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Justus F. Wittkop - Bajo la Bandera Negra

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Justus F. Wittkop Bajo la Bandera Negra

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«El hombre es bueno» El anarquismo se basa en esta convicción y a partir de ella extrae sus argumentaciones: si el hombre es bueno, no se necesita violencia para mantenerlo en el camino recto, cosa por la que se han esforzado siempre las instituciones estatales (policía, tribunales, leyes, gobiernos e iglesias) con sus medios de coacción, y mediante la cual, además, justifican su existencia. El hombre tiene derecho a la libertad sin restricciones. Puesto que es autónomo solamente una adhesión voluntaria puede obligarle a algo. Sin embargo las instancias coactivas no quieren renunciar a la fuerza que se han arrogado. De aquí surgen todas las opresiones, injusticias, crímenes y sufrimientos sociales. Por eso el hombre debe liberarse de sí mismo, es decir, debe desencadenar la revolución; no la revolución política, que lo único que hace es sustituir una dominación por otra, sino una revolución mucho más amplia que destruya todas las formas anteriores que han conducido a los hombres en un desarrollo unilateral a las actuales situaciones de dependencia; una revolución que traiga consigo la liberación de todas las coacciones económicas y políticas, puesto que esta libertad puede ser el único estado apropiado. Por esta razón todo lo que acelere su estabilidad debe favorecer, mientras que ha de ser destruido, por el contrario, todo lo que se oponga o le obstruya el camino.

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BAJO LA BANDERA NEGRA *

(HECHOS Y FIGURAS DEL ANARQUISMO)

Justus F. Wittkop

CAPÍTULO I

EL CONCEPTO DE SOCIEDAD SIN COACCIÓN

«El hombre es bueno» El anarquismo se basa en esta convicción y a partir de ella extrae sus argumentaciones: si el hombre es bueno, no se necesita violencia para mantenerlo en el camino recto, cosa por la que se han esforzado siempre las instituciones estatales (policía, tribunales, leyes, gobiernos e iglesias) con sus medios de coacción, y mediante la cual, además, justifican su existencia. El hombre tiene derecho a la libertad sin restricciones. Puesto que es autónomo solamente una adhesión voluntaria puede obligarle a algo. Sin embargo las instancias coactivas no quieren renunciar a la fuerza que se han arrogado. De aquí surgen todas las opresiones, injusticias, crímenes y sufrimientos sociales. Por eso el hombre debe liberarse de sí mismo, es decir, debe desencadenar la revolución; no la revolución política, que lo único que hace es sustituir una dominación por otra, sino una revolución mucho más amplia que destruya todas las formas anteriores que han conducido a los hombres en un desarrollo unilateral a las actuales situaciones de dependencia; una revolución que traiga consigo la liberación de todas las coacciones económicas y políticas, puesto que esta libertad puede ser el único estado apropiado. Por esta razón todo lo que acelere su estabilidad debe favorecer, mientras que ha de ser destruido, por el contrario, todo lo que se oponga o le obstruya el camino.

Esta profesión de fe del anarquismo, reducida a la fórmula más simple, contiene ya la paradoja de que aspira alcanzar el estado final de ausencia total de violencia con ayuda de la misma, si bien hay que tener en cuenta también que había tendencias anarquistas que rechazaban toda forma de violencia. Precisamente el anarquismo no conoce dogmas. Teóricamente todos los anarquistas coincidían tan solo en defenderse frente a toda violencia estatal, y sobre todo frente a toda dictadura, aun (en realidad dictadura de los dirigentes del partido)

Los anarquistas sienten una profunda desconfianza por los partidos políticos. Ven en ellos únicamente un medio para el ejercicio de la dominación, por lo cual se abstienen generalmente de votar en las elecciones. Por lo tanto, renuncia a representaciones en los parlamentos, que en su opinión constituyen solamente posiciones de poder ajenas a la base y alcanzadas a costa de los electores; jamás se han constituido en un partido puesto que no quiere dominar ni ser dominados. Ciertamente entre ellos constituyeron grupos y asociaciones hasta llegar a las confederaciones anarcosindicalistas, pero el principio supremo siguió siendo tiempo la igualdad y la solidaridad entre sus miembros. Incluso una personalidad tan carismática como Bakunin, por ejemplo, uno de los fundadores del anarquismo revolucionario, no fue considerado nunca como un jefe de los socialistas libertarios de llamada confederación del Jura, sino tan sólo como I´ami Michel , como un amigo.

