Marco Polo - Libro de las Maravillas
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- Libro:Libro de las Maravillas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1298
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Libro de las Maravillas: resumen, descripción y anotación
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La época
Los siglos
oscuros
de la Edad
Media
Cuando, en el año 407, los pueblos germánicos —los mismos que la historia conoce con el nombre de «bárbaros»— cruzan el Danubio y el Rin, se produce la hecatombe de una civilización que tenía en el Imperio romano su espejo más resplandeciente. Para Occidente, el marco social en que vivía el mundo romano, o romanizado, era fruto de varios siglos de cultura y de avances científicos que echan por tierra las irrupciones germánicas —reflejo y secuela de las revoluciones étnicas protagonizadas por los hunos, que ocupaban los vastos territorios que se extienden en el norte y centro de la Eurasia, desde Manchuria hasta Budapest—. En esa inmensa extensión pocas zonas permiten el cultivo agrícola, y los hunos estaban condenados a una vida pastoril y cazadora, nómada, propia de la etapa paleolítica de la humanidad. En contraste, los pueblos sedentarios del resto de Asia o de la cuenca mediterránea desarrollaban brillantes culturas que la gran invasión del siglo IV iba a aplastar.
La
desaparición
del orden
y la cultura
romanos
Al empuje de los hunos, como fichas de dominó todos los pueblos de la Rusia meridional se ponen en movimiento, empujándose unos a otros, y caen finalmente sobre la Romania entera, que, débil política y militarmente, no pudo contener la presión. El Imperio romano se desmorona y comienza entonces el período de los siglos oscuros para Europa. El antiguo orden de derecho romano pervivirá parcialmente, mezclado a los usos que los pueblos bárbaros traían. Pero la civilización culta que recogía las ideas aristotélicas y las tragedias de Eurípides, las obras latinas y los trabajos de investigación erudita de la época helenística es abandonada. Por lo menos son cinco los siglos dominados, en el terreno cultural, por la oscuridad más completa, mientras el feudalismo —un nuevo orden social— se gesta lentamente para formar otra vez Europa.
El nuevo
resurgimiento
de Europa
Hasta el siglo XI, ese proyecto de mundo occidental —que los protagonistas, por supuesto, ignoran— se halla en estado embrionario: Europa es una fortaleza amenazada al sur por el Islam, al este por los húngaros y al norte por los escandinavos, mientras al otro lado de los Urales se afirman los grandes imperios asiáticos. Pero en el siglo y medio siguiente el panorama ha cambiado. Entre Europa y los normandos de las estepas se interponen pueblos, bárbaros hacía quinientos años y ahora ganados para la causa cristiana, que, además, había logrado colocar cuñas en medio del cerrado mundo islámico y asiático: especialmente por medio de las comunidades nestorianas.
Las
cruzadas
En la Europa que va asentándose, segura de sí misma, la idea religiosa figura como eje de la existencia cotidiana y de los proyectos de futuro de los pueblos. Cuando los cristianos de Oriente se ven amenazados por la conquista turca en el siglo XI, los caballeros europeos, guerreros de profesión y de costumbres, se dirigen a liberar los Santos Lugares en cruzadas que acarrearon consecuencias de distinto tipo: la primera, liberar a los distintos estados de Europa de las guerras endémicas que la asolaban; la segunda, y más importante, ensanchar los límites de Occidente, salvar unos obstáculos y ampliar con ello un horizonte hasta entonces desconocido para multitud de caballeros, comerciantes y clérigos.
