Javier Paniagua Fuentes - El anarquismo
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El anarquismo: resumen, descripción y anotación
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La propiedad
T ODO corrobora la ley de igualdad: jurisprudencia, economía política, psicología. El derecho y el deber, la recompensa debida al talento y al trabajo, las ansias del amor y del entusiasmo, todo está de antemano regulado por inflexible metro, todo tiende al número y al equilibrio. La igualdad de condiciones, he ahí el principio de las sociedades; la solidaridad universal, he ahí la sanción de esta ley.
La igualdad de condiciones no ha existido jamás, merced a nuestras pasiones y a nuestra ignorancia; pero nuestra oposición a esta ley demuestra más y más su necesidad. La historia es un constante testimonio de ello. La sociedad avanza de ecuación en ecuación; las revoluciones de los imperios ofrecen, a los ojos del observador economista, ya sea la reducción de cantidades algebraicas que recíprocamente se compensan, ya sea la aclaración de una incógnita, por la operación infalible del tiempo. Los números son la providencia de la historia. Es indudable, sin embargo, que el progreso de la humanidad cuenta con otros elementos; pero, en el sinnúmero de causas ocultas que conmueven a los pueblos, no hay ninguna más potente, más regular ni más significada que las explosiones periódicas del proletariado contra la propiedad. La propiedad, actuando simultáneamente por la eliminación y la ocupación a medida que la población se multiplica, ha sido el principal generador y la causa determinante de todas las revoluciones. (PIERRE-JOSEPH PROUDHON, «¿Qué es la propiedad?»)
Validez del sufragio
T EORICAMENTE, el sufragio universal es el derecho de la mayoría para imponer su voluntad a la minoría.
Este pretendido derecho es una injusticia, pues la personalidad, la libertad, el bienestar de un solo hombre son tan respetables, tan sagrados como puedan ser los de toda la humanidad. Por otra parte, no hay razón alguna para creer que el mayor número se encuentre siempre del lado de la verdad, de la justicia y de la utilidad general: en la práctica se puede observar que diariamente sucede lo contrario.
Si todos los hombres, menos uno, estuvieran contentos de ser esclavos y de sobrellevar, sin necesidad natural, toda clase de sufrimientos, aquel hombre tendría razón en rebelarse y reclamar la libertad y el bienestar. El voto, el número, no deciden nada, no crean ni destruyen derechos.
Una sociedad igualitaria debe estar fundada en el acuerdo libre y unánime de todos sus componentes. Es cierto que también en una sociedad socialista, donde la opresión y la explotación del hombre por el hombre hayan desaparecido por completo, y el principio de solidaridad regulase todas las relaciones humanas, puede suceder —sucederá seguro— que se produzcan casos en que sea necesario, o por lo menos más expeditivo, recurrir al sufragio popular.
Sin embargo, estos casos se irán haciendo cada vez más raros, a medida que la ciencia de la sociedad vaya descubriendo y demostrando con evidencia las soluciones exactas que correspondan a los varios problemas de la vida colectiva. Pero, en fin, quedarán siempre puntos en los cuales la solución aparecerá diversa y se hará necesario recurrir a un expediente más o menos arbitrario, y no se podrá o no convendrá dividirse en tantas fracciones cuantas sean las partes contendientes. En estos casos, lo más rápido será que la minoría se adapte al querer de la mayoría. Está bien; entonces, probablemente, se votará, pero el voto por tal motivo no es un principio, no es un derecho o un deber, sino solamente un acuerdo, una convención entre asociados.
(…) el régimen del sufragio universal, mentiroso como todo el sistema parlamentario, no es de ninguna manera el predominio de la mayoría de los electores. Se trata, simplemente, de un artificio con el cual el gobierno de una clase social o de una comunidad de casta toma las apariencias de gobierno popular. (E. MALATESTA, «Ideario»).
