La historia del pensamiento abunda en destinos insospechados. Lo que un día estuvo en lo más alto se precipita al poco en el olvido, lo que parecía llamado a la desaparición perdura. Erasmo de Rotterdam fue en el siglo XVI la máxima personalidad del humanismo europeo, uno de los grandes impulsores de la modernidad cultural, cuya palabra era ley en el continente, y hoy solo es lectura de especialistas. Voltaire dio nombre a un siglo, el tan reciente XVIII, se identificó en gran medida con el proyecto emancipador ilustrado, fue ensalzado por Nietzsche en la segunda mitad del siglo XIX, y ha corrido suerte pareja a la de su predecesor humanista. Hubo un tiempo en que la cultura fue hegeliana, cuando se entendió que la historia de la humanidad tenía una dirección precisa y un sentido, percepción que llegó a ser abrumadoramente hegemónica en varios períodos del siglo XIX y del XX, y hoy ya casi nadie quiere recordar a Hegel. Todos los indicios condenaban a un oscuro rincón de las enciclopedias a la doctrina de Baruch Spinoza.
Este filósofo judío holandés del siglo XVII, réprobo y excomulgado, máximo exponente de una corriente filosófica, el racionalismo, concluyentemente refutada por Immanuel Kant en la Crítica de la razón pura, el pensador determinista que sostenía que todo cuanto sucede es necesario y no podría suceder de otro modo, que afirmó que Dios era la realidad e incluyó al ser humano en esta realidad necesaria, no debería ser, según todas las apariencias, un autor vivo, un contemporáneo nuestro. Su escritura sobria, austera, árida incluso, está al margen de la literatura. Su visión de la existencia humana es lo más opuesto a la percepción de libertad como espontaneidad que se ha impuesto en el mundo actual. Nada de Spinoza encaja fácilmente en nada del siglo XXI. Y aun así sigue siendo uno de los pensadores más estimulantes, vigorizantes y totales que hayan existido jamás. Tal vez ningún pensador anterior (salvo Platón) y muy pocos posteriores a él hasta el siglo XX siguen suscitando semejante interés en tantos lectores. Tres siglos y medio después de su muerte, sus ideas conservan no solo un enorme interés intelectual, sino la capacidad de ayudar a vivir a las personas concretas en su existencia real: en particular, su estudio de la psicología humana es de una modernidad y una clarividencia sorprendentes. Por eso, al fin y al cabo, se le sigue leyendo en la era de las tecnologías.
Retrato de Baruch de Spinoza, cerca de 1665.
Baruch Spinoza (1632-1677) es uno de los tres grandes filósofos racionalistas del siglo XVII, junto con Descartes y Leibniz. A raíz de la lectura del primero, cuyo pensamiento le pareció adecuado pero insuficiente, Spinoza concibió el proyecto de explicar la realidad (el mundo y todo su contenido, incluyendo al hombre con su interioridad) a partir de los conceptos de la razón. Creyó que si se pensaba correctamente se podía alcanzar un conocimiento cierto y fiable tanto del mundo físico como del moral, de las cosas de fuera y de las vivencias interiores. El racionalismo spinoziano tiene tres proyecciones básicas: metafísica, porque sostiene que en la realidad subyace un orden racional necesario; epistemológica, en el sentido de que el intelecto humano puede conocer este orden; y ética, por la convicción de que el bien para el hombre consiste en regir su vida por el conocimiento del orden universal.