Las
cruzadas van
desvirtuando
su pureza
primera
Las cruzadas fueron el hecho histórico crucial de la Edad Media: complejas en la práctica bélica y en los conceptos ideológicos que las motivaron, su verdadera esencia de evangelización cristiana, de llegar al martirio y a la muerte incluso por unas ideas religiosas, sólo aparece pura en la primera de las expediciones (1097-1099) —que culmina con la toma al asalto de Jerusalén (en julio de 1099)—, y en algunos personajes y momentos de las posteriores. A la idea religiosa pronto se mezclaron factores políticos y económicos. En efecto, el desarrollo económico y el aumento demográfico iba ligado al desenvolvimiento de la industria pañera y de las sociedades urbanas; además estaba la permanente sed de tierras de los campesinos. También la Iglesia tenía intereses concretos en dos frentes: el Papado pretendía, por un lado, vincularse sociedades religiosas que, aunque cristianas, habían vivido hasta entonces de modo autónomo —caso, por ejemplo, de los reinos hispánicos, con una liturgia propia, la mozárabe—; y, por otro, la creación en Siria y Palestina de un cristianismo fuerte que neutralizara el influjo bizantino y acabase por someter de nuevo al Patriarcado de Constantinopla a Roma.
En este marco, y a partir sobre todo de mediados del siglo XII, la idea de cruzada se desvirtúa: en la segunda mitad de la centuria siguiente —momento en que nace Marco Polo— las ciudades marítimas italianas, la punta de lanza más agresiva en el terreno comercial, se dedican a encauzar la corriente expansiva de esa mezcla de cristianismo, belicismo y comercio en que estaba convirtiéndose la idea primera de cruzada.
Venecia y
su poderío
económico
La República de Venecia ejerce en ese momento la supremacía económica y militar; y, como proa de la expansión europea en busca de nuevos mercados, desde el siglo XII se había convertido en banquero y en transbordador de las tropas que cruzaban el Mediterráneo, e, incluso, según el calificativo de un historiador, en «instigadora de la gran piratería de ese siglo que fue la cuarta Cruzada».
El fracaso
definitivo
de las
cruzadas
Pero a mediados del siglo XIII, la desunión de las fuerzas europeas y los fracasos militares habían hecho desvanecerse los sueños de reconquista: el rey de Francia, san Luis, promotor de la sexta Cruzada, es capturado y ha de pagar rescate por su liberación; veinte años más tarde, durante la séptima y última, moriría víctima de la peste que echaba el telón sobre la empresa cruzada: el saldo de casi dos siglos de lucha no había pasado, ni siquiera en los momentos de mayor esplendor, de la dominación de algunas ciudades costeras.
Esperanza
asiática
Cuando el fracaso era patente, surge, en el remoto confín, una esperanza: los mongoles. Desde sus aleja das tierras llegan noticias legendarias y esporádicas. Si era cierto que, en 1241, los mongoles habían pasado los Cárpatos y se habían plantado casi ante las puertas de Viena, también lo era que, para las avanzadillas cristianas de Siria, Gengis Khan encarna al rey David; y cuando los ejércitos mongoles irrumpen en Armenia, los rumores hablan del retorno de los Reyes Magos.
Los
primeros
contactos
con los
mongoles
Saben además los cristianos que su enemigo, el mundo musulmán, lo es también de los mongoles. Así pues, se crea un clima propicio hacia los lejanos khanes, con quienes tratan de entablar relaciones tanto el Papado como el rey de Francia, las dos fuerzas hegemónicas de la Europa del momento. El papa ya había enviado a un franciscano, Jean du Plan Capin, que asistió a la coronación del khan Guyuk; aunque su embajada no tuviera éxito, escribió un compendio de Historia Mongolorum. Ocho años más tarde, otro francés, el fraile Guillaume de Rubruck, es enviado por san Luis y llega hasta Karakorum.
Tal es el marco histórico que permite la aventura «más maravillosa jamás contada»: el viaje de los Polo desde Venecia a los confines asiáticos: tras los reveses de las cruzadas, la esperanza propicia un clima de acercamiento, de alianza, que abre un mundo desconocido a unos representantes de la potencia hegemónica más avispada y fuerte del momento, la República de Venecia: dueña en la práctica de Constantinopla, poseía la llave de paso al otro lado; el monopolio económico que tenía sobre el mar Negro —puerta de Asia— permitía que alguno de sus ciudadanos comerciantes iniciase la aventura: y ésos fueron los Polo.
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