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Kenzaburo Oé - M/T y la historia de las maravillas del bosque

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Kenzaburo Oé M/T y la historia de las maravillas del bosque
  • Libro:
    M/T y la historia de las maravillas del bosque
  • Autor:
  • Editor:
    Libranda Planeta
  • Genre:
  • Año:
    2012
  • Índice:
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M/T y la historia de las maravillas del bosque: resumen, descripción y anotación

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Índice P RÓLOGO MT SIGNOS DEL MAPA DE LA VIDA MT Hace ya tiempo - photo 1

Índice

P RÓLOGO
M/T: SIGNOS DEL MAPA DE LA VIDA

M/T. Hace ya tiempo que la combinación de estas dos letras adquirió para mí un sentido especial. Pensar la vida de un hombre requiere trazar un plan que no se contente con partir de su nacimiento, sino que se remonte más atrás y tampoco se detenga el día de su muerte, sino que se extienda más allá. El paso de un hombre por el mundo no debería reducirse a su nacimiento y a su muerte. Nace a la gran sombra del círculo de personas que lo rodean, y aún después de su muerte debería haber algo que perdurase. Y en este plan, en lo que a mí respecta, creo haber inscrito firmemente las siglas M/T. Además, en el mapa de la vida las repito en muchos lugares.

Aun antes de haber encontrado la combinación de estas dos letras, su sentido recorría a menudo mi espíritu. Se inscribe claramente en muchos puntos del mapa de la vida, desplegado de tal modo que vincula el lugar de mis raíces, anteriores a mi nacimiento, mi existencia actual y lo que seguirá a mi muerte. Este mapa de mi vida está concebido de manera que se remonta a antes de mi nacimiento en una aldea situada en un valle, en el fondo de un bosque, y que se extiende hasta el futuro de mi muerte, la cual me sorprenderá en cualquier lugar de este mundo, pero más probablemente en la ciudad. Algo que aparecerá con mucha claridad si se utilizan las siglas M/T.

Antes de adoptar estas siglas, M/T, ya capté concretamente el objeto que designan. Si se me pide que lo dibuje, apenas sin pensarlo mi dedo lo traza sobre el papel. Esto me ha sucedido, en efecto. Con el corazón latiendo, palpitando, sin que la cabeza comprendiera lo que ocurría, mi dedo trazaba rasgos al pastel, con un gesto rápido y seguro. He vivido así por primera vez este instante maravilloso en el que me he dividido en tres de manera irremediable...

Durante la guerra yo estaba en el tercer grado de la escuela primaria, que entonces se llamaba escuela nacional, y el maestro nos repartió a cada uno una hoja de papel de dibujo, difícil de obtenerlo en ese momento. «¡Haced un dibujo que muestre cómo es el mundo en el que vivís!», nos dijo el maestro, y nosotros estábamos excitados a causa de la distribución de aquel magnífico papel. Él trazó en el encerado, con tiza blanca, roja y azul, el modelo de esta «imagen del mundo».

Dibujó el archipiélago del Japón, hasta Sajalín, incluyendo Taiwan y la península de Corea; y, además del mapa del Imperio del Gran Japón, resaltó con tiza roja el continente chino y los distintos territorios ocupados en Asia. Y por encima, en las alturas, rodeados de nubes, representó los bustos de «Sus Majestades» el Emperador y la Emperatriz. El cuadro había sido concebido desde su punto de vista, y se hubiera dicho que se veía la Tierra abajo del todo. Parece, no obstante, que después el director amonestó a ese maestro por haber incurrido en la ligereza de dibujar a «Sus Majestades». Por mi parte, hice una representación parecida en mi hoja de dibujo. Pero en el lugar del mapa de los vecinos del Japón, dibujé el valle en el bosque, y en el lugar del Emperador y la Emperatriz, M/T.

El maestro me dio un puñetazo en la mejilla, al tiempo que gritaba: «¿Tú crees que esto es un “cuadro del mundo”?» Pero yo callaba, pues sabía muy bien que había dibujado un «cuadro del mundo» diferente del que podría explicarse a un maestro nacido y educado en una ciudad en la orilla del mar y destinado a una aldea del bosque. Además, yo me sentía muy orgulloso diciéndome: «Es el mundo en el que vivimos; nuestro bosque y nuestra aldea en el valle en medio del bosque son así.» En ese momento yo aún no poseía en mi corazón ese signo, pero si hoy día me permite expresar ese sentimiento, este pensamiento, yo diría que vivíamos en esa aldea a la sombra de un gran M/T.

