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P RÓLOGO
(A mis hijas, tan queridas, María y Susana)
Quiero advertir al lector, ante todo, que mi propósito al escribir este libro no ha sido presentar una historia de España, sino reflexionar sobre ella, sobre sus principales acontecimientos, haciendo hincapié en los debates más conflictivos que los estudiosos, de dentro y de fuera de España, han ido planteando en los últimos tiempos.
Esta es una tarea que ha tentado a no pocos historiadores nacionales y extranjeros; algunos incluso haciéndolo antes de que la senectud llamara a sus puertas. Aunque todo es lícito, yo bien creo que este es un trabajo para cuando los años, y más que los años, los lustros, se han ido acumulando y con ello se han ido decantando nuestras reflexiones sobre esa materia a la que hemos dedicado toda la vida.
En este sentido, el tener a las espaldas tanta carga de estudios e investigaciones sobre la Historia de España, especialmente en torno a esos siglos centrales de la Edad Moderna, pero también con alguna incursión que otra en los tiempos contemporáneos, desde que en 1942 inicié mi tesis doctoral sobre la época de Felipe II (por lo tanto, cerca de setenta años dedicados a estudiar la Historia de España), parecía que me daba pie y hasta me alentaba a encararme con el gran tema que era fijar una visión de conjunto; que no en vano he cumplido ya los ochenta y ocho años y que, por lo tanto, si había de acometer alguna vez tamaña tarea, no había razón para que la demorase más tiempo.
Pero quiero dejar bien claro que no se trata de un libro de investigación, como tantos que ya he escrito, lo que obligaría al correspondiente aparato crítico sembrado de notas, sino más bien de una ojeada general, sacando a relucir la espuma de los sucesos más destacados de nuestro pasado, en especial los que han provocado grandes debates, como la Inquisición, el descubrimiento y conquista de América, o la llamada leyenda negra en torno a Felipe II; una tarea muy personal porque obliga a elegir y, por lo tanto, también a las inevitables omisiones.
La cuestión se centra, pues, en haber acertado, al menos si no en todo, en la mayor parte de los casos, sin dejar en el tintero cuestiones verdaderamente fundamentales cuyo olvido sería difícilmente justificable, porque sin su mención y su correspondiente reflexión esa visión de conjunto quedaría confusa y poco menos que inexplicable.
Si he salvado ese escollo solo el lector lo podrá juzgar. En todo caso, de lo que sí soy consciente es de haber dado una cierta primacía a los aspectos culturales.
¿Qué me ha movido a ello? Probablemente el que, ante la tendencia de no pocos de nuestros intelectuales a mirar con desconfianza, cuando no con aversión, a nuestra historia, yo he querido aferrarme a ese terreno en el que parece que el pueblo español ha dado muestras de un gran protagonismo reconocido por todos. Lo cual me podía permitir un cierto mensaje, no triunfalista (Dios me libre), pero sí esperanzador para nuestra sociedad. Porque pienso que, por unas razones u otras, y entre ellas por supuesto las políticas, esta sociedad nuestra está más desorientada de lo que debiera en lo que se refiere a la historia de su pasado.
Pues bien, si eso es así, bueno será que tenga una roca firme en la que anclarse. Y esa roca firme bien pudiera ser el comprobar que nuestro pasado, con su cúmulo de aciertos y de errores, tiene en definitiva un saldo positivo. Porque el pueblo español ha sido uno de los grandes protagonistas de la Historia que ha creado y ha perdido un gran Imperio. Puede que en su tiempo estuviera demasiado tentado a enzarzarse en aventuras bélicas, acaso queriendo abarcar más de lo que podía; pero ahora ha sabido renunciar a la dudosa gloria de las armas para buscar en la paz la solución de sus problemas, en un clima de tolerancia y de alegre convivencia, procurando aunar el afán de la más amplia de las libertades con la necesidad de un mínimo orden; eso sin olvidar los grandes principios de solidaridad dentro y fuera de sus fronteras. Y cada vez es más consciente de que es mucho lo que puede seguir dando y no solo en el campo de las artes y las letras, como lo prueban los últimos logros de nuestros científicos y de nuestros deportistas, que se han incorporado con notable brío a la tarea universal que antes parecía ser un coto cerrado de artistas y escritores.
