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David W. Harvey - Ciudades rebeldes

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David W. Harvey Ciudades rebeldes
  • Libro:
    Ciudades rebeldes
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2012
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Ciudades rebeldes: resumen, descripción y anotación

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Ciudades rebeldes sitúa la ciudad en el centro de la lucha de clases y en torno - photo 1

Ciudades rebeldes sitúa la ciudad en el centro de la lucha de clases y en torno al capital, desde Johannesburgo hasta Bombay y desde Nueva York hasta São Paulo. Dirigiendo su atención tanto a la Comuna de París como al movimiento Occupy Wall Street y los disturbios en Londres, Harvey se pregunta cómo se pueden reorganizar las ciudades de una forma socialmente más justa y ecológicamente más sana, y cómo se pueden convertir en el centro de la resistencia anticapitalista.

David W Harvey Ciudades rebeldes Del derecho de la ciudad a la revolución - photo 2

David W. Harvey

Ciudades rebeldes

Del derecho de la ciudad a la revolución urbana

ePub r1.0

Titivillus 08.08.15

Título original: Rebel Cities. From the Right to the City to the Urban Revolution

David W. Harvey, 2012

Traducción: Juanmari Madariaga

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

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Para Delfina y todos los demás estudiantes de doctorado en todas partes.

DAVID HARVEY 1935 en Gillingham Kent Inglaterra es un geógrafo y teórico - photo 4

DAVID HARVEY (1935 en Gillingham, Kent, Inglaterra) es un geógrafo y teórico social británico. Desde 2001, es catedrático de Antropología y Geografía en la City University of New York (CUNY) y Miliband Fellow de la London School of Economics.

Es uno de los geógrafos académicos más citados y autor de numerosos artículos y libros de gran influencia en el desarrollo de la geografía moderna. En 2007, los analistas de Thomson Reuters lo incluyeron en su ranking de los veinte académicos más citados en las humanidades. Se autodefine como «urbanista rojo» y afirma pretender «crearle ardor de estómago a la bestia del capitalismo».

PREFACIO

La Icaria de Henri Lefebvre

Hacia mediados de la década de los setenta me encontré en París con un cartel editado por los Écologistes, un movimiento radical de acción vecinal dedicado a promover un modo de vida urbano ecológicamente más sensible, que presentaba una visión alternativa para la ciudad. Era un precioso retrato lúdico del viejo París reanimado por la vida vecinal, con flores en los balcones, plazas llenas de gente y niños, pequeñas tiendas abiertas a todo el mundo, multitud de cafés, fuentes, gente solazándose a orillas del Sena, parques y jardines aquí y allá (quizá eso lo he inventado en mis recuerdos), con tiempo suficiente para disfrutar de la conversación o fumarse una pipa (un hábito que todavía no se había demonizado en aquella época, como constaté a mis expensas cuando acudí a una reunión vecinal de los ecologistas que se celebraba en una sala densamente cargada de humo). Me gustaba muchísimo aquel cartel, pero con los años se fue deteriorando tanto que tuve que deshacerme con pena de él. ¡Me gustaría tanto volver a tenerlo! Alguien debería reimprimirlo.

El contraste con el nuevo París que estaba surgiendo y amenazando tragarse al antiguo era dramático. Los gigantescos edificios en torno a la Place d’Italie amenazaban ocupar toda la zona hasta darse la mano con la espantosa Tour Montparnasse. La vía rápida propuesta en la Rive Gauche, los insulsos bloques de apartamentos (HLM) en el 13e arrondissement y en los suburbios, la mercantilización monopolizada de las calles, la pura desintegración de lo que en otro tiempo había sido una vibrante vida vecinal construida en torno al trabajo artesanal en pequeños talleres en el Marais, la reestructuración de Belleville arrasando sus callejuelas y patios, así como la fantástica arquitectura de la Place des Vosges. Encontré otro cartel (de Batellier) que mostraba una cosechadora aplastando y engullendo todos los viejos barrios de París y dejando en su lugar largas filas de altísimos HLM, y que utilicé como ilustración clave en The Condition of Postmodernity.

Desde principios de la década de 1960 París se hallaba claramente sumida en una crisis existencial. Lo antiguo no podía durar, pero lo nuevo parecía demasiado horrible, exánime y gélido. La película realizada por Jean-Luc Godard en 1967, Deux ou trois choses que je sais d’elle , captaba delicadamente aquellas sensaciones. Presentaba madres casadas que se prostituían a diario, tanto por aburrimiento como por necesidad de dinero, con el trasfondo de la invasión de París por el capital empresarial estadounidense, la guerra de Vietnam (que antes había sido asunto de los franceses pero que ahora habían asumido los estadounidenses), un boom de la construcción de autopistas y rascacielos y la llegada de un consumismo desatentado a las calles y las tiendas de la ciudad. Sin embargo, la actitud filosófica de Godard —una especie de precursor wittgensteiniano del posmodernismo, melancólico e irónico—, que no permitía mantener ningún paradigma como centro o meollo de la sociedad, no era de mi gusto.

Fue aquel mismo año, en 1967, cuando Henri Lefebvre escribió su influyente ensayo Le Droit à la ville, que se entendía al mismo tiempo como una queja y una reivindicación. La queja respondía al dolor existencial de una crisis agónica de la vida cotidiana en la ciudad. La reivindicación era en realidad una exigencia de mirar de frente aquella crisis y crear una vida urbana alternativa menos alienada, más significativa y gozosa aunque, como siempre en el pensamiento de Lefebvre, conflictiva y dialéctica, abierta al futuro y a los encuentros (tanto temibles como placenteros) y a la búsqueda perpetua de la novedad incognoscible.

Quienes nos movemos en la vida académica somos bastante expertos en reconstruir la genealogía de las ideas. Así, examinando los escritos de Lefebvre de esa época, podemos encontrar un poco de Heidegger por aquí, de Nietzsche por allá, de Fourier acullá, críticas tácitas de Althusser y Foucault, y por supuesto el insustituible marco aportado por Marx. Merece la pena mencionar el hecho de que aquel ensayo hubiera sido escrito para la conmemoración del centenario de la publicación del primer volumen de El Capital, porque como veremos tiene cierta importancia política. Pero los universitarios olvidamos a menudo el papel desempeñado por la sensibilidad que surge de las calles a nuestro alrededor, por el inevitable sentimiento de pérdida provocado por las demoliciones que nos embarga cuando barrios enteros (como Les Halles) resultan remodelados o surgen aparentemente de la nada grands ensembles, junto con la excitación o la irritación de manifestaciones callejeras por esto o aquello, la esperanza que se despierta cuando grupos de inmigrantes traen de nuevo la vida a un barrio (esos grandes restaurantes vietnamitas en el 13e arrondissement en medio de los HLM), o la desesperanza que brota de la abatida angustia de la marginación, la represión policial y la juventud perdida sin remedio en el puro aburrimiento del creciente desempleo y el abandono en suburbios mortecinos que acaban convirtiéndose en focos de disturbios y rebeldía.

Estoy convencido de que Lefebvre era muy sensible a todo eso, y no solo por su evidente fascinación anterior por los situacionistas y su adhesión teórica a la idea de una psicogeografía de la ciudad, la experiencia de la dérive urbana a través de París y la exposición al espectáculo. Seguramente le bastaba salir de su apartamento en la rue Rambuteau para sentir un cosquilleo en todos sus sentidos. Por eso creo muy significativo que escribiera

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