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Anon - La Historia De Los Nobles Caballeros

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Anon La Historia De Los Nobles Caballeros
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LA HISTORIA DE LOS NOBLES CABALLEROS

OLIVEROS DE CASTILLA

Y

ARTÚS DALGARBE

~Anónimo~


Por cuanto la memoria es poca e muy caediza, e natura humana por su fragilidad es muy mudable, fue así ordenado que las razones en que se concluyen los dichos e auctoridades de los sanctos e sabios nuestros predecesores, e no menos las historias e ejemplos dignos de memoria, fuesen asentados por escritura, por que fuesen los por venir sabidores de aquellos, e les fuesen las tales obras ejemplo para bien vivir, e finalmente, camino real para la salvación de sus almas. Otrosí, como sea cosa conoscida que muchas e diversas escripturas, las cuales nos eran ocultas e muy caras de alcanzar, sean agora a todo el mundo por la ingeniosa e muy frutífera arte del emprenta muy patentes e públicas e por pequeño precio otorgadas, algunos discretos han trabajado en volver de latín en común fablar algunos libros, así de teología e filosofía como de otras sciencias e artes, revelando e publicando las virtudes e provechosas operaciones de nuestros antecesores, e por consiguiente las historias de los grandes príncipes animosos e esforzados señores e caballeros, pregonando sus maravillosas fazañas dignas de loable memoria, porque podiésemos regir e reglar nuestras vidas, e apartar del vicio, florenciendo en virtudes en ejemplo de aquellos. Entre las cuales historias fue hallada una en la corónicas del reino de Ingleterra, que se dice la historia de Oliveros de Castilla e de Artús Dalgarbe, su leal compañero e amigo. Los cuales por sus grandes virtudes, e por ser inclinados más a honra que a los transitorios placeres, pasaron grandes, diversas e maravillosas fortunas, de las cuales todas por su fiel amor, gran caridad e lealtad, alcanzaron buena salida, dejando señalada memoria de sus grandes fazañas e proezas. E fue la dicha historia por excelencia levada en el reino de Francia, e venida en poder del generoso e famoso caballero don Johan de Ceroy, señor de Chunay, el cual, deseoso del bien común, la mandó volver en común vulgar francés, por que las infinitas virtudes de los dichos dos caballeros Oliveros de Castilla e Artús Dalgarbe fuesen a todos manifiestas e conoscidas. E la trasladó el honrado varón Felipe Camus, licenciado en utroque; e como viniese a noticia de algunos castellanos discretos e deseosos de oír las grandes caballeros e hermanos en armas, pescudaron e trabajaron con mucha diligencia por ella, a cuyo ruego, e por el general provecho, fue transladada de francés en romance castellano, e empremida con mucha diligencia, e puesto en cada capítulo su historia, por que fuese más fructuosa e aplacible a los lectores e oidores.

CAPÍTULO I.

Del nascimiento de Oliveros de Castilla e de la muerte de su madre.

Por cuanto mi deseo es inclinado a que los altos y notables fechos de los grandes y esforzados caballeros fuesen tenidos en memoria y debida comemoración, por que los de nobles y virtuosos corazones fuesen movidos a mayores virtudes y honras mirando a nuestros antepasados parientes, especialmente a los dos compañeros y hermanos en armas en cuyas loores toma la presente historia origen y fin, fallo que después que el muy poderoso príncipe Carlos Magno, emperador y rey de Francia, fue vuelto de las Españas a su tierra, en breve tiempo dio fin a sus días. En el cual tiempo hobo en Castilla un príncipe que por sus virtudes y gracias era así de los grandes como del pueblo común muy querido y amado. Y siendo casado con una muy virtuosa y fermosa dueña, fija del rey de Galizia, estaba muy descontento porque no podía haber generación; y no menos estaban tristes todos los grandes y menores del reino, viendo que quedaba el reino sin heredero y ellos sin señor, temiendo que habría discordia entre ellos. Por donde la reina, viendo a su señor el rey estar pensativo por ello, e conosciendo la resuelta del tiempo que se esperaba, se ponía muchas veces en oración, e facía otras muchas obras pías, así como limosnas, casar huérfanas, redemir cautivos, pidiendo por merced a nuestro señor Dios y a la bienaventurada virgen nuestra señora le quisiese (por apartar tanto mal como en su reino se esperaba) dar fruto de bendición.

