Javier Guzmán Calafell - La otra cara de la moneda

ÍNDICE

Para Ángeles, Javier, Nina y Paola.
Sin ellos, no habrían sido posibles
ni esta ni mis otras historias.

Por azares del destino, tuve la oportunidad de ser testigo y protagonista de mucho de lo que describo en este documento. Empecé a trabajar en el Fondo Monetario Internacional ( FMI ) como representante de México el 1 de noviembre de 1994, con miras a una jornada de seis años en la que mis responsabilidades se incrementarían de manera gradual. Al final las cosas se dieron al revés, pues de los casi cinco años que pasé en la institución, ninguno fue tan intenso, difícil y al final de cuentas satisfactorio como los primeros dos.

En una conversación que tuvimos durante las etapas iniciales de la crisis, Jesús Silva-Herzog Flores, en ese entonces embajador de México en Estados Unidos, me sugirió tomar notas detalladas de lo que estaba sucediendo en el FMI , por si en algún momento en el futuro consideraba conveniente narrarlo. El contenido de las siguientes páginas se nutre en buena medida de las notas y material recopilado a lo largo de la crisis en respuesta a esa sugerencia.

Naturalmente, habría sido imposible integrar este libro solo con esa información. Por tanto, me vi en la necesidad de complementarla con otros datos que solicité de los archivos del FMI y con algunos más que obtuve a través de diversos documentos oficiales y artículos académicos, la mayoría de amplia difusión.

Una buena parte de lo que aquí se narra es poco o nada conocido; sin embargo, considero que todas las fuentes utilizadas deben considerarse públicas. En cuanto a cierta información que no encontré disponible a través de medios como los archivos del FMI o internet, y que obtuve por otras vías, me apegué a las políticas en vigor del Fondo Monetario Internacional: estas estipulan que, a menos que existan restricciones especiales, la documentación del Directorio Ejecutivo estará disponible al público tres o cinco años después de su distribución, en tanto que el periodo correspondiente para otros archivos institucionales es de veinte años.

Existe material del FMI que al principio circuló con políticas de confidencialidad más estrictas, mismo que requiere de una autorización especial para su diseminación pública. Las referencias a discusiones registradas en este tipo de documentos se basaron en mis notas y, en su caso, en información disponible a través de publicaciones que los citan.

En lo que respecta a la parte del texto basada en discusiones internas del Banco de México, solo incorporé información en la que no se tratan temas sensibles, entre otros motivos, tomando en cuenta el tiempo transcurrido.

Salvo en los casos en que se analiza información para plazos largos, las estadísticas que se muestran en las distintas secciones están en su mayoría tomadas de las fuentes nacionales e internacionales disponibles en el momento del estudio. Es posible que varias de estas cifras hayan sido modificadas en revisiones posteriores. Sin embargo, consideré que el uso de los datos originales tenía la ventaja de plasmar la manera en la que se percibía la situación durante cada una de estas etapas.

Aunque gran parte del contenido es meramente descriptivo, una porción importante de lo que aquí se señala refleja mi interpretación personal. En todo momento traté de presentar una visión imparcial de los eventos, pero reconozco que, en virtud de la complejidad de varios de los temas, algunas de las conclusiones podrían ser controvertidas.

La preparación de este libro se benefició del apoyo y comentarios de amigos y colegas. Deseo expresar en especial mi profundo agradecimiento a Miguel Mancera, Guillermo Ortiz, Lorenzo Bernal, Javier Maldonado, Gerardo Zúñiga, Nicolás Amoroso, Socorro Manzano, Juan Sherwell y Elías Villanueva. Aclaro que toda la información utilizada y los comentarios expresados, así como cualquier error en el documento, son por completo mi responsabilidad.

NOTAS

En diciembre de 1994, después de una casi increíble cadena de choques de índole económica, política y criminal, y a pocos años de que por fin se diera por superado el problema de la deuda de los ochenta, dio inicio lo que se convertiría en una de las más agudas y peligrosas crisis en la historia económica de México.

Esta crisis tuvo una naturaleza especial por una combinación de motivos. En primer lugar, representó una sorpresa para la mayoría de las autoridades, tanto nacionales como extranjeras, y para los analistas en general; de hecho, pocas semanas antes de que estallara muchos de ellos destacaban los impresionantes esfuerzos de reforma que se habían llevado a cabo en México durante los cinco años previos, y coincidían en anticipar un panorama optimista para la economía en el mediano y el largo plazos.

En segundo lugar, la crisis mexicana de los noventa fue la primera en la que los movimientos de capital externo adquirieron un papel protagónico; se generaron comportamientos de «manada» ante una situación de incertidumbre que dieron lugar a un agravamiento de la crisis que nadie anticipó. Estas características llevaron a algunos de los protagonistas de este episodio a denominarla «la primera crisis del siglo XXI ».

En tercer lugar, las peculiaridades de la crisis mexicana y el entorno en el que ocurrió (incluyendo el hecho de que tuvo lugar poco tiempo después de que los lazos entre las tres economías de América del Norte se estrecharan como resultado de la firma de un tratado de libre comercio para la región) dieron lugar a diagnósticos diferentes sobre el enfoque requerido para superarla y a una fuerte disputa dentro del FMI respecto al papel que debía jugar la institución. A México le correspondió absorber en su mayor parte los costos de este forcejeo.

Al final, el financiamiento externo en apoyo al programa económico de México se integró fundamentalmente con recursos del gobierno de los Estados Unidos y del FMI . En ambos casos, las negociaciones resultaron de enorme complejidad en un entorno político muy enrarecido.

En el caso del Fondo, tanto el monto de los recursos comprometidos como el proceso correspondiente sentaron varios precedentes:

• El respaldo financiero que se otorgó a México fue por mucho el más elevado hasta ese entonces en la historia de la institución, lo que obligó a recurrir a procedimientos utilizados solamente bajo «circunstancias excepcionales».

• La gravedad de las condiciones enfrentadas y la necesidad de sustituir fuentes alternativas de financiamiento requirieron que, con apenas unas horas de anticipación, se le notificara al Directorio Ejecutivo del FMI que el monto del crédito a México que se sometería a su consideración sería 2.3 veces mayor que el que se les había propuesto unos días antes, y que la cantidad considerada en un inicio sería puesta a disposición de México, el mismo día de la aprobación del acuerdo.

• Por una variedad de razones, cuyo peso relativo no es del todo claro, esta situación condujo a la abstención de cinco de las veinticuatro sillas que en ese momento integraban el Directorio del FMI , algo nunca visto en un organismo acostumbrado a tomar decisiones por consenso. Y lo que es peor, pese a la relativamente rápida superación de la crisis, las disputas dentro de la institución por el programa de apoyo a México se extendieron cerca de dos años y medio.

Por supuesto, la crisis mexicana tuvo otros costos; uno de ellos fue de imagen. Como resultado de los avances logrados en la estabilización y la transformación estructural de la economía en los años previos, el equipo económico mexicano había logrado un sólido prestigio en el ámbito mundial. Con la crisis, estos logros se convirtieron en muy poco tiempo en una pérdida de confianza en las autoridades del país, al grado de que en el interior del FMI empezó a circular una broma de bastante mal gusto: a la pregunta de dónde iba a surgir la siguiente gran crisis mundial, la respuesta era: «En México». Contrario al pesimismo prevaleciente en ese entonces, durante las décadas siguientes la estabilidad macroeconómica y financiera se convertiría en una de las principales fortalezas de la economía mexicana.