ALAIN MUSSET
Ciudades nómadas del Nuevo Mundo
Primera edición en francés, 2002
Primera edición en español, 2011
Primera edición electrónica, 2012
Traducción de
JOSÉ MARÍA ÍMAZ
Título original: Villes Nomades du Nouveau Monde
© 2002, Éditions de l’École des hautes études en sciences sociales, París
Este libro fue publicado con el apoyo de la Embajada
de Francia en México, en el marco del Programa de Apoyo
a la Publicación “Alfonso Reyes” del Ministerio Francés
de Relaciones Exteriores
D. R. © 2011, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
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ISBN 978-607-16-1149-9
Hecho en México - Made in Mexico
A mis padres,
que hicieron posibles los fabulosos viajes que soñé desde niño.
A Marie-Hélène, sin quien las más bellas escalas
sólo hubieran sido puntos suspensivos.
Agradezco muy especialmente al Instituto Universitario
de Francia el que esta obra haya podido publicarse.
SUMARIO
Primera parte
CIUDADES DE PAPEL
Segunda parte
EL TIEMPO DE LOS ERRORES Y LOS ERRARES
Tercera parte
PARTIR ES MORIR UN POCO
Cuarta parte
LOS TERRITORIOS DE LA CIUDAD NÓMADA
PREFACIO
Las ciudades se insertan de manera muy marcada en el paisaje histórico hispanoamericano. Desde su llegada a esas tierras recién descubiertas, los conquistadores españoles del Nuevo Mundo las fundaron por decenas –quizás en mayor número que las batallas entabladas–, en ocasiones, sobre las ruinas de una ciudad ya conquistada antes, como la de México sobre Tenochtitlan, a veces en lugares desiertos o que lo parecían. Con todo, no creían en verdad domados esos espacios desconocidos u hostiles hasta que la hueste de guerreros o un grupo de colonizadores pacíficos —los pobladores— se constituían en junta fundadora, elegían a los regidores y jueces, diseñaban un plano de conjunto —la traza— e indicaban los solares donde se construiría la residencia del nuevo gobernador real, el ayuntamiento, la iglesia y las casas particulares. Muchas ciudades latinoamericanas de la actualidad, grandes o medianas, nacieron de rituales semejantes y de edificios modestos que les dieron su primera existencia material.
Los cronistas españoles elogiaron incesantemente la creación y el desarrollo de la red de ciudades y de las instalaciones cuya estructura constituían; veían en ello la señal del triunfo y la continuidad del imperio español. Así, el historiógrafo real Gil González Dávila celebraba en 1621, cuando la grandeza de la monarquía hispánica se encontraba aún en todo su esplendor, la obra realizada durante un siglo en el Nuevo Mundo: primero, la evangelización de esa
multitud de Reynos y Provincias, donde se han edificado 70 000 Iglesias, 500 Conventos de las Religiones de Santo Domingo, S. Francisco, S. Agustin, la Merced, y Cõpañia de IESUS, conquistadoras cõ la palabra de Dios de aquellas almas g ẽ tiles que tenian, governãdo el Marques de Montesclaros el Mexico y el Pirù mas de tres mil Religiosos.
Ni una palabra acerca del campo.
El cuadro es impresionante, pero probablemente contiene colores demasiado vivos: González Dávila era un cronista “oficial” y solamente tenía un conocimiento indirecto de América; no podía explicar todo lo que esa civilización urbana de las Indias tenía de frágil e inestable.
El primer mérito del bello libro de Alain Musset es aportar una mirada nueva a la historia de las ciudades hispanoamericanas; supo plantearse las preguntas adecuadas, seguramente porque sus experiencias personales cambiaron su visión retrospectiva, en particular la del gran terremoto de septiembre de 1985 en México, que vivió de manera directa. Desde hace mucho tiempo se sabe que cierta cantidad de ciudades de las Indias Occidentales fueron abandonadas, trasladadas: cuatro lugares para Guadalajara, dos para Panamá, tres para Guatemala y Veracruz, Lima destruida y reconstruida en dos ocasiones, etc. La lista sería larga, más de 160 casos durante los tres siglos de dominación española; empero, no parece que se haya contemplado ya ese problema en su conjunto. Las razones de tal inestabilidad son múltiples: en primer lugar, las catástrofes naturales (sismos, erupciones volcánicas, inundaciones, insalubridad, etc.) y, también, los desastres de la guerra: ataques de indígenas insumisos y piratas. Las decisiones de abandonar o desplazar generaban conflictos por motivos ideológicos o materiales y suelen revelar en forma cruel las tensiones sociales. Lo que se saca a la luz en esta obra tiene que ver con los aspectos más profundos de una civilización.
Alain Musset abarca esos fenómenos y sus diversas modalidades en su totalidad, un programa ambicioso que supo llevar a bien. La investigación es ejemplar: años de búsqueda en los archivos de España y de América; además, posee un amplio dominio del oficio de historiador que he visto en obra a lo largo de casi 20 años; pero lo que hace su libro tan atractivo es ser también un testimonio del trabajo de campo. El geógrafo Alain Musset recorrió América Latina, desde México y las Antillas hasta Chile; vio y estudió los antiguos lugares abandonados, las ciudades reconstruidas, así como las ruinas de los desastres más recientes. La riqueza de la obra es excepcional; modifica profundamente la visión tradicional de la historia urbana de esa parte del continente, lo cual ya es considerable; sin embargo, hay más: no sólo soy historiador sino también lector y, como tal, tuve un gran placer leyendo el libro. Auguro lo mismo a quienes me seguirán.
JEAN-PIERRE BERTHE EHESS
PRESENTACIÓN
Este libro de Alain Musset aparece en una importante coyuntura historiográfica, la cual remonta los marcos del Estado-Nación y extiende los horizontes del quehacer de historiadores y geógrafos al conjunto de Iberoamérica. La impronta urbana mediterránea ha servido de fundamento a las sociedades hispánicas a ambos lados del Atlántico y la historiografía ha mostrado que el peso de la ciudad es determinante. Veintiséis ciudades nacieron entre los años de 1519 y 1543 tan sólo en el territorio correspondiente al actual México central. Para el año de 1600, se habían fundado ya cerca de medio millar en ambos virreinatos: el Perú y la Nueva España. En unos cuantos decenios, el Nuevo Mundo se dio a la empresa de borrar el desfase de los progresos de Europa occidental en materia de urbanización. La ciudad fue, pues, en estas latitudes, la compañera del imperio. Antes y después del imperio romano y del español, ningún otro llevó la vocación urbana a semejantes vuelos; ni el británico ni el francés conocieron el mismo frenesí.
No hacía falta que se tratase de verdaderas aglomeraciones, 30 vecinos bastaban para fundar una ciudad. En la tradición romana e ibérica, la ciudad es ante todo una entidad jurídica; por lo tanto, se la podía mover de sitio y hasta llevar a cuestas si era necesario. Musset nos explica cómo contribuyó el traslado de ciudades a la formación de la red urbana que estructuró Hispanoamérica; pero la ciudad fue también depositaria y trasmisora del saber antiguo en materia de geofísica, climatología y mineralogía. Un saber que, aun sin haber leído nunca a Séneca, invocaba el vulgo todavía en 1943 para, por ejemplo, apaciguar la furia de un volcán en erupción mediante la excavación de agujeros o cráteres que le permitieran “resollar”.
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