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Joan Solé - Kierkegaard

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Joan Solé Kierkegaard
  • Libro:
    Kierkegaard
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  • Año:
    2015
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Kierkegaard: resumen, descripción y anotación

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Søren Kierkegaard (1813-1855) es autor de una personalísima obra que abre una via nueva en el pensamiento. Sitúa como fundamento de todo pensar al sujeto existente, al ser humano real e histórico. Con ello construye una nueva concepción del conocimiento y la verdad, que ya no es la abstracta y eterna que habían sustentado el idealismo y el racionalismo tradicionales. El existente concreto y particular, con su carga subjetiva y su anhelo espiritual, se coloca de esta manera en el centro de la reflexión. Cuando, al concluir la Segunda Guerra Mundial, los ñlósofos relacionados con la corriente existencialista traten de reformular desde los escombros una nueva filosofía moral y una cultura, no buscarán las abstracciones que han propiciado la barbarie, sino el giro kierkegaardiano hacia el centro del ser humano. Desde esta recuperación, se ha descubierto en el pensador danés una enorme riqueza en la que la psicología, la filosofía y el genio literario se ponen al servicio de una tarea religiosa: llevar al ser humano individual a la esencia del cristianismo. Manuel Cruz (Director de la colección)

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La dimensión interior

«He trabajado en pos de un desasosiego orientado al ahondamiento interior».

Interioridad subjetiva: el individuo concreto irreductible al concepto

Søren Kierkegaard es uno de los pensadores que más han iluminado, en cualquier momento de la historia, la dimensión interior humana. Ya solo por eso la humanidad ha contraído una deuda insaldable con él. Pero ¿qué debemos entender por esta interioridad? No algo etéreo ni metafórico, no una figura retórica adecuada para versos líricos, sino un estrato existencial muy real, aunque no cuantificable ni reducible a fórmulas científicas o conceptuales. Conforme al muy recomendable hábito filosófico de no dar nada por supuesto y cuestionarlo todo de entrada, conviene hacerse una idea inicial de aquello que Kierkegaard introdujo como novedad sustancial y radical en el pensamiento. Un contraste entre el mundo biológico y esta otra realidad puede ayudarnos a situar el enfoque en la posición adecuada.

Los arenques son peces azules que forman grandes bancos en el norte del océano Atlántico y en el mar Báltico. Se alimentan de plancton y de animales pequeños. Su desove primaveral tiñe de blanco el mar le da una textura lechosa, por la gran cantidad de huevos que ponen. Los depredadores —leones marinos, focas, garzas y gaviotas— se abalanzan sobre los huevos y los engullen mayoritariamente; se calcula que sobrevive un arenque por cada diez mil huevos. Estos supervivientes, una vez pescados por el hombre, se curan con sal y después se desalan para, condimentados con cebolla, ajo o mostaza, consumirse acompañados de pan o patatas.

Ahora bien, desde el punto de vista del desmesurado universo, es decir, desde una perspectiva exterior, ¿qué diferencia sustancial puede haber entre un arenque y un ser humano? Ambos son diminutos organismos vivos que realizan funciones biológicas durante un brevísimo intervalo de tiempo entre dos eternidades, dos motitas de polvo, dos gotas de agua en un mar infinito. Por supuesto, hay una diferencia cualitativa: mayor complejidad de un cerebro más desarrollado, más capacidad cognitiva y figurativa, etcétera. Pero, desde el punto de vista del universo, esto es tan insignificante que no vale la pena ni mencionarlo.

Y sin embargo, ninguna persona que no sea profundamente nihilista admitirá una equivalencia entre el arenque y el ser humano. No la admitirá por dignidad, por amor a otras personas y por el deseo de que la vida tenga un sentido trascendente. Si desea argumentar la negación de esta equivalencia es muy probable que acabe dándose cuenta de que la diferencia básica entre arenques y humanos es que los primeros están condenados a ser únicamente, para siempre, pura exterioridad, mientras que los humanos tienen abierta la posibilidad de ser, además de exterioridad, interioridad: conciencia, reflexión. El arenque solo puede vivir fuera de sí, entre las cosas y las situaciones: el ser humano, en su fuero interno, aspira a sustraerse a las determinaciones inmediatas para construir valores y captar sentidos.

