Hasta un punto que ha sorprendido incluso al propio autor, casi todos los acontecimientos y episodios centrales de esta narración (y seguramente las partes más emocionantes) se basan en entrevistas extensas originales con casi todos los constructores de túneles más importantes, y varios de los correos y fugitivos; cientos de páginas de documentos nunca consultados antes de los archivos de la Stasi, y documentos recientemente desclasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos y de los archivos de la CIA.
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El ciclista
FEBRERO-MARZO DE 1962
A Harry Seidel le gustaba la acción, la velocidad y el riesgo. Encontraba todas esas cosas a la vez participando en carreras ciclistas. Harry pudo ser campeón olímpico, todavía lo habría podido ser, probablemente, si hubiera cambiado de actitud, porque a los veintitrés años estaba en su mejor momento, en cuanto a piernas se refiere. Pero Harry no era así. En cuanto se proponía algo, se dedicaba en cuerpo y alma, y en aquel momento no estaba persiguiendo la siguiente curva, a los otros competidores o la línea de meta. Solo unos meses antes había competido ante miles de fans entusiasmados en palestras muy ruidosas. Su foto aparecía en los periódicos. Los niños quizá incluso saludaban al esbelto y moreno héroe del deporte cuando lo reconocían paseando en bicicleta por las calles de Berlín. Pero entonces iba casi en solitario. Aunque se lo merecía, nadie lo animaba por unas victorias que superaban con mucho a cualquiera de sus hazañas deportivas. Habría sido demasiado peligroso.
Desde que surgió la nueva barrera que dividía Berlín, el 13 de agosto de 1961, la mujer de Harry, Rotraut, estaba muy preocupada por él. Cuando se iba para una de sus misiones secretas, ella se preguntaba si volvería a casa o desaparecería para siempre. Los amigos llamaban a Harry draufgänger, o sea, temerario. Le instaban a que abandonase sus hazañas que desafiaban la muerte, que volviera al ciclismo y abriera ese quiosco de prensa que ansiaba, pero era como si gritaran entre el viento invernal que barría el río Spree. Los primeros meses después de la construcción del Muro, Seidel había pasado a su mujer y su hijo, y a dos docenas más de personas, a través de la frontera casi impenetrable de Occidente. Y para Harry seguía habiendo muchísimas personas más que rescatar: casi todo el mundo en el este.
Seidel no había hecho más que recibir parabienes del Estado durante su carrera ciclista, que culminó con varios títulos en Berlín Este y dos medallas en el campeonato de Alemania del Este en 1959. Con menos de veinte años, abandonó su trabajo como electricista cuando el Estado empezó a pagarle para que se dedicara solo a competir. Aunque era muy alabado en los órganos de propaganda, al parecer Harry no era lo suficientemente patriota porque, a diferencia de muchos otros del equipo nacional, se negó a ingerir esteroides para mejorar su rendimiento. Tampoco quiso ingresar en el Partido Comunista, que estaba en el poder. Esto le costó cualquier posibilidad de formar parte del equipo olímpico del país en 1960, y el estipendio que le entregaba el gobierno fue cancelado.
A principios de 1962, su reputación en los archivos policiales de la policía secreta de Alemania del Este como colaborador de fugas igualaba a su fama como ciclista. Ese cambio no había carecido de costes para él.
La primera huida de Seidel fue la suya propia. Solo horas después de que se materializara la barrera de alambre y cemento que dividió brutalmente Berlín, la mañana del 13 de agosto, Seidel salió del apartamento que compartía con su mujer, su hijo y su suegra en el distrito de Prenzlauer Berg para explorar la frontera en bicicleta. Al sur del centro de la ciudad encontró un sitio en el que el alambre de espinos era bajo. Como los guardias estaban distraídos por los manifestantes, se echó al hombro la bicicleta y saltó por encima del alambre. Más que nada se trataba de una prueba. Supuso que podía volver al este con la misma facilidad, cosa que hizo unas horas más tarde pasando a través de un control. (Todavía no había problemas para pasar en esa dirección.) Al ser Harry como era, confiaba en poder saltar de nuevo la frontera al cabo de unas horas. No quería abandonar a Rotraut y a su hijo pequeño, André, pero tampoco quería perder el trabajo de entrega a domicilio de periódicos que tenía en el oeste. Aunque se quedara atrapado en la frontera, encontraría pronto una forma de sacar a su familia, incluyendo a su madre.
Aquel mismo día, Harry pensó en hacer otro viaje a la parte occidental, pero le pareció que los guardias de la frontera estaban estrechando sus controles. Justo después de anochecer, envolvió en plástico su pasaporte y se sumergió en el Spree, y recorrió a nado los más de doscientos metros que había hasta la parte occidental. Al salir a buscar aire casi choca contra un barco de la policía de Berlín Este. Tragando agua, finalmente oyó decir a uno de los guardias: «Vámonos, aquí no se ve nada». Cuando se fueron, siguió nadando el resto del camino hasta la orilla.