En agosto de 1944 Varsovia era el último gran obstáculo que separaba al ejército soviético de Berlín. El pueblo de Varsovia, creyendo que la liberación estaba próxima, se lanzó armado a las calles para combatir a los nazis. Pero Stalin se negó a ayudar a los polacos y permitió que los alemanes actuaran libremente. Hitler dio orden de que se destruyera la ciudad y se matara a sus habitantes. La lucha entre alemanes y polacos duró sesenta y tres sangrientos días, ante la pasividad del Ejército Rojo. Durante cada una de esas semanas fallecieron decenas de miles de civiles inocentes. Uno por uno, los alemanes arrasaron todos los barrios de la ciudad, mientras las tropas soviéticas los contemplaban desde la otra orilla del Vístula.
Norman Davies, especialista en la historia de Polonia, nos ofrece por primera vez una explicación completa de aquellos trágicos acontecimientos.
Norman Davies
Varsovia, 1944
La heroica lucha de una ciudad atrapada entre la Wehrmacht y el Ejército Rojo
ePub r1.0
Titivillus 02.06.18
Título original: Rising ’44
Norman Davies, 2003
Traducción: Juan Mari Madariaga
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Varsovia,
y a todos los que luchan contra la tiranía
a pesar de todo
NORMAN DAVIES (Bolton, Lancashire; 8 de junio de 1939) es un historiador inglés, conocido por sus publicaciones sobre la historia de Polonia y las islas británicas.
Estudió Historia en el Magdalen College de Oxford. Tras viajar por diversos países de Europa, se doctoró en la Universidad Jaguelónica de Cracovia (Polonia) al negársele el visado en Rusia. Fue profesor de historia de Polonia en la Universidad de Londres de 1985 a 1996 para posteriormente ser profesor en el Wolfson College de la Universidad de Oxford. Ha trabajado como asesor documental para la BBC, y para prestigiosas revistas americanas.
Todas sus publicaciones, son de carácter histórico, siendo un gran erudito de la historia de Polonia. También ha publicado monumentales obras sobre la historia de Europa y las Islas Británicas. En sus obras hace uso de extensísima información, que trata con meticulosidad. Sus críticos le acusan de partidismo y de ningunear el holocausto judío. Ha recibido numerosísimos premios y distinciones.
TERCERA PARTE
Después del levantamiento
CAPÍTULO 1
La coalición aliada
Las «alianzas occidentales» en Europa tienen una larga tradición. Durante toda la historia moderna, siempre que una potencia trataba de alcanzar una posición hegemónica en el continente se formaba una coalición de Estados, grandes y pequeños, para contrarrestar esa amenaza. El miembro más frecuente de esas coaliciones era Gran Bretaña, cuya armada dominaba los mares, pero cuyas fuerzas terrestres nunca alcanzaron un tamaño capaz de enfrentarse a sus rivales continentales. Ejemplos de tales alianzas fueron la de la guerra de Sucesión española contra Luis XIV, las guerras contra la Francia revolucionaria a comienzos del siglo XIX, y las dos guerras mundiales. En el siglo XX se incorporó a ellas Estados Unidos, cuya influencia en Europa fue creciendo de periférica a decisiva. Pero todas esas coaliciones tenían un rasgo en común y era el de incluir al menos un aliado en el Este, que según las circunstancias podía ser Prusia, Rusia o incluso Turquía. En la situación excepcional de 1939 resultó ser un país que, aunque poseía credenciales muy antiguas, apenas había intervenido en las contiendas europeas durante los últimos doscientos cincuenta años.
La causa aliada en la Segunda Guerra Mundial se suele describir en términos muy simples: si hubo alguna vez una guerra justa, se dice, fue ésta. El enemigo era malvado; el objetivo de derrotar esa maldad era noble; y los aliados resultaron victoriosos. La mayoría de la gente, sobre todo en Gran Bretaña y Estados Unidos, no cree que haya mucho más que añadir. Por supuesto, son conscientes de que la guerra pasó por episodios muy diversos. Quienes la han estudiado saben que los aliados sufrieron derrotas en varias ocasiones antes de alcanzar finalmente la victoria, pero en cuanto al marco básico político y moral no albergan dudas. Pocos rechazarían la imagen popular de la coalición aliada como un grupo fraternal que luchaba por la libertad y la justicia y que salvó al mundo de la tiranía.
Se hace por tanto preciso, para empezar, aclarar algunos hechos básicos sobre la causa aliada. En primer lugar, la composición de esa coalición fue cambiando de modo constante. Los estados que se alzaron fraternalmente para contrarrestar la amenaza nazi en 1939, cuando se supone por lo general que comenzó la guerra, no fueron exactamente los mismos que pudieron celebrar la victoria al cabo de seis años. Varios estados importantes cambiaron de bando en el transcurso de la guerra, y el más poderoso de los aliados se mantuvo al margen hasta bien avanzado el conflicto. En segundo lugar, la coalición aliada incluía todo tipo de estados, desde imperios globales a dictaduras totalitarias, monarquías semiconstitucionales, repúblicas democráticas, gobiernos en el exilio y países divididos por la guerra civil. En tercer lugar, cuando en diciembre de 1941 la contienda se extendió al Pacífico, la interacción con el teatro asiático complicó de diversas formas la guerra europea. En teoría, la causa aliada se basaba en la Declaración de las Naciones Unidas de 1942, en la que participaron veintiséis signatarios (esa Declaración se remitía a su vez a la Carta del Atlántico, que entre otras cosas condenaba la expansión territorial y proclamaba «el derecho de todos los pueblos a elegir sus gobiernos»). Pero en la práctica era poco lo que unía a los aliados aparte del compromiso de combatir al enemigo común.
Durante todo el transcurso de la guerra la coalición aliada se vio enturbiada por la anticuada y muy paternalista idea de que «los aliados principales» tenían derecho a decidir sus planes por separado y en privado, mientras que «los aliados menores» debían aceptar las decisiones de aquéllos. Esa premisa no era muy cuestionada en aquella época, y son pocos los historiadores que la han puesto en cuestión con posterioridad, pero iba a tener algunas consecuencias muy serias. Aunque nunca se reconoció formalmente, daba pábulo a la actuación de los «Tres Grandes», a los que Winston Churchill, rememorando la experiencia de su antecesor el duque de Marlborough en el siglo XVIII, dio el pomposo título de «Gran Alianza».
La causa aliada se vio complicada también por el hecho de que la mayoría de sus miembros constituyentes mantenían una densa red de tratados bilaterales y alianzas menores con diversos países. Todas las «Naciones Unidas», como se llamaban a sí mismas, habían prometido cooperar en la lucha contra las potencias del Eje, pero no necesariamente defenderse o ayudarse mutuamente. En particular, no se estableció ningún mecanismo para proteger a un aliado frente a las depredaciones de otro. Las disputas entre aliados que no podían resolverse fácilmente solían remitirse, bien a la proyectada Conferencia de Paz de posguerra, que nunca tuvo lugar, bien a la Organización de las Naciones Unidas, que no comenzó a funcionar hasta septiembre de 1945.