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Kenzaburo Oé - Cuadernos de Hiroshima

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Kenzaburo Oé Cuadernos de Hiroshima
  • Libro:
    Cuadernos de Hiroshima
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1965
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Cuadernos de Hiroshima: resumen, descripción y anotación

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En agosto de 1963, Kenzaburo Oé, que entonces era un prometedor escritor de veintiocho años, se dirigió a Hiroshima para hacer un reportaje sobre la novena conferencia mundial contra las armas nucleares. Oé, indiferente a las maniobras de poder de los políticos, se interesó de inmediato por los testimonios de los olvidados del 6 de agosto de 1945, divididos entre «el deber de recordar» y el «derecho a callarse»; ancianos condenados a la soledad, mujeres desfiguradas, responsables de la prensa local y, sobre todo, los médicos que luchaban contra el «síndrome de Hiroshima», los efectos tóxicos de la radiación. Y estos encuentros habrían de cambiar para siempre la vida y la obra del escritor. Oé vio en su heroísmo cotidiano, en su rechazo a sucumbir a la tentación del suicidio, la imagen misma de la dignidad.

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I. PRIMER VIAJE A HIROSHIMA

Verano de 1963. Llego a Hiroshima al rayar el alba. Me asalta la ilusión de hallarme en una tierra desierta. Los habitantes de la ciudad aún no han pisado las calles. Sólo hay algunos pasajeros detenidos aquí y allá. En una mañana como ésta del verano de 1945 también llegaron a Hiroshima muchos viajeros. Quienes abandonaron la ciudad tal día como hoy hace dieciocho años o incluso al día siguiente, sobrevivieron. Pero los que se quedaron un día más se vieron abocados a sufrir la experiencia vital más inhumana de todo el siglo XX. Unos se volatilizaron al instante; otros continúan arrostrando un destino cruel atemorizados por el número de leucocitos en sangre. La atmósfera seca de la mañana ha empezado a resplandecer con un tono cálido y blanco. Dentro de una hora la ciudad emprenderá su actividad cotidiana. Todavía es muy temprano, pero la luz del sol brilla como si fuera mediodía y así será hasta el crepúsculo. Hiroshima ya no parece la ciudad fantasma que he encontrado al amanecer: ahora es una capital de provincias llena de actividad, la ciudad con el mayor número de bares de todo Japón. Muchos viajeros, ya sean blancos o negros, se confunden con la multitud que abarrota las calles. La mayoría de los visitantes japoneses son jóvenes. Bandera al hombro, se dirigen hacia el Parque de la Paz entonando canciones. Mañana el número de visitantes habrá superado los veinte mil.

Son las nueve de la mañana. Estoy en el Pabellón Conmemorativo de la Bomba Atómica, dentro del Parque de la Paz. Tras subir y bajar repetidas veces las escaleras y vagar desconcertado por los pasillos, he tomado asiento en un banco junto a otros individuos tan perplejos como yo. Un amigo mío periodista, que no se levanta de este banco desde hace días, parece igualmente desorientado, incapaz de comprender qué está sucediendo; la situación es tan difusa como la visión de un castillo lejano perdido entre la niebla. La atmósfera está llena de inquietud. ¿Se celebrará finalmente la Novena Conferencia Mundial contra las Bombas Atómicas y de Hidrógeno en Hiroshima? Dentro de este pabellón han tenido lugar diversas reuniones preliminares, pero la mayoría se han celebrado a puerta cerrada. Yo luzco el distintivo de periodista colgado del cuello y en todos los lugares me rechazan. Los periodistas a los que se niega la entrada, junto con los participantes en la Conferencia que han llegado demasiado pronto («¿Demasiado pronto?», objetan. «¡Pero si esta tarde llega a Hiroshima la Marcha por la Paz y la recepción de bienvenida está prevista al atardecer!»), incluso los miembros del Consejo Permanente de la Asociación Japonesa contra las Bombas Atómicas y de Hidrógeno vagan por los pasillos con aire desconcertado, se dejan caer en los bancos y suspiran. Todos musitan a modo de saludo: «En cualquier parte de la Tierra…». En origen, las palabras eran: «El eterno problema es la oposición a que se realicen experimentos nucleares en cualquier parte de la Tierra», pero ahora se limitan a repetir con aire taciturno: «En cualquier parte de la Tierra…» y exhalan un suspiro. ¿Qué parte de la Tierra es ésta? ¿Una parte cualquiera? ¿La Tierra de los muertos? ¿La Tierra de los demás? Recuerdo la impresión de tierra desolada y los escalofríos que me produjo la visión de los viajeros al alba por la mañana temprano.

De repente, la gente se levanta de los bancos y, junto con la multitud que deambula por los pasillos, se dirige a algún lugar. Yasui, presidente de la Asociación Japonesa contra las Bombas Atómicas y de Hidrógeno, va a comparecer en la sala donde se reúnen los miembros del Consejo Permanente para informar sobre la marcha de la interminable reunión secreta de los delegados del Consejo. No podemos perder de vista la punta de la torre del castillo que empieza a vislumbrarse a duras penas entre la niebla. Después del caos que se produjo en la Conferencia del verano pasado y la consiguiente paralización de las funciones de la Asociación Japonesa contra las Bombas Atómicas y de Hidrógeno, la presidencia de Yasui ha resultado totalmente inoperante. En el curso de la junta de delegados de la ciudad de Shizuoka, celebrada con pocos días de diferencia del Bikini Day, dimitió como presidente de la Asociación por el revuelo causado por el lema: «En cualquier parte de la Tierra…». Este verano ha reaparecido como presidente. ¿Será capaz de encontrar nuevas fórmulas para superar la confusión?