Kierkegaard asumió como tarea de su vida comprender el carácter humano tal y como él lo entendía: en su dimensión interior, en su singularidad irreductible a conceptos; deseaba alcanzar la realidad esencial de lo humano en su existencia particular y concreta, como un yo vivo en el tiempo y abierto a la trascendencia, más allá de lo biológico, lo político, lo económico y lo histórico. Ha habido poetas capaces de penetrar y ver hasta estratos muy profundos de la interioridad humana: Shakespeare, Rilke y algunos más han «tocado fondo» en muchos momentos. Algunos pensadores se han adentrado en zonas recónditas del alma, cada uno por sendas personales: Montaigne por la naturalista, Nietzsche por la de los valores, Schopenhauer por la intuitiva… Kierkegaard abre un camino personal en la espiritualidad, que le llevará a situar al ser humano libre y responsable ante lo absoluto trascendente en su dimensión interior, la que le es más propia y consustancial.

El presente estudio está dedicado a observar el laborioso sendero que abre Kierkegaard a través de un denso y penumbroso bosque hasta alcanzar su claro central, por fin iluminado desde lo alto. Lo decisivo de su tarea es que no pretende salir del bosque, sino alcanzar su centro cueste lo que cueste. Logra abrirse paso empleando los instrumentos que halla en la psicología, la filosofía y la teología. Demasiado intenso y personal para conformarse a los rígidos límites de una disciplina establecida, Kierkegaard es un autor inclasificable al que no cabe incluir en ninguna escuela. Su interés, actualidad y vigencia consiste en haber afirmado esa interioridad humana y abrirla en un sentido trascendente a lo absoluto, desde el iluminado claro central del bosque.

La afirmación del valor de cada existencia concreta, particular e individual como centro no solo de su propia vida, sino de la vida, choca desde luego con toda la tradición filosófica de índole idealista que, desde Platón a Hegel, confiere este lugar dominante al concepto general abstracto. Se desarrollará con más detalle a su debido tiempo, pero en este capítulo introductorio vale la pena situar ya a Kierkegaard como el creador de una nueva perspectiva en el pensamiento. Nadie que tuviera algo que ver con la filosofía o la teología se había atrevido antes que él a plantear con semejante convicción la existencia individual como el hecho básico, el dato fundamental. El pensamiento occidental se había constituido como saber racional y discursivo, con pretensión de objetividad, fundándose en la abstracción supraindividual, y esta tendencia abrumadoramente hegemónica llegó a su apogeo en el idealismo alemán encabezado por Georg Wilhelm Hegel, creador de una filosofía panlogista donde lo singular individual quedaba aniquilado y borrado por el concepto absoluto universal. El hegelianismo fue la filosofía dominante en la primera parte del siglo XIX, tanto en Alemania como en la diminuta y vecina Dinamarca, así que Kierkegaard se formó durante sus años de estudiante en la disciplina idealista. En su madurez se rebeló contra la abstracción despersonalizadora.

Kierkegaard abre la senda de la subjetividad radicalizada, en la que la persona descubre su propia dimensión espiritual. Cualquier verdad que se busque y alcance tiene que ser por fuerza una verdad existencial y subjetiva, hondamente personal. Para el pensador danés, hay que intensificar esta subjetividad porque es la única vía del conocimiento. Cualquier elemento extraño a esta singularidad es un engaño que aparta fatalmente de la senda. La existencia individual lo es todo en el ámbito humano, y no puede reportar más que verdad subjetiva, la verdad para mí a la que se refiere Kierkegaard en el fragmento de diario elegido como cita inicial de este libro: la verdad encarnada y entrañada, con la que se identifica el más hondo, sincero y auténtico deseo vital del existente real. Este compromiso absoluto con la existencia individual concreta y particular es lo que ha convertido a Kierkegaard en el primer (y el gran) existencialista.

La puesta en primer plano de un sujeto real no supeditado a concepciones abstractas, la perspectiva de la subjetividad radical, es lo que convirtió a Kierkegaard en un pensador admirado a mediados de siglo XX, tras casi una centuria de desatención y olvido. Cuando a la salida de la Segunda Guerra Mundial filósofos de la talla de Karl Jaspers, Gabriel Marcel, y J.-P. Sartre levantaron acta del fracaso de la civilización occidental y trataron de fundamentar otro tipo de cultura en valores personales arraigados en la existencia, y no en las abstracciones despersonalizadas que habían llevado a las matanzas masivas y la barbarie, hallaron en Kierkegaard un referente distinto a todo lo demás, una alteridad que abría una vía verdaderamente humana. Es ilustrativo de la fuerza de Kierkegaard que hoy, a principio de siglo XXI, cuando ha menguado mucho la boga que tuvo el movimiento existencialista representado sobre todo por Sartre, el pensador danés siga siendo ampliamente traducido a las principales lenguas, recibiendo estudios serios e interesando a un público que va más allá del ámbito universitario.

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