LA MADRE DE LOS NIÑOS DEL HOLOCAUSTO
ANNA MIESZKOWSKA
DEDICATORIA
Este libro está dedicado a la memoria de todos mis colaboradores,
que me ayudaron a salvar a los niños del gueto.
Irena Sendler. Nombre en clave: Jolanta.
PRÓLOGO
Este es el primer libro acerca de Irena Sendler. En realidad es mucho más. A pesar de que no se trata sólo de una larga entrevista, se podría decir que lo ha escrito ella. Anna Mieszkowska le da la palabra a su heroína, expone su opinión, la cita. Durante años, pocas personas han conocido sus actos: aquellas a las que había salvado la vida, su círculo de amigos y conocidos, y algunos historiadores que investigaban la Segunda Guerra Mundial, sobre todo el exterminio. Se podría llegar a creer que no éramos conscientes o que, más bien, no queríamos ser conscientes, de que entre nosotros vive una mujer extraordinaria, humilde, generosa y volcada en los que sufren. Una mujer que contagia su alegría nada más conocerla.
Son muchos los motivos por los que esta gran personalidad ha quedado al margen, entre ellos la negación repetida de la historia reciente en la Polonia comunista. En la lista de héroes no cabía una mujer comprometida, procedente de la izquierda, pero que se hallaba lejos de la utopía ideológica del comunismo, que formaba parte de un movimiento político con gran tradición en Polonia. Por otra parte, desde los primeros años de la posguerra en la República Popular de Polonia todo lo que tuviera relación con los judíos se consideraba un tema delicado, problemático y peligroso, y más valía callar. Este fenómeno se agudizó en la segunda mitad de los años sesenta, con el renacimiento del antisemitismo oficial, que conjugaba ecos del fascismo y del estalinismo, las dos peores formas de totalitarismo del siglo XX. En un mundo en el que esta clase de ideología aspiraba al dominio del espíritu, no había lugar para Irena Sendler. Dadas las circunstancias, no es casualidad que obtuviera reconocimiento público por primera vez tras la caída del muro de Berlín. La Polonia democrática ha sabido apreciarla, lo que demuestran distinciones como la Orden del Águila Blanca o el premio Jan Karski, que debe su nombre a otra destacada personalidad que marcó la historia de Polonia en el siglo XX. También en el extranjero, sobre todo en los Estados Unidos, pero también en Suecia, Alemania y otros muchos países, se reconoció el significado de Irena Sendler. La expresión «La lista de Sendler» se ha incorporado al lenguaje corriente y tal vez llegue a ser más conocida que «La lista de Schindler». Al fin y al cabo la polaca Irena Sendler salvó a muchos más judíos que el industrial alemán Oskar Schindler.
El libro de Anna Mieszkowska cuenta su historia de forma precisa y detallada, describe sus hazañas, su trabajo y su vida cotidiana, nos descubre su grandeza moral. Hay que ser de una casta especial para salvar a dos mil quinientos niños judíos durante el exterminio, y a muchos adultos. Hace falta tener madera de héroe para hacer algo tan extraordinario y valiente, en una situación en la que ayudar a un judío se pagaba con la vida. Ni la necesidad de hacer el bien ni la determinación bastaban; todo el que se consagraba a esa tarea debía tener coraje: ponía en juego su vida constantemente, y no sólo cuando llevaba a cabo una hazaña. En cierto modo, podría hablarse de sacrificio.
Irena Sendler lo arriesgó todo. Para llevar a cabo algo tan grande hacía falta algo más que valentía y fortaleza de carácter. A esas virtudes se unían una energía fuera de lo común, que la impulsó a sacar a los niños del gueto y esconderlos en lugares que les daban una oportunidad de sobrevivir. Irena Sendler sabía que la vida de aquellos hombres no valía nada, por la simple razón de que la «sangre aria» no corría por sus venas. Demostró entereza, ingenio, y una asombrosa capacidad de organización. Nadie habría podido salvar a tantos niños en solitario. El libro de Anna Mieszkowska es un homenaje indirecto a las colaboradoras de Irena Sendler, mujeres admirables, abnegadas y valientes.
