Un análisis riguroso de los factores históricos y socio-políticos que originaron la Segunda Guerra Mundial. Se analizan las causas del origen de la guerra y sus principales acontecimientos, desde la triunfal guerra relámpago lanzada por la Alemania nazi contra Polonia o Francia hasta la decisiva derrota sufrida por las trop as alemanas en Stalingrado. Los hechos destacables de esta guerra son innumerables. Hubo militares que se ganaron su lugar en la Historia, como Rommel, Patton, Montgomery o MacArthur. Se dieron encarnizadas batallas, como la de El Alamein, Kursk, las Ardenas, Iwo Jima u Okinawa e hicieron su aparición los veloces Pánzer, el ágil Spitfire, el versátil Jeep, el inestimable Radar o las revolucionarias bombas volantes.
Jesús Hernández
Todo lo que debe saber sobre la Segunda Guerra Mundial
La guía definitiva para conocer y comprender el mayor conflicto bélico de la Historia
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Banshee20.03.14
Título original: Todo lo que debe saber sobre la Segunda Guerra Mundial
Jesús Hernández, 2009
Retoque de portada: Banshee
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Capítulo 1
El camino a la guerra
E
uropa había vivido entre 1914 y 1918 una tragedia terrible, que había supuesto la muerte de más de diez millones de personas. Al final de la Gran Guerra, el viejo continente se sumió en una frustrante sensación de futilidad, al comprender que esa colosal pérdida de vidas no había servido para nada. Pero a la vez surgía la esperanza de que esa catástrofe sirviese, al menos, como indeleble lección para que nunca más volviera a repetirse.
Sin embargo, la generación que había padecido en primera línea la hecatombe de la Primera Guerra Mundial volvería a repetir los mismos errores que cometieron los que condujeron a sus naciones al abismo.
La mayoría de protagonistas de la Segunda Guerra Mundial —Hitler, Göring, Rommel, Churchill, De Gaulle, Patton o Truman, entre muchos otros— habían combatido en las trincheras durante la contienda de 1914-18 y conocían perfectamente el desastre al que se enfrentaba el continente europeo en caso de que estallase otra conflagración. Pero, aun así, las principales potencias acabaron enfrentadas en una lucha encarnizada que dejaría atrás algunos de los límites que existieron en el anterior conflicto, como fue el ataque indiscriminado a las poblaciones civiles, quedando este ampliamente rebasado durante la Segunda Guerra Mundial.
EL TRATADO DE VERSALLES
El origen del conflicto que estallaría en 1939 con la invasión de Polonia por parte de las tropas de Hitler hay que buscarlo en el Tratado de Versalles, firmado veinte años antes, por el que las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial sometieron a Alemania a una serie de condiciones que la mayoría de la población germana consideró intolerables. El hecho de que algunas regiones alemanas pasasen a ser controladas militarmente por parte de los vencedores o la obligación de tener que hacer frente al pago de unas ingentes sumas de dinero en concepto de reparaciones de guerra no fue tan doloroso como el que Alemania debiera reconocer en exclusiva la culpabilidad en el estallido de la guerra. Eso fue considerado como una afrenta que algún día debía ser vengada.
Uno de los artífices del Tratado de Versalles, el primer ministro inglés Lloyd George, era plenamente consciente de que aquel documento no garantizaría en el futuro la paz en Europa. El premier británico confesó su temor a que el Tratado provocase otra guerra a los veinte años de su firma y, por desgracia, no se equivocó en absoluto en su pronóstico. Por su parte, el secretario de Estado norteamericano, Robert Lansing, no compartía el optimismo de su presidente, Woodrow Wilson, y aseguró que “la próxima guerra surgirá del Tratado de Versalles, del mismo modo que la noche surge del día”.
Pese al peligro evidente de que en el plazo de una generación Europa volviera a verse abocada a un conflicto armado aún más sangriento que el de 1914-18, las potencias occidentales, pero en especial Francia, no supieron estar a la altura de lo que la responsabilidad histórica requería. El nuevo Estado democrático germano surgido de la descomposición del Imperio Alemán y conocido como República de Weimar, expresó su propósito de pasar definitivamente la página del conflicto y ser admitido como un miembro más en el concierto de las naciones. Pero esta intención se encontraría siempre con la incomprensión y la desconfianza de los sucesivos gobiernos franceses. El escepticismo galo era comprensible, puesto que Francia había sido invadida por Alemania en dos ocasiones en los últimos cincuenta años, pero el temor a ser atacada de nuevo y la consiguiente desconfianza hacia el nuevo Estado alemán no era el mejor camino para establecer una paz duradera.
La obligación al pago de las reparaciones de guerra impidió a Alemania consolidar su economía. Ante un panorama salpicado de huelgas, disturbios, paro e inflación, la desengañada población germana giraría su vista hacia los que le proponían soluciones radicales para poner así fin a ese estado de inestabilidad política permanente: los comunistas y los nacionalsocialistas.
HITLER SUBE AL PODER
El déficit de confianza con que contaba la repúbliga de Weimar entre la población alemana fue aprovechado por Hitler y su entonces pequeño partido nazi para ir ganando más adeptos. El abrupto final de un esperpéntico intento de Hitler de hacerse con el poder por la fuerza en 1923, mediante un fallido golpe de estado surgido en una cervecería de Munich, hizo pensar a muchos que el movimiento nazi había quedado extinguido, pero esa apreciación se demostraría errónea.
Hitler decidió cambiar de estrategia y aprovechar el sistema democrático de partidos de la república de Weimar para abrirse paso hacia el poder. Esa meta la alcanzaría diez años más tarde, forzando al límite las reglas de la democracia. Gracias a un innovador y efectivo uso de la propaganda, sumado al clima de coacción creado por sus seguidores más fanáticos, que no dudaban en recurrir a la intimidación y la agresión física, Hitler obtuvo unos resultados electorales que le permitieron exigir la cancillería al anciano presidente Hindenburg.
En cuanto fue nombrado canciller, el 30 de enero de 1933, Hitler puso en marcha su plan para crear un Estado totalitario. De nada sirvieron las advertencias del general Erich Ludendorff, que lo conocía muy bien. En una carta dirigida a Hindenburg, el veterano militar le hacía responsable de lo que le sucediese en el futuro a Alemania, asegurando que “Hitler, ese hombre nefasto, conducirá a nuestro país al abismo y a nuestra nación a un desastre inimaginable”. Nuevamente, nadie hizo nada por evitar la catástrofe.
Un incendio intencionado del Reichstag fue utilizado como oportuna excusa para ilegalizar al partido comunista y arrebatarle sus escaños. El carácter del nuevo régimen de terror que se había impuesto en el país se reveló de inmediato, al establecerse un campo de concentración de Dachau para internar a todos lo que se mostrasen críticos con los nuevos dueños de Alemania.