E porque era justa su petición e sus oraciones muy devotas, fue exaudida, ca se fizo preñada, e llegado el tiempo parió un niño muy fermoso, por lo cual se ficieron grandes fiestas e alegrías en todo el reino. Mas como al tercero día (por el grande mal que había pasado la reina) rendiese el espíritu a nuestro señor Dios, fueron así mesmo muy llagados, especialmente el rey, que mucho la quería con grande razón, que después de ser muy fermosa era de virtudes muy bastecida. Era dueña de gran consejo, era muy devota, franca, placentera, e con todos muy humana, e era de voluntad muy sana, e quería mucho a su marido e a quien dél era querido.

CAPÍTULO II.

Cómo fue levado el niño a baptizar, cuyo nombre fue Oliveros, y cómo fue levado el cuerpo de la reina su madre a enterrar, y cómo fueron enviados embajadores por casar al rey.

Después de ordenadas las cosas que para tal aucto pertenescían, fue levado el cuerpo de la reina a enterrar, e fue ordenado que levasen el niño juntamente a baptizar, e en esta manera fueron levados a la iglesia. E fue la reina muy llorada e plañida, e el niño, con la solennidad que se requería, fue baptizado; cuyo nombre fue Oliveros. E acabado los auctos e servicios, volvió el rey a su palacio e cada uno en su posada.

E el rey tenía en sí tanto dolor, e facía e decía tales cosas, que a todo el mundo convidaba a tristeza, por donde los suyos, doliéndose dél, e no fallando conorte ni consuelo ninguno, le levaban muchas veces el infante delante, para que con el placer del fijo olvidase la madre, e tomábale el rey en sus brazos, e decía, mezclando muchos sospiros en su razón: «Fijo mío, mi deseo, corona de mi reino: ¡Tu nascimiento me trajo gran placer, e también me fue causa de gran tristeza! Mas ruego a aquel todo poderoso Dios, que por su gran bondad e misericordia te mandó nascer, quiera rescibir a la su sancta gloria el ánima de tu madre, e a ti de gracia que en tus pensamientos e fechos sigas siempre sus mandamientos».

En tales e semejantes razones estaba el rey cada día, sin rescibir consuelo en sí, ni lo querer tomar de los suyos. Mas los nobles de la corte, viendo su señor tan apasionado, e que cada día crescía su mal, entraron todos los principales en secreto, e dijeron que sería bueno que buscasen cómo el rey saliese de aquella pena, si no que entendían que sería poca su vida, e que les sería gran pérdida, porque les era muy bueno e humano, e otrosí muy justiciero e feroz a sus enemigos; e acordaron de lo casar con la reina Dalgarbe, que estaba viuda e era moza harto e de gentil filosomía e disposición; e que si lo quisiese hacer, que entendían que olvidaría a la reina su mujer. E fueron algunos de los más privados delante del rey, y fecha la debida mesura, le contaron lo que en su facienda habían pasado, e cómo, a dicho de sabios e letrados, deseosos de su honra e acrescentamiento de su vida, y a ellos así parescía que fuera bueno que casase, e que la reina Dalgarbe era viuda, e moza, e fermosa, e dotada de muchas gracias e virtudes. E que entendían que se ternía por dichosa de ser su mujer. El rey, desque los oyó, estuvo un poco pensando en ello, e después de mirado el fin e principio de sus fablas, conosció que procedían de grande amor e leal querer que le tenían.

E les dijo así: «Mi voluntad no era por cierto de casar ni jamás conoscer otra mujer, mas veo vos todos tan deseosos e me lo rogáis tan caramente, que dejaré el camino de mi propósito e siguiré el de vuestros ruegos. E desde aquí vos doy poder e libertad para que fagáis en este fecho lo que mejor vos paresciere e a provecho de la república fuere».

Cuando los señores vieron la humanidad de su rey, le dieron infinitas gracias por ello. E luego ordenaron una embajada muy honesta, e la enviaron a la reina Dalgarbe. E desque fueron llegados, mandó la reina que fuesen bien rescebidos, aunque no sabía la causa de su venida. E otro día fueron los embajadores a palacio, e relataron a la reina su embajada, por lo cual fueron muy bien rescibidos. E acompañados de los grandes de la corte volvieron a su posada.

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