Cuando en el último cuarto del siglo pasado se produjo una serie de espectaculares atentados, las prefecturas de la policía de los estados europeos sospecharon, muy equivocadamente, la existencia de una organización internacional. Se trataba en todos los caso de acciones de partidarios aislados de la an-arquia [1] que no retrocedían ante el auto-sacrificio y el crimen en pro de su fe impregnada de mística política. Con su «propaganda por el hecho» ha sido causa continua de titulares periodísticos a los largo de varias décadas. Sin embargo tras estos hombres perseguidos por ideas y representaciones obsesivas se hallan los teóricos del anarquismo, cuyos programas político-económicos y sociales presentan un muestrario de modelos del pensamiento libertario y no necesitan albergar ningún temor, por lo menos en muchos puntos, ante una comprobación sería, sin prejuicios a la aberración terrorista y a pesar de todos sus utópicos objetivos.

Es cierto que bajo la palabra anarquismo se agrupan ideas contradictorias, pues no existe la doctrina anarquista. Las vías hacia la sociedad libre de dominación se presentan a los distintos teóricos de manera muy diferente. Todos ellos continúan un remoto sueño filosófico, cuyas huellas ha seguido más de un historiador hasta la antigüedad. Max Nettlau, cronista alemán del anarquismo, ha escrito un libro sobre lo que él llama la primavera del anarquismo [1] desde el filósofo alejandrino Karpócrates (siglo II a.C.) hasta el italiano Carlo Pisacane -caudillo de los cuerpos francos que escribió un Ensayo sobre la revolución y cayó en la lucha durante el Risorgimiento italiano- pasando por Rebelais (1495-1553), Nattlau examina la historia espiritual de europea en busca de los orígenes del pensamiento libertario. Lógicamente el siglo XVIII, época en que se comenzó a tomar conciencia de los problemas sociológicos, fue pródigo en «construcción sobre el tablero» de sociedad futuras libres de coacción. [1] Baste con mencionar aquí únicamente el libro de Morelly Naufrage des iles flottantes, ou Basiliade du célébre pilpae (1755): sin leyes, sin instituciones, sin propiedad; las vida se desarrolla allí como entre los miembros de una familia primitiva asombrosamente armónica, gobernada por una especie de de rey-padre carente de medio de poder debido a que rige como supuesto natural una unanimidad basada en la razón. De esta perspectiva idílica toma su colorido la confortante visión del futuro del varón Von Knigge (1752-1796), conocido prácticamente por su libro Sobre el trato con los hombres, libro mal citado a menudo y escrito para la emancipación de la burguesía.

«Príncipes y naciones desaparecerán de la tierra sin violencia; el género humano llegará a ser algún día una familia y el mundo la morada de los hombres racionales (…) Cada padre de familia será algún día, como antaño Abraham y los patriarcas, el sacerdote y el señor absoluta de la misma, y la razón el único código de la humanidad». [1] No es necesario mencionar todas las utopías sociales elaboradas durante la ilustración. Las representaciones de un mundo sin la dominación del hombre por el hombre se hicieron más concretas tras la caída de la teocracia, es decir, tras el desmoronamiento de la sanción divina de la dominación. Pero cuando la fiebre de libertad de la revolución francesa sólo produjo una dominación nueva y más dura, cuando en la época burguesa la explotación del hombre por el hombre adoptó nueva formas espantosas, diferentes pensadores intentaron trasformar el viejo sueño en postulados políticos, económicos y sociales. Únicamente podían inspirarse en el arsenal de ideas de la filosofía de la Ilustración. En el fondo el anarquismo asume de nuevo la consigna que la revolución burguesa había utilizado y más tarde traicionado: libertad (su exigencia suprema), Igualdad (Eliminación definitiva de toda clase de tutela autoritaria), Fraternidad (profundizada hasta la solidaridad).

CAPÍTULO II

LOS PRIMEROS ANARQUISTAS

A finales del siglo XVIII la Inglaterra que, dominada por la gran burguesía whing y la oligarquía terrateniente y sacudida por el miedo a los jacobinos, se levantan en armas contra la Francia revolucionaria, era ya el primer país en conocer las consecuencias del desarrollo industrial, los sombríos paisajes fabriles, la acumulación de capital y la creciente miseria de las masas proletarias. En esta Inglaterra apareció en el año 1793 un extenso libro con el inofensivo título de Enquiry concerning political justice and its influence on general virtue and appiness [1] . Su autor, el antiguo clérigo William Godwin (1756-1836), era hijo así mismo de clérigo. Godwin había abandonado su ministerio al perder la fe. Influido por la lectura de Helvecio (1685-1755) y D´Holbach (1723-1789), los ateos de la ilustración francesa, se había dedicado al estudio del materialismo filosófico. Se ganaba la vida como Hack-writer, es decir, como escritos asalariado. Pero por la noche, sentado en su pupitre, anotaba sus propios pensamientos anticonvencionales. Alegremente confiado, había hecho suya la optimista opinión de la educabilidad del hombre hacia la razón y de su bondad natural. La razón llevará, en última instancia, todo a la perfección en el momento en que se le conceda un lugar en la tierra.

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