El presidente entra en la sala. Los miembros del Consejo lo reciben inquietos, cansados y algo tristes. Han estado esperando pacientemente, sin recibir información alguna, al igual que los periodistas que rondan por los pasillos o están apostados en bancos del Pabellón Conmemorativo de la Bomba Atómica y como los participantes demasiado madrugadores que se desparraman en grandes grupos a la sombra de los árboles del Parque de la Paz. Interrogan al presidente Yasui con una voz cargada de impaciencia. En el tono se mezclan la irritación y la súplica: casi un grito. Los más directos interpelan indignados al presidente Yasui y a los delegados (al fin y al cabo, ellos son los responsables del programa de la Conferencia Mundial) que los han mantenido durante tanto tiempo sumidos en la desinformación y en la inquietud.

«¿Se ha cancelado la Conferencia?», pregunta el delegado de la provincia de Kanazawa. El presidente Yasui no muestra ni enfado ni excitación. Responde con voz vibrante y empática. Parece sincero, pero se muestra muy cauteloso. «No, no la hemos cancelado. Estamos en un receso. He venido a explicarles con franqueza lo que han hecho los delegados». Estallan unas risas vacías. ¿Se reirán del nerviosismo del delegado de Kanazawa o de la estereotipada fórmula que ha empleado el presidente como respuesta?

El delegado de la ciudad de Yokosuka lo interpela: «En su anterior comparecencia, usted declaró que si la junta era incapaz de hallar una solución, el asunto se trasladaría al Consejo Permanente para ser debatido por la totalidad de sus miembros. ¿Ha dejado de reconocer la competencia del Consejo Permanente?».

Ante esta pregunta, el presidente Yasui se parapeta, de nuevo, en una actitud sincera, pero evita dar una respuesta comprometida: «He venido a mantener un diálogo sincero con ustedes». De hecho, ésa es la única pregunta capaz de poner a Yasui en un brete. Los delegados de Tokio y Nagano se limitan a insistir en la importancia de la celebración de la Conferencia Mundial. El delegado de Tokio dice: «Los participantes procedentes de Tokio están llegando en un número superior a lo previsto. Las condiciones para que la Conferencia sea un éxito son óptimas». Sin embargo, la opinión general es que la confrontación entre los grupos movilizados por el Partido Comunista y por el Partido Socialista representará uno de los posibles golpes de gracia a la Conferencia. El delegado de Nagano hace notar con cierta urgencia que se ha efectuado una campaña de recaudación de fondos en nombre de la Conferencia Mundial y que, si ésta no se celebrara, podrían hallarse en una situación comprometida.

Las voces de los delegados, más que interpelaciones, parecen súplicas patéticas desprovistas de autoridad, ruegos dirigidos al cielo. La Marcha por la Paz se aproxima a Hiroshima: faltan sólo seis horas para que llegue a la ciudad. Tendría que atisbarse ya la apertura de la Conferencia que serviría para darles la bienvenida, pero la realidad parece muy distinta…

El tono de voz del presidente Yasui no varía. Repite, con un acento sincero y apasionado, lo que resulta evidente (quizás demasiado evidente) a los ojos de cualquiera: que en el seno de la reunión de delegados existe realmente una delicada confrontación de ideas. Y añade con énfasis: «Denme un poco más de tiempo, por favor».

Da a entender que los miembros de la directiva hacen progresos lentos. Entretanto, se ha ignorado a los delegados durante mucho tiempo. El desarrollo de la Conferencia está bloqueado por la referencia a «cualquier país» y por divergencias sobre cómo debe afrontar la propuesta contra la proliferación de armas nucleares. (El presidente Yasui utiliza palabras abstractas y argumentos emocionales, pero nunca habla sobre obstáculos concretos). Insinúa diferencias entre el Partido Comunista de Japón, el Partido Socialista, el Consejo General de Sindicatos (Sôhyô) y los delegados extranjeros, en concreto las relacionadas con la confrontación chino-soviética, que han llevado a la Conferencia a un punto muerto. Todos conocían los problemas antes de que el presidente Yasui saliera a hablar. Por eso, lo único nuevo que pudimos oír fue la tan manida frase: «Denme un poco más de tiempo». En el caso de que los miembros de la directiva dispusieran de todo el tiempo que necesita Yasui, ¿se solucionarían los problemas? Nadie parece creerlo así. Al final, el presidente se marcha sin especificar a cuánto tiempo se refiere. La siguiente consulta entre los delegados está marcada por el desacuerdo general y por las sospechas. Cuando se plantea una sugerencia, inmediatamente se le ponen todo tipo de trabas. Algunos de los presentes empiezan a gritar y parecen dispuestos incluso a llegar a las manos. Son los que tomaban el té con miembros del Partido Socialista Japonés (PSJ). Un hombre que actúa como su líder dice al despedirse: «Son ustedes como esas parejas de separados o divorciados que continúan viviendo bajo el mismo techo». ¿Qué quiere decir con eso? Suena muy lejano a lo que debería ser el espíritu de consulta.

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