No me canso de repetir que, en los últimos tiempos, Irena Sendler se ha convertido en una personalidad de la que hablan los periódicos, la radio, que es objeto de películas documentales. Irena Sendler encarna un símbolo del heroísmo y del sacrificio, y podría convertirse en un símbolo de las buenas relaciones entre judíos y polacos.
Michal Glowinski
Michat Glowiúski, nacido en 1934, es escritor y profesor en el Instituto de Investigación Literaria de la Academia Polaca de las Ciencias. Es uno de los niños que salvó Irena Sendler
PRÓLOGO DE LA AUTORA
Conocía la historia de Irena Sendler por la prensa y la televisión. En 2001, cuatro adolescentes de una escuela estadounidense de Uniontown, Texas, visitaron en Varsovia a la heroína de la obra teatral que habían escrito, Holocausto. La vida en un tarro. Los medios de comunicación recordaron entonces a Irena Sendler, de noventa y un años, y evocaron sus extraordinarias hazañas durante la Segunda Guerra Mundial. Es la «madre» de dos mil quinientos niños que sobrevivieron al gueto de Varsovia. Utilizo precisamente la palabra «madre» y no «tutora», pues les devolvió la vida. «»
En abril de 2003, Lili Pohlman¹viajó de Londres a Varsovia para conmemorar el sesenta aniversario del levantamiento del gueto. Visitó a Irena Sendler en el asilo del convento de los hermanos del Sagrado Corazón en el distrito de Nowe Miasto. Conocerla la emocionó. Le resultaba incomprensible que nadie se interesara por rendir homenaje a aquella mujer humilde, que no consentía que se la tratara como a una heroína, y que se hablara de los niños que había salvado como «héroes con el corazón de su madre». Lili Pohlman me dijo: «Tienes que conocer a Irena Sendler y escribir sobre ella». Fui a visitarla. Una anciana risueña, vestida de negro, me hablaba sentada en un cómodo sillón escogiendo las palabras con un lenguaje casi literario. De las paredes de su pequeña habitación colgaban diplomas y galardones enmarcados con sumo cuidado. Junto a ella, sobre la mesa, retratos de su madre, de sus padres siendo novios, de sus hijos y de su nieta. Y una foto de las cuatro escolares estadounidenses de Uniontown. Ellas recordaron la historia de la valiente polaca con su obra teatral, y en sólo diez minutos pasaron revista a cinco años de crímenes de guerra.
—Las muchachas estadounidenses te dieron a conocer al mundo y a… Polonia —dice la amiga de Sendler, Jolanta Migdalska-Baranska.
—Sí, es cierto. Sucedió después de años de trabas, humillaciones, persecuciones —responde con tristeza Irena Sendler.
Es filóloga, y se sintió atraída por las labores sociales en el más amplio y hermoso sentido de la palabra. Mi primera visita dura una hora y cuarto. Me cuenta, entre otras cosas: «Mi padre murió cuando yo tenía siete años. Nunca olvidaré sus palabras: las personas se dividen en buenas y malas. La nacionalidad, la raza, la religión, carecen de significado. Lo único importante es la persona. El segundo principio que me inculcó en mí infancia fue la obligación de tender la mano a los que se ahogaban, a cualquiera que estuviera necesitado. Tengo noventa y tres años —dice Irena Sendler—, padezco treinta enfermedades y ahora echo la vista atrás, a los sesenta años. Hace más de cincuenta años que estoy en silla de ruedas. No me gustan los periodistas, suelen tergiversar lo que se les dice. Dan información equivocada sobre mí en entrevistas o en las noticias, y dicen que saqué del gueto a niños enfermos de tifus. Eso prueba lo poco que se conocen las condiciones de vida de entonces. Los enfermos de tifus, independientemente de si eran niños o no, no tenían ninguna posibilidad de sobrevivir. No siempre se cuenta la verdad. La mayoría de las veces tengo por principio no hablar con nadie acerca del gueto que no haya estado allí, y ni sobre la época que pasé en la cárcel de Pawiak, a menos que haya sido prisionero, ni sobre el levantamiento de Varsovia, a menos que lo haya vivido.