Libertad y naturaleza
F RENTE a las leyes naturales no hay para el hombre más que una sola libertad posible: la de reconocerlas y de aplicarlas cada vez más, conforme al fin de la emancipación o de la humanización, tanto colectiva como individual, que persigue. Estas leyes, una vez reconocidas, ejercen una autoridad que no es discutida por la masa de los hombres. Es preciso, por ejemplo, ser loco o teólogo, o por lo menos metafísico, jurista, o un economista burgués para rebelarse contra esa ley según la cual dos más dos hacen cuatro. (…)
La gran desgracia es que una gran cantidad de leyes naturales ya constatadas como tales por la ciencia, permanezcan desconocidas para las masas populares, gracias a los cuidados de esos gobiernos tutelares que no existen, como se sabe, más que para el bien de los pueblos… Hay otro inconveniente: la mayor parte de las leyes naturales inherentes al desenvolvimiento de la sociedad humana, y que son también necesarias, invariables, fatales, como las leyes que gobiernan el mundo físico, no han sido debidamente comprobadas y reconocidas por la ciencia misma.
Una vez que hayan sido reconocidas primero por la ciencia y que la ciencia, por medio de un amplio sistema de educación y de instrucción populares, las haya hecho pasar a la conciencia de todos, la cuestión de la libertad estará perfectamente resuelta. Los autoritarios más recalcitrantes deben reconocer que entonces no habrá necesidad de organización, ni de dirección, ni de legislación política, tres cosas que, sea que emanen de la voluntad del soberano, sea que resulten de los votos de un parlamento elegido por el sufragio universal, y aun cuando estén conformes con el sistema de las leyes naturales —lo que no tuvo lugar jamás y no tendrá jamás lugar—, son siempre igualmente funestas y contrarias a la libertad de las masas, porque les impone un sistema de leyes exteriores y, por consiguiente, despóticas.
La libertad del hombre consiste únicamente en esto, que obedece a las leyes naturales, porque las ha reconocido él mismo como tales y no porque le hayan sido impuestas exteriormente por una voluntad extraña, divina o humana cualquiera, colectiva o individual. (BAKUNIN, «Dios y el Estado»).
Salida de la cárcel de Jerez de una cuerda de presos pertenecientes a La mano negra ,
camino de la prisión de Cádiz ( La Ilustración Española y Americana ).
Análisis del Estado
L A explotación del Estado pesa tanto sobre todas las naciones, que la proporción de lo que sustrae a la sociedad excede al porcentaje medio de ganancia de los mismos capitalistas. En efecto, la renta del capital, de la propiedad y de todas las formas del privilegio clásico no alcanza el 25 y hasta el 35 por 100 de la renta total. Puede considerarse que los ingresos fiscales son únicamente beneficios, ya que el Estado no coloca capitales propios. Su renta no viene de capitales y esfuerzos productivos, y los beneficios que presta no alcanzan a la décima parte de lo que extorsiona. El Estado ha llegado, por lo tanto, a ser un explotador más temible que el capital. Es un hecho que no se pone bastante de relieve en las críticas a la sociedad actual, como al señalar y discutir las orientaciones del futuro.
El Estado explota al capital al mismo tiempo que le sirve y tiende a sustituirlo, lo que demuestra que no está colocado fatalmente bajo su dependencia, y que se desarrolla ante todo y sobre todo de acuerdo a sus particulares intereses; en consecuencia, creer en su desaparición automática con la desaparición de la lucha de clases, es uno de los más graves errores del marxismo.
El Estado no es un ente abstracto, metafísico e impenetrable, sino una asociación de nuevos explotadores, un ejército de burócratas de alta categoría, que explotan a la sociedad mediante los impuestos y todas las gabelas imaginables, y constituyen una especie de tercera clase con vistas a desplazar la de los privilegios y a sustituirla, reemplazando el régimen actual por un régimen de casta burocrática —gubernamental y militar—, que explotaría a la gran masa trabajadora tan inicuamente o más como lo ha hecho hasta ahora el propietario y el capitalista, obstaculizando más aún toda posibilidad de liberación. (
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