el oeste, a través de Prusia Occidental; y, desde el sur, tomando como punto de partida Silesia y Eslovaquia. En esa campaña, los alemanes sorprenderían al mundo lanzando la famosa «guerra relámpago», basada en rápidos avances motorizados con el apoyo de la aviación.
La estrategia defensiva seguida por el ejército polaco resultaría catastrófica, al intentar detener a los alemanes en las indefendibles zonas fronterizas, en lugar de esperarles en el interior aprovechando la protección que les podían proporcionar los accidentes geográficos. La lentitud de la movilización, el armamento obsoleto y las tácticas anticuadas contribuirían al desastre.
Desde el primer momento se advirtió claramente que la diferencia entre ambos ejércitos era enorme. Los polacos disponían de treinta divisiones en activo, que quizás podían plantar cara a las cuarenta con las que contaban los alemanes, pero la Wehrmacht era muy superior, al disponer de varias divisiones acorazadas y motorizadas. Por el contrario, los polacos tenían una docena de brigadas de caballería, de las que sólo una era motorizada. En total, los alemanes avanzaron sobre territorio polaco con 3 200 carros blindados, mientras que los polacos tan sólo poseían 600 para hacerles frente.
En las llanuras polacas se dio ese choque entre la moderna guerra mecanizada, que marcaría las grandes operaciones de la Segunda Guerra Mundial, representada por el ejército germano, y un concepto anticuado de la guerra, anclado en el pasado, que sería el que pondría en práctica el ejército polaco. El ejemplo más emblemático de esa colisión sería la supuesta carga de los jinetes polacos, lanza en ristre, contra los tanques alemanes.
Es probable que el lector sepa ya que esa imagen, la anacrónica caballería enfrentándose a los ingenios bélicos más avanzados, no es más que un mito creado por la propaganda germana, que haría fortuna hasta tal punto que ha sido dada por cierta en muchas ocasiones. Pero lo que quizás no sepa es que los jinetes polacos tuvieron una actuación destacada durante la campaña, anotándose acciones de gran valor y despertando el temor y la admiración de sus enemigos, unos episodios que seguramente no encontrará en su libro de la Segunda Guerra Mundial .
La Brigada Pomorska
Antes de que estallase la guerra, los polacos confiaban en la gran movilidad y capacidad de maniobra de su caballería. Con 70 000 jinetes, Polonia contaba en 1939 con la caballería más numerosa de Europa.
La tarde del mismo 1 de septiembre de 1939, la caballería tuvo ocasión de demostrar ya su utilidad en el campo de batalla, cuando la brigada Pomorska (Pomerania) se encargó de proteger la retirada de una división de infantería que había tratado infructuosamente de defender la ciudad de Chojnica, en Pomerania. El coronel Kazimierz Mastalerz, al mando del 18º Regimiento de Ulanos de la Pomorska , ordenó a sus 250 jinetes cargar contra un batallón de infantería cerca de Krojanty. Los soldados alemanes vieron de pronto cómo, saliendo del lindero del bosque, se abalanzaban sobre ellos los jinetes polacos al galope, sable en mano, por lo que emprendieron una precipitada fuga. Por suerte para los soldados atacados, aparecieron unos vehículos blindados alemanes disparando sus ametralladoras, causando una veintena de muertos, incluyendo al coronel Mastalerz. Los jinetes tuvieron que retirarse rápidamente detrás de una loma para protegerse del fuego de los blindados.
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