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Manuel Fernández Álvarez - Carlos V, el César y el Hombre

Aquí puedes leer online Manuel Fernández Álvarez - Carlos V, el César y el Hombre texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1999, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Manuel Fernández Álvarez Carlos V, el César y el Hombre

Carlos V, el César y el Hombre: resumen, descripción y anotación

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La vida de Carlos V podría resumirse en esta frase: la pugna constante por convertir la Europa recibida en la Europa soñada. Nos encontramos ante una biografía completa del Emperador, no limitada exclusivamente a su vida pública. Y para ello se ha acudido a una copiosa documentación, en buena medida inédita, para que el lector viva directamente con el personaje los vaivenes de su existencia.

Manuel Fernández Álvarez Carlos V el César y el Hombre ePub r10 Titivillus - photo 2

Manuel Fernández Álvarez

Carlos V, el César y el Hombre

ePub r1.0

Titivillus 01.05.17

Manuel Fernández Álvarez, 1999

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A la Fundación Academia Europea de Yuste y a la Junta de Extremadura por su - photo 3

A la Fundación Academia Europea de Yuste y a la Junta de

Extremadura, por su generoso patrocinio a esta obra sobre Carlos V.

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MANUEL FERNÁNDEZ ÁLVAREZ (Madrid, 1921-Salamanca, 2010). Miembro de la Real Academia de la Historia y profesor emérito de la Universidad de Salamanca y del Colegio Libre de Eméritos. Ha dedicado más de cincuenta años al estudio del siglo XVI y es autor de 38 libros y de más de 100 artículos, en su mayoría sobre la España de los Austrias, en la que es considerado uno de los máximos especialistas a nivel mundial. Ganó en 1985 el Premio Nacional de Historia con su libro La sociedad española del siglo de oro. También ha recibido la Medalla de Oro de la Ciudad de Salamanca.

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DE CÓMO SURGE UN EMPERADOR

E n el verano de 1496, mediado ya el mes de agosto, una gran flota se reúne en el puerto cántabro de Laredo. No se trata de una flota de guerra, aunque vaya lo bastante preparada para repeler un posible ataque enemigo. Se trata de una flota que ha de llevar una novia desde España hasta los Países Bajos. Y como la novia es hija de los muy poderosos Reyes Católicos, la flota ha de ir en consonancia con el poderío de aquellos soberanos, que ya por ese año de 1496 se perfilaban como una verdadera potencia, ya que habían sido capaces de terminar la dura y secular Reconquista, de patrocinar el fantástico viaje de Cristóbal Colón a través del mar tenebroso, y de echarle un pulso a los franceses en el sur de Italia.

Pero un estadista no solo ha de vencer sino de convencer; y eso, en política internacional, pasa por asegurar los triunfos obtenidos, y para ello hay que manejar las bazas diplomáticas. Siendo su gran rival Francia, los Reyes Católicos maniobraron para lograr la alianza de las potencias norteñas al país galo; de ahí su acercamiento al emperador Maximiliano I. Para aquellas fechas, en 1496, los Reyes Católicos ya habían desposado a su hija mayor, Isabel, con el príncipe Alfonso de Portugal, pero todavía tenían varios hijos casaderos, entre ellos al único varón, el príncipe don Juan —a la sazón, de 17 años— y a la infanta doña Juana, que contaba 16. A su vez, por parte de Maximiliano de Austria, estaban sus dos hijos, Felipe y Margarita, de edades muy similares, pues Felipe había nacido en 1478 y Margarita en 1480. ¿No era una feliz coincidencia? No había que esperar nada. Todo estaba a punto. Y así se prepararon los dobles enlaces matrimoniales entre Juan de España y Margarita de Austria y entre Felipe el Hermoso, señor de los Países Bajos, y la infanta española doña Juana.

De ahí la armada dispuesta en Laredo en aquel verano de 1496 para llevar a la tercera hija de los Reyes Católicos a los Países Bajos: una chiquilla de 16 años, que debe dejar el hogar familiar y la tierra que la vio nacer, que ha de cambiar los lazos de amistad de familiares y cortesanos amigos por unas gentes que le son extrañas, que hablan en una lengua que le es ajena, lo que supone como una barrera infranqueable.

