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A “mis mujeres”: Ángela, Paulina, Amelia,
Laura y Laura Alejandra.
L a conexión México-La Habana-Washington es resultado de un proyecto inscrito en el Programa Académico Conjunto de Estancias de Investigación en Políticas Públicas, creado por el Woodrow Wilson International Center for Scholars y el Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales ( COMEXI ). Este programa me permitió realizar en el verano de 2011 una estancia de investigación en el Instituto México del Wilson Center, en Washington.
Expreso mi sincero agradecimiento a las personas e instituciones que hicieron posible dicha estancia de investigación: Andrew Selee y Eric L. Olson, exdirector y exdirector asociado del Instituto México del Wilson Center; Fernando Solana y Enrique Berruga, expresidentes de Comexi; Aurora Adame, exdirectora general de Comexi; Jaime Zabludovsky, presidente de Comexi; Claudia Calvin, secretaria general de Comexi; Rafael Fernández de Castro, jefe del Departamento de Estudios Internacionales del Instituto Tecnológico Autónomo de México ( ITAM ), y Olga Pellicer, internacionalista y catedrática del ITAM .
Igualmente, expreso mi gratitud a Julio Scherer García, Rafael Rodríguez Castañeda y Salvador Corro, director fundador, director y subdirector, respectivamente, de Proceso , semanario en el que laboro y al que considero mi casa. Ellos alentaron y apoyaron este proyecto para que culminara en el presente libro, de cuyo contenido, sin embargo, soy el único responsable.
“ G eografía es destino”. Esta frase, atribuida a Napoleón, se ajusta a la compleja vecindad entre México, Cuba y Estados Unidos.
Los dos primeros tienen similar condición geográfica: son las fronteras de América Latina con Estados Unidos. Ello ha marcado su agenda bilateral: ambos, México y Cuba, se han necesitado mutuamente para equilibrar sus respectivas relaciones con el poderoso vecino que comparten.
Estados Unidos, por su parte, ha ajustado su política hacia la región en función de las características de los regímenes imperantes en estos dos países de su frontera sur, así como en relación con las posiciones de cooperación o confrontación con Washington que estos han manifestado en distintos periodos históricos.
Se ha establecido, así, una especie de relación triangular en la que, de algún modo, los tres países conocen las reglas del juego y los márgenes de maniobra, y de la que todos intentan sacar provecho.
Ello fue particularmente claro a partir de que la Revolución cubana se declaró socialista a principios de los años sesenta, y hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989, y el colapso de la Unión Soviética, en 1991.
Durante ese periodo, el régimen del PRI y el de Castro—ambos con sistemas políticos verticales, con fuerte control político y social, con partidos de Estado, o casi de Estado, basados en organizaciones de masas— mantuvieron relaciones estables y de apoyo mutuo.
Lo anterior no significó la ausencia de incidentes que tensaron o enfriaron dichas relaciones. Dos ejemplos: en 1969 el gobierno de Fidel Castro acusó al diplomático mexicano Humberto Carrillo Colón, agregado de prensa de la embajada de México en La Habana, de ser espía de la CIA . Un año antes, funcionarios de la administración de Gustavo Díaz Ordaz señalaron que el movimiento estudiantil del 68 estaba infiltrado por “agentes” cubanos.
Pese a este tipo de incidentes, México y Cuba nunca pusieron en entredicho la estabilidad de sus relaciones bilaterales ni dejaron de prodigarse respaldo mutuo.
¿Por qué los presidentes priistas en turno —algunos como Díaz Ordaz, que no comulgaban con el socialismo o el comunismo— mantuvieron una relación cordial con Cuba?
Por un acuerdo básicamente tácito: para los gobernantes mexicanos era preferible tener en Cuba un régimen socialista y enfrentado a Estados Unidos, que un gobierno dependiente y sujeto al poder de Washington. En términos geográficos, si Cuba fuera un protectorado de Estados Unidos, México tendría un brazo norteamericano en el Golfo de México. Escomo si el “imperio” abrazara al país y lo copara.
Convertida Cuba en carta de equilibrio frente a Estados Unidos, la relación de los gobiernos del PRI con el régimen de Fidel Castro se ajustó muy bien
Más aún, el apoyo a la Revolución cubana aplacó a la izquierda mexicana que entonces profesaba un apoyo irrestricto al gobierno de Castro, a quien consideraba su principal referente internacional. Incluso, mientras el régimen cubano propició, entrenó y financió a las guerrillas de los países del continente, con México no lo hizo. Y en medio de la efervescencia revolucionaria de los años sesenta y setenta, los gobiernos priistas lo agradecieron y aprovecharon: pudieron aplicar con relativa facilidad la llamada “guerra sucia” en contra de los “movimientos subversivos”. Otro quizá hubiera sido el destino de guerrillas como la de Lucio Cabañas en Guerrero, o de la Liga 23 de Septiembre en las zonas urbanas, si hubieran contado con el apoyo del régimen cubano. Las guerrillas mexicanas hubieran obtenido dinero, armas, entrenamiento y una salida internacional que hubiera roto su aislamiento.
Cierto es que en la primera mitad de los años setenta unos 50 integrantes de varios grupos guerrilleros mexicanos estuvieron exiliados en Cuba —de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria ( ACNR ), de La Liga de los Comunistas Armados, de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo ( FRAP ), del Movimiento Armado del Pueblo ( MAR ), del Frente Urbano Zapatista ( FUZ ), y del Ejército de Liberación Nacional ( ELN )—, pero lo hicieron debido a un acuerdo explícito de los gobiernos de Castro y Luis Echeverría para tenerlos controlados.
A diferencia de otros guerrilleros exiliados del continente—como los del FSLN de Nicaragua; del M -19 de Colombia, o del MIR de Chile—, los mexicanos nunca pudieron organizarse para regresar a su país a luchar por sus ideales. No lo hicieron simplemente porque el gobierno cubano no los dejó. Varios de esos exiliados todavía recuerdan que cuando “visitantes importantes” llegaban a La Habana —como Leonid Brezhnev de la Unión Soviética o el propio presidente Echeverría—, oficiales de Seguridad del Estado cubano llevaban de paseo a los guerrilleros mexicanos a otros lugares de la isla, o simplemente eran detenidos en casas de seguridad.
En el contexto de la Guerra Fría, también el régimen de Fidel Castro sacaba provecho de esa relación triangular: sabía que mientras miraba hacia la Unión Soviética y Europa del Este —de cuyo campo era dependiente en sus relaciones políticas y económicas— habría a sus espaldas una política de contención ante Estados Unidos aplicada por México, uno de los hermanos mayores de los países de América Latina.
Así, las relaciones entre los gobiernos de México y Cuba fueron de apoyo mutuo basadas en el principio básico de no intervención: a diferencia de lo que ocurría con otros países de la región, Cuba no apoyó movimientos revolucionarios internos en México, al tiempo que los gobiernos del PRI nunca cuestionaron públicamente la ausencia de democracia y las violaciones a los derechos humanos en la isla, y tampoco lanzaron o apoyaron iniciativas sobre Cuba relacionadas con estos temas. Ello contrastó con las posiciones críticas y el activismo internacional que México desplegó contra regímenesdictatoriales de derecha, como el de Augusto Pinochet en Chile, o el de Anastasio Somoza en Nicaragua.
En los hechos, entre México y Cuba hubo una especie de matrimonio por conveniencia, donde las diferencias ideológicas eran apartadas en aras de preservar sus respectivos intereses, tanto internos como de política exterior. Y en este último punto, ambos tomaban decisiones mirando al norte: Estados Unidos.