Pero yo quiero añadir algo más para terminar este prólogo. Y es señalar la formidable aportación que últimamente está realizando la mujer española que, desde mediados del siglo pasado, está cambiando, gracias a su buen quehacer y de forma espectacular, la vida cotidiana de nuestra sociedad.
En definitiva, que esa mujer que tanto tiempo ha vivido en la sombra, ha dado por fin un paso adelante y se ha convertido en una gran protagonista de nuestra historia.
Y eso sí que es verdaderamente importante y digno de ser destacado.
I NTRODUCCIÓN
E L MARCO GEOGRÁFICO
E spaña, como todo ser vivo, ha ido cambiando a lo largo de los siglos. En unos periodos creció hasta tal punto que incluso desbordó sus fronteras naturales; en cambio, en otros periodos de su historia, disminuyó, se contrajo, perdiendo no solo sus grandes dominios europeos y de Ultramar, sino incluso parte de su propio territorio nacional.
Partamos de los datos tan conocidos: España está compuesta, hoy en día, por un territorio continental, relativamente amplio, que constituye más del ochenta por ciento de lo que conocemos como península Ibérica, por dos archipiélagos (el balear, que la proyecta hacia el Mediterráneo occidental, y el canario, que la vincula a las grandes rutas oceánicas); y por dos pequeños enclaves africanos, en el norte de Marruecos: Ceuta y Melilla.
Evidentemente, el núcleo fundamental de esa España es la peninsular y ese territorio es el que primero hemos de abordar.
Y la primera reflexión que nos sugiere, cuando abrimos el mapa y vemos a esa España peninsular, es su forma compacta, que la hace tan singular, pues además se alza al extremo occidental de Europa. Eso le da una nota peculiar que no se encuentra en las otras penínsulas del continente europeo; y esa nota es la de ser frontera. Lo cual en periodos de su Historia verdaderamente decisivos, cuando esa Europa limitaba con el mundo musulmán y el signo religioso era el predominante, su condición fronteriza la mantenía en una permanente conflictividad.
Pero volvamos a los aspectos geográficos. Si el primer golpe de vista que nos da esa España, cuando la vemos en el mapa, es de unidad, como un territorio muy compacto, pronto apreciamos en ella zonas muy diversas. Y esa sería otra de las características: su gran diversidad dentro de esa unidad.
Pues existen varias Españas, varias zonas de muy distintas características geográficas y que, a grandes rasgos, podríamos reducir a tres: la España mediterránea, la España continental y la España oceánica; las dos primeras vendrían a integrar lo que podía llamarse la España seca, y la tercera, ciertamente, la España húmeda.
Uno de los aspectos más importantes que condicionan a un pueblo es el de las comunicaciones. La amplia frontera norte con Francia, por tierra, y los más de tres mil kilómetros de costas, desde cabo Creus en el norte de Cataluña hasta el puerto de Hondarribia en el País Vasco, podrían hacer pensar en una España particularmente privilegiada en sus comunicaciones tanto por mar como por tierra. Sin embargo, sabemos que a lo largo de los siglos España sufrió periodos de notorio aislamiento frente al resto de Europa. ¿Cuál fue la causa? Evidentemente, en parte el imponente sistema montañoso, esos Pirineos que separan España de Francia, no solo impresionantes por su altitud, con picos que superan los tres mil metros (Pico Aneto, 3.404 m), pero también y sobre todo su espesor, hasta el punto de que en su zona central sobrepasa los ciento cincuenta kilómetros, en los que se suceden montañas tras montañas. Los Pirineos se alzan así como una barrera de muy difícil penetración, salvo por algunos pocos desfiladeros, como el de Roncesvalles, y con solo dos pasos de más fácil acceso, al este y al oeste: el de la costa catalana, por un lado, y el de la costa vasca, por el otro.