S orprende, a quienes damos conferencias y cursos universitarios, la ignorancia de muchas generaciones jóvenes respecto de la historia. A veces, ésta es evocada apenas como una película de Cecil B. DeMille.
Cuando di un curso en Estados Unidos sobre la cultura de Iberoamérica, lo inicié con la filosofía griega, el Derecho romano, el tomismo medieval y el Renacimiento. Un grupo de estudiantes se acercó a preguntarme, “¿por qué nos lleva tan lejos?” Mi respuesta fue otra pregunta: “Para ustedes, ¿cuándo empieza la historia?”. La respuesta, a coro: “¡1776!”. Es decir, la historia empezaba con la Independencia Norteamericana.
El libro de Juan José Bremer viene, pues, a llenar una inmensa laguna. Obra de intención claramente pedagógica, recuerda la historia de la “modernidad” a través de cuatro tratados de paz: Westfalia (1648) que puso fin a la Guerra de Treinta Años; Viena (1815) que creyó ser la lápida de Bonaparte y sólo abrió las puertas a las revoluciones burguesas y nacionalistas del siglo XIX; culminando con la Paz de Versalles (1919) que quiso enmendar los errores del pasado inmediato y sólo anunció los del futuro. Y, finalmente, San Francisco (1945) que intentó establecer normas de convivencia y solución para los conflictos de nuestro tiempo.
Juan José Bremer, al estudiar cada uno de estos tratados, implica la historia que precedió y siguió a cada uno de ellos. Ésta es, en efecto, una brillante historia de la modernidad. Que es nuestra modernidad sólo si la conocemos.
PRÓLOGO
Con una madera torcida,
como de la que está hecho el hombre,
nada totalmente recto puede ser elaborado.
IMMANUEL KANT
En este ensayo, analizo cuatro momentos de la historia moderna en los que, después de violentas confrontaciones, se establecieron nuevas reglas de convivencia internacional: la Paz de Westfalia de 1648, suscrita tras la Guerra de Treinta Años; el Congreso de Viena de 1815, que se llevó a cabo al finalizar las guerras napoleónicas; la Conferencia de Paz de 1919 en París, que se realizó después de la Primera Guerra Mundial y, finalmente, el periodo que define la creación del actual sistema internacional, el cual se inició al concluir la Segunda Guerra Mundial.
Siempre he pensado que la historia nos concierne a todos, no sólo a los historiadores. Sus temas nos afectan, quizá como nunca antes. Por esta razón, estoy convencido de que una visión de los momentos cruciales del pasado nos ofrece útiles referencias para nuestros días, pues el gran tema de nuestro tiempo es la falta de gobernabilidad internacional.
Aunque mi primera intención fue concentrarme en los procesos de paz, pronto me di cuenta de que no eran comprensibles por sí mismos, había que situarlos en su contexto: es necesario entender los motivos de la guerra para comprender la trama de la paz. Esto me llevó a las ideas motrices y a las contradicciones de cada época. Entonces se abrió un horizonte muy amplio y acepté el reto de presentar una visión resumida de algunos acontecimientos sumamente complejos. Lo escribí, como señala Eric Hobsbawm, “desde la perspectiva de un observador que participa o [de] un viajero con los ojos abiertos”.
No hubiera acometido esta empresa de no haber vivido en países que participaron en todos o en algunos de estos acontecimientos: Alemania, Suecia, Rusia, España, Estados Unidos y Gran Bretaña. Gracias a esto pude ampliar mi perspectiva, pues muchos de los episodios a los que me refiero en este libro siguen vivos en las discusiones públicas o forman parte de la memoria colectiva de estas naciones.
Este libro es un esfuerzo de divulgación y, por ello, deja muchos caminos sin recorrer. Sin embargo, el lector interesado en profundizar en alguno de los episodios podrá recurrir a las notas y a las sugerencias bibliográficas. No es éste un trabajo original en el campo de la investigación, aunque con frecuencia acudí a las fuentes originales. Las fuentes secundarias y los autores que elegí para analizar cada uno de los periodos tienen autoridad establecida y ofrecen al lector distintas perspectivas. Esta selección —evidentemente— es una decisión personal, pues en cada momento de la escritura se presentaron dilemas: ¿Qué tanta información debía incluirse sin perder el hilo conductor? ¿Hasta qué punto los detalles iluminan el conjunto? Ante estas interrogantes, opté por seguir el viejo consejo: “la virtud se encuentra entre los extremos”.
Este recorrido histórico no termina en conclusiones fáciles. Su intención es mostrar más que demostrar; poner a disposición del lector experiencias cruciales al borde del precipicio, los momentos de definición en los cuales se alcanzó lo que era posible, aunque no se logró lo que era deseable.
La Guerra de Treinta Años, las guerras napoleónicas —al igual que la primera y la segunda guerras mundiales— ocurrieron en contextos históricos distintos, pero tienen en común algunos rasgos significativos:
1. No fueron guerras locales: los primeros dos casos involucraron a los poderes de sus respectivas épocas, en su ámbito regional, mientras que los dos últimos tuvieron un efecto global.
2. Estos enfrentamientos tuvieron efectos en lugares que estaban más allá de los campos de batalla. La Guerra de Treinta Años y las guerras napoleónicas tuvieron consecuencias allende el continente europeo y las dos grandes guerras dieron paso a un nuevo periodo de la mundialización de la política y la economía.
3. Asimismo, estos conflictos coincidieron con periodos de transición y su estallido provocó grandes transformaciones de las ideas, las instituciones y la vida social.
Cada uno de estos episodios contiene los ingredientes del drama y la gran literatura con los cuales se cocina la Historia. Participan en ellos las instituciones de la época (monarquías, parlamentos, grupos de presión), los actores individuales (soberanos, estadistas, jefes militares y diplomáticos) y los intereses que representaban. En todos estos casos, la diplomacia buscó avanzar, en las ideas y los intereses, a través de los hombres.
El factor personal detrás de las decisiones del poder es de una dimensión imprescindible y, a lo largo de las siguientes páginas, he buscado dar a este factor el lugar que le corresponde. Además, en los momentos de crisis se enfatiza el arbitrio individual y los estadistas sobresalen durante las guerras y en la negociación de la paz. Por esta razón, en cada capítulo incluí las semblanzas de los personajes más importantes. En medio de fuerzas e inercias poderosas, sus acciones y omisiones no sólo marcaron las pautas, sino que determinaron el curso de los acontecimientos.
Todos estos sucesos han sido analizados en profundidad por los especialistas, pero no abundan los ejercicios de comparación, como el que se plantea este libro. Los hechos y sus protagonistas siguen siendo objeto de discusión y las interpretaciones sobre los motivos de la guerra y la paz dependen del color del cristal con el que se miran. La polémica sigue abierta porque todas las versiones históricas son, en alguna medida, una distorsión. Esto es aún más evidente cuando la historia se ocupa de momentos cruciales en los cuales la realidad se transforma debido a la mirada de un observador que inexorablemente está involucrado. Por ello, en los casos que lo ameritan, he buscado ofrecer al lector diversas perspectivas y una visión del contexto en el cual ocurrieron estos episodios.