Vivió en la época de la Revolución científica, en la que participó activamente como artesano (su oficio consistía en pulir lentes para telescopios, microscopios y demás aparatos ópticos) y como teórico, pues estaba al corriente de los avances de vanguardia en la física y otros campos. La fascinación que sentía por el conocimiento del mundo material no le hizo olvidar la dimensión subjetiva del ser humano. Su obra principal, la Ética demostrada según el orden geométrico, expone su filosofía moral sustentándola en la metafísica, o estudio del fondo o estructura de la realidad. La Ética, de inagotable interés a lo largo de los más de tres siglos que lleva publicándose, trata con rigor casi todos los grandes temas de la filosofía: existencia y naturaleza de Dios, relación entre mente y cuerpo en el ser humano, libertad y determinismo, verdad, leyes de la naturaleza, pasiones, virtud, felicidad, carácter del bien y del mal, inmortalidad, eternidad. Muy pocos libros han tratado de un modo tan serio un espectro temático tan amplio. Spinoza compuso también un estudio de teoría política y de interpretación bíblica, el Tratado teológico-político, con el que esperaba contribuir a traer la paz al mundo y a favorecer la libertad de pensamiento. Más tarde, con el Tratado de reforma del entendimiento procuró aportar los instrumentos conceptuales que consideraba indispensables para el recto pensar.
Rehusó el halago y el dinero de los poderosos para conservar su libertad e independencia en la pobreza. Subsistió con el oficio de pulidor de lentes, y construyó un sistema abstracto que prescinde de los datos sensoriales. Vivió con plenitud para la filosofía y, aun cuando llegó a ser célebre en los sectores cultos de toda Europa, prefirió no vivir de ella.
La insospechada pervivencia de Spinoza en nuestros días está repleta de paradojas, relacionadas tanto con su vida en el siglo XVII, como con el carácter intemporal de su obra o su lectura en pleno siglo XXI. Una cantidad que sin duda supera lo que cabría esperar en un pensador que vivió con discreción y coherencia y construyó un sistema claro que es la culminación del racionalismo. Estas contradicciones (muchas de ellas solo aparentes, como se verá a continuación) tienen el efecto de hacer muy atractivo al Spinoza histórico, por muy envuelto que esté en un halo de misterio, y de convertir el acercamiento a sus ideas en una aproximación al mismo tiempo decidida e insegura, irresistible y tentativa. Veamos las principales de estas paradojas, aparentes o reales.
Paradoja biográfica: Spinoza fue un hombre íntegro, honrado y pacífico contra el que se lanzó una violencia furibunda antes, durante y después de su vida. Promovió la tolerancia y el respeto, la independencia de pensamiento y la paz civil. Su ideal de existencia humana, el que asumió en la suya propia, la vida sobria y retirada del sabio, entregada al pensamiento sereno y relacionada en paz con los hombres, chocó con la aversión y la inquina. Sus abuelos y padres fueron expulsados de la península Ibérica por ser judíos, después de convertirse por la fuerza al cristianismo. Los Spinoza (apellido en el que se transformó el original Espinosa al salir la familia de España y Portugal) se establecieron en Ámsterdam, por aquel entonces el lugar más tolerante de Europa. Pero en la ciudad neerlandesa, donde nació, Baruch sería expulsado de la Sinagoga, la comunidad judía, por abrigar ideas contrarias a la religión oficial; el comité directivo le lanzó en su comunicado las más terribles imprecaciones: «Maldito sea de día y maldito sea de noche, maldito sea al acostarse y maldito sea al levantarse, maldito sea al entrar y al salir». Cuando sus amigos editaron su obra completa a los pocos meses de su muerte, las autoridades la prohibieron y refutaron, y ordenaron quemarla. Parece una animadversión desmesurada contra alguien que llevaba grabado en el anillo de sello el lema vital en latín: «Caute», «sé cauto».
Paradoja del dolor y la serenidad: Su familia padeció una desmesurada mortandad que segó prematuramente la vida de la madre, la madrastra y varios hermanos de Baruch. A pesar de ello, Spinoza construyó un pensamiento de la serenidad y la felicidad.
Paradoja de la mala salud y la vitalidad: Durante la mayor parte de sus escasos cuarenta y cuatro años de vida tuvo una salud muy frágil que le obligaba a ser precavido en los hábitos alimentarios y físicos. Sin embargo, su filosofía es una afirmación de la vida, insta a ahondar el sentimiento de la propia existencia y a «perseverar en el propio ser».