Título original: La guerra de los Treinta Años
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] P. Chaunu, La civilisation de l’Europe classique, París, 1970, página 92.
[2] G. Pagés, La Guerre de Trente Ans, París, 1949, página 40.
[3]Organismo irregular y monstruoso («De Jure Naturae et Gentium libri octo», 1673).
[4]España y el Imperio, Traducción española. Madrid, 1962.
[5] Aspecto estudiado con exhaustiva documentación por José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano en España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639) , Barcelona. 1975.
[*] Siempre desde el punto de vista español, en el punto de la periodización propongo a los partidarios de los esquemas la siguiente para nuestra guerra europea de los cuarenta años: 1) período palatino, 1618-21; 2) fase holandesa, 1622-26; 3) marasmo financiero y militar, 1627-33; 4) lucha por las rutas, 1634-39; 5) crisis de la Monarquía, 1640-47; 6) fase francesa, 1648-55; 7) fase inglesa, 1656-1658. Por otra parte, el ciclo corto, propio de la política, requiere una fundamentación teórica que no cabe abordar aquí.
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue sin duda la primera gran guerra europea y ha sido considerada como un punto crítico en la historia moderna del continente. Iniciada en Bohemia por motivos religiosos, se extendió cual reguero de pólvora a las tierras del Imperio, afectando no sólo a toda Europa central sino también a las principales potencias del momento que, con su intervención en el conflicto armado, dirimían a su vez otras cuestiones paralelas. En este Cuaderno, Antonio Domínguez Ortiz, Geoffrey Parker, José Alcalá-Zamora y Pere Molas Ribalta analizan las causas de la conflagración, describen sus fases y principales operaciones, destacan el significativo papel de España y realizan un balance del nuevo orden consagrado por los tratados de paz de Westfalia.
AA. VV.
La guerra de los Treinta Años
Cuadernos Historia 16 - 083
ePub r1.0
Titivillus 17.05.2022
Las causas de la guerra
Por Antonio Domínguez Ortiz
De la Real Academia de la Historia
L A Guerra de los Treinta Años es la última fase de una guerra de religión que duró ciento veinte años, con sus silencios relativos y sus intensidades alternadas… Relacionada con el éxito de la Contrarreforma, corresponde a la contraofensiva católica y a la resistencia de la Europa protestante.
En efecto, aquella monstruosa conflagración, que sin exagerar podríamos llamar Primera Guerra Europea, tuvo unos orígenes religiosos, con los cuales se mezclaron otros que acabaron por desnaturalizar la fisonomía del conflicto conforme pasaba el tiempo y se extendía su área: desde el foco originario de Bohemia, el incendio abrasó toda la Europa central y estuvo relacionado con otras guerras paralelas, originadas por motivaciones distintas, aunque relacionadas entre sí, formando un panorama tan confuso como complicado.
Entre estos conflictos coetáneos mencionemos la interminable guerra que sostenía la Monarquía española con las Provincias Unidas, la que estalló entre España y Francia, con repercusiones dentro de la Península Ibérica (levantamientos de Cataluña y Portugal) y, en el Este, la lucha entre Suecia y Polonia por el control del Báltico.
El conjunto de estos conflictos armados arruinó regiones enteras de Europa, siendo a la vez causa y consecuencia de la crisis del siglo XVII, una crisis cuya realidad se impone contra cualquier intento de soslayarla. Para simplificar y no perdernos en detalles prescindiremos de las guerras paralelas y secundarias y de las causas menos operativas y nos ceñiremos al conflicto central, que se desarrolló en sus cuatro actos como una tragedia, sin unidad de tiempo (1618-1648), de lugar (desde los Alpes al mar del Norte) ni de acción, aunque siguiendo ciertas directrices básicas que se mantienen a lo largo de todas las sinuosidades y repliegues de los acontecimientos y que influirán en la decisión final, en la redacción de los tratados de Westfalia. Podemos agruparlos en tres apartados: motivos religiosos, políticos y socioeconómicos.
Causas religiosas
Los motivos religiosos tiñeron fuertemente el conflicto, sobre todo en sus primeras fases, pero por sí solos no hubieran producido un estallido tan sangriento. La Paz de Augsburgo, decretada por el emperador Fernando I, hermano de Carlos V, en 1555, se basaba en el reconocimiento del luteranismo en un plan de igualdad con el catolicismo dentro de los limites del Imperio germánico. Se reconocía la libertad religiosa a los príncipes, no a los súbditos; éstos deberían someterse a la voluntad de su soberano, cuya religión sería la única oficial y reconocida; a los disidentes sólo se les reconocía el derecho al culto privado y a la emigración. Un articulo de dicha Paz (el 5.º) decía así: En cuanto un arzobispo, obispo, prelado u otro sacerdote abandone la antigua religión (la católica) deberá dejar inmediatamente su arzobispado, obispado, prelacía u otro beneficio con todas las rentas que lleva anejas.
El caso se presentó, efectivamente, en más de una ocasión. La más grave, cuando el arzobispo de Colonia Gebhard Truchsess abandonó el catolicismo y contrajo matrimonio según el rito luterano, pretendiendo al mismo tiempo conservar su cargo. La importancia y riqueza del arzobispado y su proximidad a los Países Bajos daban especial gravedad a esta decisión; intervinieron las tropas españolas de Flandes y durante varios años se empeñó una guerra que terminó en 1589 con la rendición de la última de las fortalezas que poseía Truchsess y el reconocimiento del príncipe Ernesto. de confesión católica, como nuevo arzobispo. Este ejemplo ilustra acerca de cuán vivas se mantenían las discordias religiosas y cuán precario era el equilibrio establecido entre ambas confesiones.
El emperador Fernando II de Austria
(escuela de Rubens, Museo del Prado, Madrid).
No sólo católicos y luteranos se mantenían vigilantes, espadas en alto. Había un tercer factor que no había sido tenido en cuenta en la Paz de Augsburgo: el calvinismo, minoritario pero muy activo, Una serie de ciudades imperiales (verdaderas repúblicas independientes), algunas tan importantes como Bremen, lo habían abrazado como religión oficial. También el Palatinado, estratégica región al oeste del Rin, en la vía que recorrían los ejércitos españoles desde el norte de Italia hasta Flandes. Muchos prosélitos hizo el calvinismo en Bohemia y Hungría, tierras imperiales. Al quedar excluido de la Paz de Augsburgo se convertía en un factor de inestabilidad y descontento.
Por otra parte, en las cláusulas de dicha Paz subyacía la idea de estabilizar las relaciones entre las dos confesiones más poderosas, que seguirían odiándose pero mantendrían sus posiciones sin invadir las del adversario. De hecho (al contrario que el calvinismo) el luteranismo, muy subordinado a los príncipes temporales, se mostró conservador, poco expansivo, nada proselitista, como si se conformara con las conquistas realizadas.
La defenestración de Praga , 1618 (grabado alemán de Matthaus Merian).