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Isabella Santo Domingo - Los caballeros las prefieren brutas

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Isabella Santo Domingo Los caballeros las prefieren brutas

Los caballeros las prefieren brutas: resumen, descripción y anotación

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INTRODUCCIÓN

«La mujer se da. El hombre se aumenta con ella»

FRIEDRICH NIETZCHE

EN CUANTO A MI FOBIA PERSONAL AL MATRIMONIO confieso que los ejemplos que he tenido la desgracia de tener a mi alrededor, tampoco me han sido de gran ayuda. De hecho, han sido extremadamente patéticos: feministas consumadas, tíos adúlteros, primas sumisas, amigas exitosas pero solteronas, parejas separadas, divorciadas, nuevamente «rejuntadas», amigos indecisos y un gran número de «amigos aún más confundidos», popularmente conocidos como la creciente y pujante comunidad gay, a la cual adoro pues no ocultan su condición, y además han logrado establecerla como un nuevo y hasta respetable estilo de vida. ¿Pero y de la comunidad hétero qué? ¿Qué está pasando allá afuera que se ha vuelto tan difícil aceptar la sola idea del compromiso? ¿Por qué cambiamos tan rápidamente de pareja? Popularmente hablando también, un nutrido grupo de confundidos de todos los tipos sociales, culturales, religiosos y demás, es lo que habita y lo que se conoce en los bajos fondos como «El Mercado nacional del usado». Un oscuro lugar (generalmente el bar de moda) en donde interactuamos todos los emocionalmente inestables. Tema del cual les hablaré más adelante. Como también hablaremos sobre el verdadero mal del nuevo siglo que no es el SIDA, sino la inestabilidad emocional.

Después de esta confesión gratuita de mi condición de MEI (Mujer Emocionalmente Inestable), antes que nada quiero disipar cualquier duda que tengan sobre la autoridad que tengo para escribir un libro de auto-superación, de quejas y reclamos (como prefiero llamarlo), un menú de frustraciones femeninas a la carta, un manual de reflexiones y consejos personales que a lo mejor no interesan a nadie. Uno de esos ejemplos inútiles que no sirven más que de relleno para el hueco que aún queda en la biblioteca. Un objeto decorativo, un artículo de moda o de quinta o de lo que usted prefiera. Por esta razón, aclaro que no tengo ninguna autoridad más que la que me confiere el haber ido a una fiesta de más, haberme tomado un trago de más y haber salido con un tipo de más.

Si lo que aún busca a través de estas páginas es a una gurú del amor, a una Dalai Lama de las relaciones interpersonales, a una Osho del sexo, corra inmediatamente a devolver este libro y de paso, de mi parte, exija que le devuelvan su dinero. No soy sicóloga, no soy feminista, no soy machista, no soy gay, no soy la solución a ninguno de sus problemas reales, inventados o magnificados. La única autoridad que tengo es la de haber vivido, la de haber sentido, la de haber elegido (casi siempre mal, lo admito) pero, más que nada, la de haberme atrevido. La que me he otorgado luego de un largo camino recorrido para poder admitir que tal vez aún no sé lo que quiero, pero vaya si ya tengo una muy buena idea de lo que no quiero, de lo que no me sirve en esta vida.

CONTRAINDICACIONES:

Advertencia: Este libro o manual no debe ser leído por nadie que no goce de una alta dosis de tolerancia y de sentido del humor. Aquellas personas que carezcan de esta condición anímica no deberán intentarlo, pues corren el riesgo de no entender una sola frase del mismo. Y, por ende, se arriesgarán innecesariamente a perder su tiempo y, por supuesto, su dinero. No es recomendable que lo lean aquellas personas que decididamente no se quieran casar nunca, con todo lo que ello implica, o quienes ya lo han probado y no quieran volver a repetir la nefasta experiencia. No deberá ser leído ni por los machistas radicales, ni por las feministas consumadas con quienes mi nueva posición y mi opinión personal sobre la denominada «guerra de los sexos» no estaré dispuesta a discutir, ni mucho menos a contestar sus tutelas. Mi abogado últimamente es un hombre muy ocupado: sale conmigo.

PRÓLOGO

CUIDADO, CABALLEROS, AQUÍ HAY TRAMPA…

ESTE LIBRO DE ISABELLA SANTO DOMINGO es extremadamente peligroso. Tan peligroso como Isabella. Y debería estar prohibido, así como, de alguna manera, ya lo está ella. Es una mina antimacho, una trampa para cazar señores, un atrapabobos. Se entra a él animado por el aire de tranquilidad que ofrece su título, y a poco andar se percata uno de que está metido en un berenjenal del que no hay salida buena Y es porque, cuando uno ha descubierto que se trata de una conspiración para dominar a los varones, ya es tarde: yo vine a intuirlo por allá en la página treinta y pico y, al alzar la mirada, me vi rodeado de rejas, y, arriba, la cara de Isabella que sonreía maliciosamente. Había caído en el cepo. Era uno más de los que había penetrado al laberinto convencido de nuestra superioridad sobre las mujeres, o por lo menos sobre las mujeres brutas —nuestras preferidas, nuestras musas— y ahora me veía preso en la madriguera isabellina, atónito, inerme, sorprendido.