Y también a anotar en ese cambio que se produce el de trocar unas costumbres que le son familiares —empezando por la dieta alimenticia, tan distinta en el país donde crece el olivo—, y hasta el mismo color del cielo, esa luz tan clara y tan diáfana en la España meseteña y mediterránea y que en los Países Bajos siempre está entre brumas y aguaceros.

Y luego, la sensación de soledad, de orfandad si se quiere, pese a que acompañando a la Infanta van algunos buenos servidores de los Reyes, como su capellán, el grave clérigo don Diego Ramírez de Villaescusa, el futuro obispo de Cuenca y fundador del Colegio Mayor del mismo nombre, que será uno de los grandes Colegios vinculados a la Universidad de Salamanca; pero también sus damas de honor, como doña Beatriz de Tábara, doña Blanca Manrique, doña María de Aragón y doña Beatriz de Bobadilla, sobrina de la gran confidente y amiga de la Reina, la marquesa de Moya.

Pero, al fin, esa es su pequeña Corte, no su familia. La Infanta va destinada a formar una nueva, la suya propia, y a tal fin le está esperando en los Países Bajos su prometido, Felipe el Hermoso, archiduque de Austria y señor de los Países Bajos.

Y esa será otra: que cuando la Infanta llega a su nueva patria, tras de un viaje complicado que le ha obligado a recalar en Inglaterra, se encuentra con que nadie la espera, cuando pone sus pies en tierras de Flandes, el 8 de septiembre de 1496.

Todo esto hay que señalarlo para entender el grado de incertidumbre en que se mueve la Infanta; para entender también, por tanto, su doloroso proceso de enajenación mental que tendría tan acusada influencia en la historia, no solo de España, sino de Europa, e incluso en la universal.

Nadie esperaba a la infanta doña Juana, en efecto, cuando su flota arriba a las costas de Holanda; nadie de la nueva familia a la que estaba destinada, se entiende. Sobre todo, la Infanta echará de menos la acogida de su prometido, aquel Felipe el Hermoso de quien tanto le han hablado. Y la Infanta se adentra por las tierras de los Países Bajos, a lo largo del mes de septiembre, entra en Bergen y en otros pequeños lugares. En Bruselas sí puede saludar a la viuda de Carlos el Temerario, el legendario conde de Flandes que había tenido en jaque a toda una poderosísima Francia del rey Luis XI, a Margarita de York. Y allí precisamente, en Amberes la infanta Juana cae enferma. ¿Fiebres? ¿Pesadumbre sufrida por el descortés comportamiento de su prometido? Porque no verá a Felipe el Hermoso hasta que llega a Lille.

Era el 12 de octubre de 1496.

Y es entonces cuando surge lo inesperado, aquello que hará cambiar el curso de la historia, el golpe de pasión, la furia erótica que de pronto se desata en aquella pareja joven, entre la Infanta que todavía no ha cumplido los 17 años (los haría al mes siguiente) y el Archiduque que ya tiene 18. Y con tal desenfreno, que no son capaces de esperar a las fechas concertadas para los esponsales, y deciden celebrarlos sobre la marcha, precipitando los acontecimientos. Verse y desearse ardientemente todo fue uno, así que mandaron a por el primer sacerdote que hubiese a mano, para casarse aquel mismo día, sin aguardar a otras jornadas.

Así darían comienzo unas relaciones amorosas llenas de altibajos, entre frenéticos arrebatos y lagunas de ausencias marcadas por un marido, acaso temeroso de verse muy pronto consumido por aquel fuego. Para Juana, era algo nuevo e inesperado, como lo describí en otro libro mío:

La atracción del sexo: un mundo entrevisto hasta ahora y que se le descubre a Juana de pronto, como una explosión y que acabará dominándola, mostrando cuán vulnerable podía ser…

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