100
Lámpara solar y cargador
Fabricada en Shenzhen, Guangdong, China
2010 d. C.
¿Cómo debería terminar esta historia del mundo? ¿Qué objeto podría resumir el mundo en 2010, encarnar los intereses y aspiraciones de la humanidad, hablar de experiencia universal y al mismo tiempo tener una importancia práctica, material, para muchos de nosotros en el mundo de hoy?
Sin duda, visto retrospectivamente, habrá un día en que será obvio. Estoy seguro de que el director del Museo Británico en 2110 tendrá una idea muy clara de lo que deberíamos haber adquirido para mantener nuestra historia actualizada, y sonreirá —o se mofará de nosotros— al ver lo que de hecho hemos escogido. Para entonces resultará evidente qué grandes acontecimientos o avances configuraron las primeras décadas del siglo XXI . Pero nosotros tenemos que decidir en la ignorancia del aquí y el ahora.
Estuvimos preguntándonos si debería ser un objeto de la Antártida, el último lugar del planeta donde los humanos se han asentado y ahora viven permanentemente, el extremo último del éxodo iniciado un día desde África. Podemos vivir allí solo gracias al equipamiento que somos capaces de fabricar, de modo que un traje diseñado para vivir y trabajar en la Antártida personificaría la paradoja del ser humano como fabricante de herramientas; son las cosas que hacemos las que nos permiten dominar nuestro entorno, pero luego pasamos a ser totalmente dependientes de ellas para nuestra supervivencia. Sin embargo, parece excesivamente perverso presentar como punto culminante de la empresa humana ropa diseñada para el lugar más inhóspito de la Tierra y que solo llevarán como mucho unos miles de personas.
Uno de los acontecimientos más asombrosos de las últimas décadas del siglo XX fue la emigración de millones de personas a las ciudades, a veces a distancias enormes. Esos inmigrantes han modificado los datos demográficos del mundo. Han creado el fenómeno totalmente nuevo de la ciudad global, con habitantes de todos los continentes viviendo en estrecho contacto, casi siempre en relativa armonía. Los habitantes de Londres, por ejemplo, hoy hablan más de trescientas lenguas maternas. Es un hecho universal que, sea lo que sea lo que la gente deja atrás cuando emigra, siempre se lleva consigo su cocina; en este aspecto la humanidad es constante. Así pues, pensamos que nuestro objeto número 100 podría ser un surtido de utensilios de cocina que diera una idea de la asombrosa variedad de culturas y cocinas que hoy cohabitan en las grandes ciudades del mundo. Pero en esta historia ya hemos examinado la cocina, la comida, la bebida y el auge de las ciudades a lo largo de miles de años, y la variedad internacional de fragmentos de cerámica encontrados en Kilwa (capítulo 60) reflejaba que incluso hace mil años ya había un mundo culinario interconectado. De modo que nada de utensilios.
Hay una afición, sin embargo, que se ha vuelto completamente global: el fútbol. El evento destacado de 2010 fue sin duda la Copa del Mundo disputada en Sudáfrica. El deporte ha unido a las comunidades desde hace ya largo tiempo, tal como veíamos en el capítulo 38, dedicado al cinturón de juego de pelota ceremonial. Pero hoy el fútbol parece unir al mundo entero: estrellas africanas juegan en clubes ingleses propiedad de hombres de negocios rusos; en Asia se fabrican reproducciones de las camisetas de los equipos, que se venden y se llevan en Sudamérica... De modo que hemos adquirido una camiseta de fútbol para la colección del museo. Esta nos habla alegremente del presente, aunque quizá nos diga muy poco acerca de las grandes cuestiones del futuro.
Al final, no obstante, decidimos que el objeto número 100 debía ser en algún sentido un objeto tecnológico, dado que casi año tras año aparecen nuevos dispositivos que cambian el modo en que los seres humanos nos relacionamos y el modo en que gestionamos nuestros asuntos. El teléfono móvil, o más concretamente el smartphone, es un buen ejemplo de ello. Tiene aproximadamente el mismo tamaño que las tablillas de arcilla mesopotámicas que fueron la primera tentativa de la humanidad de comunicarse a distancia, y ha transformado la forma de escribir, haciendo del lenguaje SMS la nueva escritura cuneiforme. Une instantáneamente a millones de personas a lo largo y ancho del mundo, puede convocar a enormes multitudes con mayor eficacia que ningún tambor de guerra, y, allí donde se dispone de acceso a internet, lleva los ámbitos del conocimiento mucho más allá de lo que soñara la Ilustración. Hoy, en las sociedades avanzadas, la vida sin teléfonos móviles apenas resulta imaginable. Aun así, estos dependen de que haya siempre electricidad disponible; sin electricidad, los teléfonos móviles resultan inútiles.
De modo que para nuestro objeto número 100 hemos elegido un generador de electricidad que podría suministrar a los 1.600 millones de personas que hoy carecen de acceso a una red eléctrica la energía que necesitan para unirse a esta conversación global. Pero hace mucho más que eso: les proporciona un nivel de control completamente nuevo sobre su medio ambiente, y podría transformar su forma de vivir. Se trata de una lámpara que funciona con energía solar.
La lámpara que el Museo Británico ha adquirido para su colección es, de hecho, un pequeño kit integrado por una linterna de plástico que contiene una batería de seis voltios recargable y un pequeño panel fotovoltaico independiente. La lámpara lleva un asa, y tiene aproximadamente el tamaño de un tazón de café grande, mientras que el panel solar se asemeja a un marco de fotos de plata más bien pequeño, como el que podría verse en un escritorio o en una mesita de noche. Cuando el panel solar se expone a ocho horas de sol brillante, la lámpara puede proporcionar hasta 100 horas seguidas de luz blanca. A plena carga puede iluminar una habitación entera, lo suficiente para permitir a una familia que carezca de electricidad vivir de una forma completamente nueva. El kit completo se vende por unas 2.250 rupias (unos 32 euros), mientras que una simple linterna cuesta solo 499 rupias (7 euros). Pero, una vez pagado, solo necesita la luz del sol.
Los paneles solares fotovoltaicos convierten la luz del sol en electricidad. Si pudiéramos hacer esto de una manera más eficiente, todos nuestros problemas de energía se solucionarían. La Tierra recibe más energía solar en una hora que la que consume toda la población mundial en un año entero. Los paneles solares constituyen una de las formas más sencillas y prácticas de aprovechar la energía ilimitada del sol para proporcionar electricidad limpia, fiable y barata.