Para mi cuadro, dibujé en medio de la hoja un valle rodeado de bosques. Luego un río que lo atraviesa: en esta orilla, en la cuenca, una aldea y campos a lo largo de la carretera provincial; en la otra orilla, un huerto en el que, entre otros árboles, crecen castaños. A continuación, el camino que, en una suave pendiente por la ladera de la montaña, conduce hasta el «arrabal». Por último, el bosque formando un círculo que cubre toda esta altura. Yo iba y venía de la ventana de la clase que daba a la montaña, a la ventana que, desde el pasillo, daba al río: para dibujar con cuidado el huerto, la arboleda, el bosque sombrío de cipreses, el bosque de cedros japoneses y el bosque virgen que se extendía hacia las alturas.

Por encima de todo esto, en todo el espacio de cielo que dominaba el bosque y el valle, dibujé una mujer gigante rodeada de nubes y un hombre adulto, de la estatura de un niño comparado con aquélla. La giganta tenía una larga cabellera que le caía por la espalda, y llevaba un vestido que le cubría los tobillos hundidos en las nubes. Si me hubieran preguntado su nombre, habría respondido sin vacilar: Oshikome. Mi abuela me contó una leyenda sobre una giganta que se llamaba así. El hombre era más pequeño que Oshikome. Vestido como un samurái, llevaba bajo el brazo derecho un largo fusil. También él aparece en una leyenda, pero si se sigue su rastro en los archivos de la aldea, se advierte que existió realmente con el nombre de Meisuke Kamei.

En esta aldea del valle, las leyendas, como mitos, se mezclaban con la historia. Sin embargo, yo sabía que Oshikome y Meisuke Kamei no vivieron en la misma época. Entonces, ¿por qué dibujé a estos dos personajes juntos? Porque tenía el sentimiento de que a mi cuadro le faltaba sin ninguna duda la pareja formada por una giganta y un hombre pequeño como un niño. Escuchando a mi abuela contar las leyendas de la aldea, me di cuenta de que la pareja constituida por un hombre y una mujer desempeñaba siempre un papel importante, juntos o separados. Comprendí entonces que así debía ser. Y me preguntaba por qué, para hacer el «cuadro del mundo», el maestro había dibujado al Emperador y a la Emperatriz en las alturas del cielo, rodeados de nubes. Reflexioné al respecto como si fuera un problema de nuestra aldea. Pensé, por tanto, en una mujer como Oshikome, en un hombre como Meisuke Kamei y en la pareja que formarían. Según la leyenda, en la época en que Oshikome reinaba en la aldea, había un hombre que acordó emparejarse con ella. De la misma manera, al final de la época Edo, en que Meisuke Kamei multiplicó sus actividades durante un breve período, iba acompañado por una mujer que desempeñaba el papel de Oshikome.

A su debido tiempo contaré la leyenda de Oshikome. Aquí voy a evocar el primer recuerdo de la leyenda de la aldea del bosque, tal como me la explicaba mi abuela. En otras palabras, a partir de numerosas combinaciones de parejas compuestas por las dos letras del abecedario M/T, elegiré una de las M que constituye Oshikome. Después de la fundación de la aldea, a un prolongado período próspero y dichoso sucedió otro desgraciado; o, a la inversa, todo era pobre y débil, pero entonces apareció una mujer para dirigir la aldea, y gracias a su sabiduría y a su fuerza consiguió superar la crisis: ella era Oshikome.

A decir verdad, cuando escuché por vez primera la historia de Oshikome, consideré que esta giganta era la misma persona que, en la época desdichada para la aldea, había empujado a los aldeanos a una crisis aún más grave... Entre otras cosas, Oshikome no sólo había requisado el terreno y la casa propiedad de cada aldeano, sino que también se había apoderado de los miembros de cada familia. Su reforma consistía en desmantelar y mezclar todo eso para reorganizar nuevos terrenos, nuevas casas y nuevas familias. Había pues que vivir en una casa que hasta la misma víspera perteneció a otro, con miembros de la familia que hasta entonces habían sido unos extraños, y debía cultivarse un terreno que no era el propio. Había que ceder la casa y el terreno y vivir separado de la familia.

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