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Miguel Ángel Aguilar - España contra pronóstico

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Para Juby Bustamente ella sabrá por qué Prólogo El coste de la no España - photo 1

Para Juby Bustamente
ella sabrá por qué

Prólogo
El coste de la no España

«Todo libro es en cierto modo un exorcismo, una manera de soltar lastre, un intento de dejar atrás una pegajosa fantasía o una insistente pesadilla», escribe El Roto en la introducción a su libro Camarón que se duerme se lo lleva la corriente de opinión . En esa línea conviene advertir sobre lo que las páginas que siguen puedan tener de exorcismo liberador. Pero quieren ser además una incitación a la vigilia, un estímulo contra la somnolencia, un llamamiento frente a la marea de entreguismo, un desafío abierto al pensamiento único, un antídoto contra la resignación, una convocatoria al civismo activo, vigilante, para evitar la oxidación de las libertades que alcanzamos en la Transición y quedaron reconocidas en la carta magna de 1978.

Quieren traer el recuerdo de unos años comprometidos que algunos se empeñan en tergiversar, como si hubieran sido una andadura temerosa, cuando fueron un ejercicio valiente y lúcido para liberarnos. Una ruptura de los pronósticos aciagos sobre nuestra incapacidad de articular la convivencia. Un abandono del visceralismo apasionado en aras de la inteligencia sintiente. Con el propósito de encontrar en esa evocación de los buenos viejos tiempos las energías que requiere el momento presente, donde todo conspira para pedirnos que por nuestra seguridad permanezcamos asustados. Porque los poderes políticos, sociales y religiosos coinciden en sus afanes de difusores del miedo, convencidos de cosechar como resultado docilidades y sumisiones útiles a sus propósitos.

Las reflexiones aquí recogidas parten de la fragilidad de la democracia. Sostienen la reversibilidad de los logros políticos, sometidos como están a la incuria del tiempo cronológico y a la erosión de los agentes de la intemperie causantes de la corrosión y de la herrumbre. Salen al paso del entusiasmo que entre nosotros provocan los desastres, el de 1898 y todos los demás. Alertan contra el regreso al cainismo de las dos Españas machadianas. Se dirigen a esa tercera España, la de los transterrados de Juan Marichal, la España extraterritorial de Arturo Soria y Espinosa que hace más valiosos a quienes la integran. Quieren facilitar un manual de autodefensa comunicativa como el de H. Benesch y W. Schmandt publicado por Gustavo Gili.

El intento que las mueve es el de tomar la salida en una carrera de fondo más reflexiva y más larga que los cien metros de los sprinter . Es decir, de los tres mil caracteres y espacios de una columna de prensa. Pero acusan sin duda su procedencia de un periodista, desertor de la astronomía, con deberes de urgencia que irrumpen sin respeto y dificultan las reflexiones necesarias para un trabajo de más largo aliento. Parten del deber de molestar como si al atardecer de la vida los periodistas fueran a ser examinados sobre su compromiso en la averiguación de la verdad y su servicio al interés genuino de los lectores, aunque para observarlo perturben al poder político, al de los partidos, al de las Comunidades Autónomas, al de los empresarios, al de los sindicatos, al de las confesiones religiosas, al de los clubes o las federaciones deportivas, al de las ONG o al de las organizaciones filatélicas y así sucesivamente.

Teníamos decidido convivir siguiendo el discurso del método, del diálogo. Pero nos hacen preguntas utilizadas como recurso para no responder las nuestras mientras sigue pendiente evaluar el coste de la no España. Desterremos la creencia en pajaritos preñados. Ningún país vive en las condiciones ideales del laboratorio. En todos hay abusos y corrupciones, la diferencia reside en el índice que alcanza, en las consecuencias que genera y en la reacción para sanearlas o la conformidad tolerante para aceptarlas. Aquí lo que se requiere es ejemplaridad de arriba abajo y proclamar el fin de la impunidad.

Mientras, molestar con noticias que alguien está intentando que no se difundan también puede ser un deporte bien retribuido, que ayude a quien presenta un perfil incómodo a prosperar en retribución y jerarquía dentro de su medio. Para ello debe acertar en la elección de sus blancos y que los objetivos que va a abatir coincidan con los que haya designado el mando correspondiente movido por la razón o la arbitrariedad. De forma que infligir molestias a según quiénes puede ser un mérito computable para escalar posiciones.

