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Tom Bissell - Apóstoles. Historia y leyenda de los discípulos de Jesús

Aquí puedes leer online Tom Bissell - Apóstoles. Historia y leyenda de los discípulos de Jesús texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Ariel, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Tom Bissell Apóstoles. Historia y leyenda de los discípulos de Jesús
  • Libro:
    Apóstoles. Historia y leyenda de los discípulos de Jesús
  • Autor:
  • Editor:
    Ariel
  • Genre:
  • Año:
    2016
  • Índice:
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Apóstoles. Historia y leyenda de los discípulos de Jesús: resumen, descripción y anotación

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Una vez más, y siempre, a Trisha Miller, y a Hellen Schroder

Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor.

L UCAS, 9.46

Nota del autor

Mi religión no tiene sentido y no me ayuda. Por eso la persigo.

A NNE C ARSON , Mi religión

Me crié en un hogar católico, moderadamente practicante, y fui monaguillo entusiasta hasta los dieciséis años. Además de cumplir con mis deberes en los servicios dominicales, asistía dos o tres veces por semana a la misa diaria, mucho más breve, que empezaba a una hora despiadada, era bastante menos concurrida y, por otra parte, los curas celebraban solos, sin ayuda. El goce que me proporcionaba ser un participante activo en los diversos rituales de la observancia católica —pasarme por la cabeza la túnica blanca, inmaculada, ceñirme el cíngulo rojo a la cintura, llevar los cálices, verter las abluciones sobre las manos sacerdotales— era real, y siempre recuerdo con cariño esos años.

Aun así, mi pérdida de fe fue súbita e inequívoca. Ahorraré al lector la arqueología emocional de aquel suceso, más allá de contar que durante mi primer año de bachillerato, mientras preparaba una redacción sobre el artículo que anualmente publicaba por Pascua un semanario de tirada nacional («¿Quién fue Jesús?»), leí un libro que me obligó a reconocer que lo que previamente había aceptado como un bloque monolítico e inalterado de escrituras fácilmente comprensibles era en realidad el producto de diversas culturas intergalácticamente distantes de la mía. Es más, aquellos escritos incorporaban toda clase de dificultades textuales y de traducción, que en muchos casos no sólo no se resolvían, sino que se agravaban a medida que nuevos manuscritos y hallazgos iban saliendo a la luz a lo largo de la historia. Así pues, una verdadera comprensión de Dios a través de las escrituras me pareció de pronto una tarea inabarcable para cualquiera. Dejé de ir a misa y no tardé en abandonar del todo la fe cristiana. Soy consciente de que otros han reflexionado sobre las mismas cuestiones y han llegado a conclusiones distintas; algunos de ellos han escrito libros que el lector encontrará en mi bibliografía: est modus in rebus.

Mantengo pocas certezas sobre el cristianismo primitivo. Espero que nada de lo que aquí expongo sirva para proponer teorías marginales alimentadas por migajas de erudición. Siempre que he podido, he procurado resumir y enumerar las distintas opiniones académicas, aunque en ocasiones identifico las que a mí me parecen más razonables. Una de mis metas ha sido captar algo de la incertidumbre doctrinal del cristianismo primitivo y de cómo ésta afectó a los primeros cronistas cristianos. Los primeros relatos cristianos eran sobre Jesús, y al menos algunos de quienes los relataban estuvieron, presumiblemente, relacionados con sus primeros seguidores. La tradición ha asignado un término para el círculo más aventajado de sus primeros seguidores: «Los doce apóstoles». Y no tardaron en aparecer, también, historias sobre ellos.

Entre 2007 y 2010 viajé para conocer los supuestos sepulcros y lugares de reposo eterno de esos doce apóstoles. Para ello visité nueve países (en un caso concreto, lo recorrí a pie de punta a punta), y más de cincuenta iglesias, y pasé muchas horas conversando con personas a las que conocí en aquellos lugares y en sus inmediaciones. La mayoría de los doce tienen más de una tumba o relicario, pero decidí pronto que me limitaría, al menos en términos narrativos, a un lugar por apóstol. Este libro no pretende dictaminar cuáles de esos lugares tienen más derecho a considerarse custodios de los restos mortales de un apóstol determinado. Sí constituye un intento de explorar las leyendas que han ido incorporándose a doce vidas de las que muy poco se sabe y de las que menos aún puede verificarse históricamente.