Gracias a que ya estaba pactado este prólogo, puedo ahora mismo dar alaridos desde el fondo del guacal para advertir a mis congéneres que tengan cuidado, que no se aventuren en estas páginas procelosas si no quieren arriesgar la razón de ser de su relación con las mujeres, si no están dispuestos a que les aporreen el ego hasta dejarlo, como el mío, malherido.

Caballeros: ¿dónde está la trampa? La trampa está en que, si llegan a imponerse los consejos que da Isabella en este manuscrito perverso, va a ser difícil distinguir a la verdadera mujer bruta, esa adorable y fiel compañera que forjamos a lo largo de muchos siglos, y la falsa mujer bruta, peste de los nuevos tiempos, amenaza social, aborto de Belcebú. Lo que está aconsejando Isabella a las demás mujeres es que conviene crear un «nuevo machismo por conveniencia» consistente en hacernos creer que ellas son pasto de necedad y estupidez, y luego, aprovechando la confianza infundida de manera hipócrita, dominarnos desde el otro extremo del carrete. En fin, el viejo truco de la barracuda, que muerde la carnada a sabiendas de que su fuerza le permitirá ganar la partida desde la desventaja del anzuelo y quedarse con el señuelo, el sedal, la caña y, si pilló descuidado al hombre que la asechaba, incluso procurarse un banquete de pescador inepto.

«Lo que ellos no saben es que ninguna mujer es realmente bruta; es que nos hacemos las brutas, que es muy distinto». He ahí la repugnante filosofía de esta gran celada. No voy a entrar en detalles porque aparecen en las páginas nefandas que ustedes van a leer a continuación, y, sobre todo porque, sinceramente, me avergüenza comprobar el yerto descaro con que la autora tiende el engaño. Los lectores descubrirán revelaciones insólitas sobre orgasmos fingidos, falsas ilusiones creadas, libertades sexuales que —como lo demuestra la Historia— solo resultan aceptables para nosotros, y una tabla de clasificaciones que escandalizaría a cualquier varón de buena fe.

Lo digo desde lo más hondo de mis convicciones y de la jaula donde me encuentro.

Hace muchos años escribí en mi columna semanal Postre de Notas que las mujeres no tienen humor. Me desmiento. Ahora, después de leer este tratado de malas artes que pone en nuestras manos Isabella Santo Domingo, debo rectificar lo dicho. Leyéndolo me he reído con la risa feliz y reparadora de un preso incomunicado. Que es lo que soy.

Señores: ¡¡¡exijo terminantemente que me liberen!!! ¡Pido que me liberen! Ruego que me liberen. ¿Me sueltas, Isabellita, porfa? ¿Isabella? ¿¡ISABELLA!?

Dios mío, ¿hay alguien ahí?

DANIEL SAMPER PIZANO

Capítulo 1

REVIVAMOS NUESTRA HISTORIA

¿Eva? ¡Eva era la Biblia! Y, valga la redundancia, si lo dice la misma Biblia: «Amaos los unos a los otros». Sí, pero cerciórese al menos de que no se la pillen.

PERO SI LO DICE LA HISTORIA, ¿por qué venir ahora a cambiar por nuestro propio sudor y cuenta el curso de la misma? La Biblia, por ejemplo, dice que está bien amar al prójimo y también a nuestros enemigos. ¿Será porque en ambos casos está hablando de la misma persona, es decir, de la pareja? ¿O acaso la interpretación libre de amar al prójimo se refiere al vecino? Cuídese de que no la vayan a pillar. Entonces si la misma historia es la que se encarga de darnos valiosas enseñanzas para el futuro, ¿para qué hacerle fiesta a tanto caldo de costilla en cubito como si realmente nos solucionara la vida? Si está demostrado que la modernización, en ocasiones, lo que ha hecho es complicarnos la vida. Si cocinar se vuelve realmente tan sencillo, en un futuro no nos van a necesitar y no vamos a tener con qué chantajearlos. Hablando de costillas y de religión, yo reclamo el derecho a volver a nuestras sanas y católicas costumbres. Porque Eva sí que la tenía clara. ¡Y además era la Biblia! Eva sí que sabía vivir bueno. La mujer más sabia de todas. La más vividora fue indiscutiblemente la primera mujer. La más mantenida. ¡Amén! Era tan buena vida que cuando Adán le pidió que le cosiera algo para ponerse, se inventó un taparrabo en hoja de parra para ni siquiera tener que lavarlo.

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