Sabemos que la independencia más que por el grado de hostilidad al Gobierno o a la oposición se mide por la capacidad del periodista de mantener sus propios criterios, sin sumarse a los entusiasmos o a los odios del medio que lo acoge, ni incurrir en la adhesión inquebrantable al sectarismo del jefe. Mantener una distancia crítica es ingrato y puede generar fuerzas centrífugas que conduzcan al paro. De ahí que se recomiende atender a la dosis. Pero como señala Alan Furst en su novela El corresponsal, «nada como que le disparen a uno si fallan».

El ejercicio aquí intentado surgió de unas conversaciones intencionadas con la periodista Paloma Tortajada que fueron después transcritas, pasadas por el telar, para liberarlas de la insolvencia de la improvisación oral, contrastadas en datos y fechas, completadas conforme a las necesidades reclamadas por el texto inicial. Resultan también de la renuncia impuesta por los plazos convenidos que sólo pudieron aproximarse por las ayudas a la navegación prestadas por Juan de Oñate. Son apuntes despeinados ajenos a la pretensión sistemática. Reflejan el poder de pregnancia de los hechos vividos en silla de pista y las reacciones que suscitaron en el autor. La fecha en que estas páginas fueron escritas va unida a la situación que atravesaba España. Ésta es la perspectiva o el ángulo desde el que surgen estas reflexiones, no están en el vacío, sino que los recuerdos o comentarios cobran sentido en ese preciso momento. El tiempo pasado no fue perfecto, hubo muchos obstáculos que superar, desde el paro hasta el terrorismo o a devolver la fe en un país lastrado por una dictadura de cuarenta años. Alguno de aquellos obstáculos continúa enquistado. Vale.

Madrid, febrero de 2013

I
Constitución reconciliadora

España, como otros muchos países, tiene una historia enrevesada y repetitiva, de enconos cainitas, discordias civiles y subsiguientes secuelas de lúcida propensión al escarmiento. En sus Glosas a Heráclito el poeta Ángel González puntualiza que nadie se baña dos veces en el mismo río, excepto los muy pobres; que los más dialécticos, los multimillonarios, nunca se bañan dos veces en el mismo traje de baño; que nadie se mete dos veces en el mismo lío (excepto los marxistas-leninistas), y concluye que nada es lo mismo, nada permanece, menos la Historia y la morcilla de mi tierra: se hacen las dos con sangre, se repiten. España es un país a ráfagas escarmentado pero inflamable. El aprendizaje de lo mejor que hemos sido, en frase acuñada que tanto gustaba decir a Javier Pradera, tuvo una expresión muy extraordinaria y sorprendente, que se compendia en lo que se ha llamado la Transición. Porque cuando se aproximaban las postrimerías del régimen por extinción de su fundador lo que se esperaba de los españoles era que diéramos otra vez espectáculo, que volviéramos a nuestras guerras civiles de mayor o menor intensidad para delicia y provecho de los hispanistas o, por lo menos, de una clase muy determinada de hispanistas, los especializados en narrar nuestras discordias, nuestros pintoresquismos y nuestros disparates.

Siempre dispuestos a comportarse a la manera de los visitantes de un zoológico, protegidos detrás de las verjas de su pasaporte extranjero, disfrutando con el rugido de las fieras, al que también eran capaces de objetar si no quedaban satisfechos. Como aquellos ovetenses contertulios del Café Peñalva, de los que cuenta Carlos Luis Álvarez, Cándido, en sus memorias que andaban enfrentados en una enfurecida e interminable polémica a propósito de cómo rugen los leones. Se habían dividido casi por la mitad en dos bandos irreconciliables. De un lado, los que sostenían que el león ruge hacia dentro; de otro, los convencidos de que el león ruge hacia fuera. Pasaban los meses, se aportaban pruebas escritas en apoyo de las respectivas posiciones, tal como las recogen los tratados de zoología. Comparecían cazadores avezados en safaris y eran convocados expertos de distintas escuelas, sin que sus opiniones y sus dictámenes pacificaran la discusión. Por fin se anunció la llegada de un circo con fieras a la ciudad de Oviedo. Una tarde la tertulia se puso en camino hacia la jaula de los leones instalada junto a la carpa en las afueras. Al llegar el más decidido del Peñalva azuzó con un palo a la fiera, que se apresuró a rugir como siempre lo han hecho los leones. Entonces, el sector que se consideró desautorizado por el bramido característico replicó indignado al león: «¡Así no se ruge!». Es decir, que sus integrantes se resistían a considerar válida la prueba de la realidad. Igual que algunos periodistas, dispuestos siempre a impedir que la realidad desmienta sus crónicas.

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