El saber popular sostiene que después de la ascensión de Jesús a los cielos, los doce apóstoles, partiendo inicialmente desde Jerusalén, se trasladaron rápidamente para establecer unas iglesias cristianas por todo el mundo romano, y más allá. Eusebio, uno de los primeros escritores cristianos que intentó fijar un auténtico relato histórico de su fe, escribió que el «asunto principal» de su historia era señalar las «líneas de sucesión a partir de los santos apóstoles». Pero a Eusebio, que vivió tres siglos después que aquellos hombres, no le «fue posible encontrar huellas claras de quienes han transitado por este camino antes que yo». Son pocos los hechos sobre los apóstoles que aparecen en las páginas de Eusebio, y en su mayoría provienen del exterior del Nuevo Testamento. De hecho, desde el principio mismo de la historia cristiana, los doce apóstoles se han paseado por un raro claroscuro, entre la historia y la creencia.

Más allá de los evangelios, los doce sólo aparecen de manera destacada en el Nuevo Testamento en los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles, cuando «lenguas separadas, como de fuego [...] descendieron sobre cada uno de ellos». Esas lenguas divinas, al parecer, otorgaron a los apóstoles el don de hablar otros idiomas. Las «asombradas y perplejas» gentes de Jerusalén se preguntan si aquellos galileos, incomprensiblemente políglotas, no estarán «llenos de mosto», pero Pedro, su portavoz, asegura a la multitud que los apóstoles no están ebrios «pues sólo son las nueve de la mañana». Los doce apóstoles siguen realizando muchas «señales y maravillas» ante el pueblo de Jerusalén. Más allá de esto, y exceptuando unas pocas apariciones breves más adelante en las que interceden en disputas interreligiosas y proporcionan directrices generales a la comunidad, los doce apóstoles, en tanto que grupo, se esfuman del Nuevo Testamento.

¿Cómo explicar la súbita desaparición de los seguidores de Jesús, específicamente distinguidos por él, en la única fuente primaria sobre el nacimiento del cristianismo que se conserva? Los padres de la Iglesia, a partir de un enigmático párrafo de Lucas 10, hablaron de setenta discípulos evangelios— escogidos por Jesús para propagar su palabra «a todos los pueblos y lugares a los que él mismo pensaba ir». Jesús llega incluso a afirmar que «vi a Satán caer del cielo como un rayo» durante sus viajes. Según Eusebio y otros padres de la Iglesia, los setenta discípulos eran los principales proselitistas del cristianismo.

Los autores del Nuevo Testamento no se ponen de acuerdo en su uso de los términos «discípulo» y «apóstol», pero en la mayoría de los casos existen diferencias claras en términos de responsabilidad teológica. (Posteriormente, el uso de ambos términos fue relajándose. Ireneo se refería a los setenta llamándolos «apóstoles», y Jerónimo, sin dudarlo, le otorgó título de «apóstol» al profeta judío Isaías, que vivió siete siglos antes de Cristo.) El término «discípulo» aparece con mucha mayor frecuencia en la tradición de los evangelios, aunque por lo general no queda claro si la intención es describir a los seguidores de Jesús en su conjunto o a un grupo menor, más privilegiado, de esos seguidores. Entre los escritores del Nuevo Testamento, sólo Pablo y Lucas parecen considerar que «apóstol» es aplicable más allá de los doce, aunque lo cierto es que la ampliación del término en Lucas es fugaz. Pablo tenía un interés personal claro en considerar el término «apóstol» en ese sentido más amplio, pues él mismo quedaba más allá de los doce, y no empezó a seguir a Jesús hasta que habían transcurrido varios años de su muerte.

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