PREFACIO
Este libro se ha preparado con las cuatro conferencias Wiles que tuve el honor de pronunciar en la Queen’s University, de Belfast , en mayo de 1980. Cuatro de los capítulos son las versiones revisadas de las citadas conferencias , mientras que los capítulos 2 y 6 fueron escritos después y se dieron a conocer al público, más abreviados, como J. C. Jacobsen Memorial Lecture de la Royal Danish Academy of Sciences and Letters (y publicados a principio de 1982 en el Meddelelser de la Academia).
La palabra inglesa «politics» (‘política’) tiene un alcance semántico que difiere un poco de sus sinónimos en otras lenguas occidentales. Por una parte, «politics» no se emplea normalmente en el sentido de «policy» (‘política’); por otra, se ocupa especialmente de las consecuencias del modo, tanto oficial como no oficial, con que se lleva un gobierno, de las decisiones gubernamentales que se adoptan y de la ideología adscrita a él. La política tomada en este último sentido es esencialmente el objeto de este estudio.
Ignoro la importancia de la cantidad de obras anteriores referidas al tema, sobre el que he trabajado y publicado unos pocos artículos a lo largo de más de veinte años. No me pareció un tema fácil, sobre todo después de tomar la decisión de estudiar Grecia y Roma comparándolas, y no he vacilado en aprovechar el conocimiento y las ideas de mis amigos y colegas. A ellos va dirigido mi más cálido agradecimiento, aunque nombre sólo a los que leyeron y comentaron el texto mecanografiado del presente libro: Tony Andrewes, Peter Brunt, John Dunn, Peter Garnsey, Wilfried Nippel y Dick Whittaker. También debo dar las gracias, colectiva pero anónimamente, a los colegas, en su mayor parte de Belfast, especialistas en historia y política, pero muy pocos en historia antigua, que, como es habitual en Wiles, eran invitados a participar cada tarde en el amplio coloquio que seguía a la conferencia del día. Y muchísimos colegas se unieron a la cálida hospitalidad, encabezados por el rector, Dr. Peter Froggatt, y los representantes del Wiles Trust, Profesores Alan Astin y David Harkness.
Douglas Matthews preparó amablemente el índice.
Mi esposa, finalmente, dio pruebas de paciencia inagotable mientras yo seguía peleándome con alguna redacción.
M.I.F.
Darwin College, Cambridge
Septiembre de 1982
C APÍTULO
ESTADO, CLASE Y PODER
En el tercer libro de la Política (1.279b6-40), Aristóteles escribió: «La tiranía es el gobierno de un hombre para beneficio del gobernante, la oligarquía busca el interés de los ricos y la democracia el de los pobres». Siguió luego explicando esta definición: «el que sean pocos o muchos los gobernantes, es un accidente tanto en la oligarquía como en la democracia —en todas partes los ricos son pocos, los pobres muchos ... La diferencia real entre democracia y oligarquía es la pobreza y la riqueza».
A finales del siglo XIX , en su importante comentario sobre la Política , W. L. Newman observó que Aristóteles daba aquí «un reconocimiento explícito de una verdad importante», pues la teoría moderna predominante del contrato social del estado «oscurece nuestro reconocimiento del hecho que Aristóteles había apuntado mucho tiempo antes, en el sentido de que la constitución de un estado tiene sus raíces en lo que los modernos definen como un sistema social».
La ambigüedad de la palabra demos es muy significativa: por una parte, se refería al cuerpo de ciudadanos como un todo, como en las palabras introductorias de los decretos oficiales de una asamblea democrática griega —«el demos ha decidido»—; por otra parte, se refería al pueblo común, a los muchos, los pobres, como en el Gorgias de Platón.
Como es natural, los eufemismos también pueden ser ambivalentes: en no pocos textos su sentido literal desborda e incluso anula su sentido figurado, como cuando Cicerón se quejaba, como hacía frecuentemente y en términos variados, de que muchos boni no se comportaran como boni. Sin embargo, el hecho es que más a menudo «rico» y «pobre» traducen mejor el sentido que una traducción literal. El lenguaje de la política antigua, por tanto, confirma la «verdad importante» de Aristóteles, de que (ya no según la formulación de Newman) el estado es el lugar de encuentro de los intereses conflictivos, de las clases conflictivas. Ningún griego o romano lo hubiera discutido, por mucho que hablara en términos distintos en los debates políticos (lo mismo que sus correlativos de hoy día). Los pensadores políticos griegos buscaron el estado ideal, en el que el conflicto se tenía que superar en interés de una vida mejor para todos, pero insistieron en que ningún estado, pasado o presente, había alcanzado de hecho o siquiera se había acercado a ese objetivo. Solón no fue una excepción, pese a su metáfora del escudo, que aplicó a sí mismo en persona, y no al estado ateniense. Se le había encomendado la tarea de reformar Atenas para reducir el poder de los ricos de actuar en su propio beneficio, y afirmó haberlo hecho así, sin traspasar demasiado poder a los pobres como para que éstos, a su vez, actuaran en su propio interés. Con ello reconoció el puesto central que ocupaban las clases sociales y el conflicto de clases.
Con todo, y quizá sorprenda a primera vista, muchos comentaristas e historiadores modernos apenas se han dado cuenta de lo que decían los griegos y romanos sobre el tema. Los estudios corrientes de la Política de Aristóteles, incluso los comentarios sobre el libro III (entre ellos, el de Newman), no se ocupan de las sugerencias del pasaje fundamental con el que empecé el capítulo, repetido como un leitmotiv a lo largo de toda la obra. Abundan las etiquetas peyorativas, algunas derivadas de fuentes antiguas: demagogia, facción, la plebe; otras, acuñadas por los propios historiadores, como democracia moderada y radical.
La historia romana es menos molesta, en especial el último siglo de la república, durante el cual los oradores y escritores romanos fueron tan explícitamente conscientes, que sólo los historiadores modernos más ciegos pueden mantener un silencio total sobre las divisiones de clases. Se requiere una acción positiva para disminuir la molestia, y voy a considerar dos ejemplos.
El primero es lo que los historiadores modernos han dado en llamar senatus consultum ultimum , resolución del senado que daba a entender que el estado ( res publica ) estaba en peligro y convocaba a los magistrados para que pusieran en práctica todas las acciones defensivas necesarias. Los elementos «subversivos» se tenían, pues, por enemigos del estado, fueras de la ley (y a veces se les declaraba tales oficialmente), sin más derechos a fortiori a recibir la protección de la ley, especialmente en el derecho a un juicio oficial. Los ejemplos atestiguados sin ambigüedades, menos de una docena en total, ocurrieron entre 121 y 43 a. C., en otras palabras, es en el último siglo de la república cuando, como veremos, la violencia armada o la amenaza de intervención armada distorsionó seriamente la substancia de la política de la ciudad-estado. Muchos miles de romanos recibieron la muerte debido a varios senatus consulta ultima , en abierta violación de los procedimientos antiguos para el castigo capital de un ciudadano. Es cierto que Cayo Graco había ocupado el Aventino con partidarios armados en 121 a. C., y Saturnino en el año 100, y Catilina, en el 63, también dirigió bandas armadas. Pero Cayo Graco tenía tras él la experiencia de su hermano Tiberio, una década antes: Tiberio había sido asesinado a golpes por una turba de senadores y partidarios suyos cuando el cónsul rehusó tomar medidas de «emergencia» y el senado no había acordado un «decreto final». No carecía de lógica que Cayo creyera que la clase gobernante, al perder la confianza en su capacidad de gobernar por los métodos tradicionales, se preparaba para encontrar una fórmula nueva. Eso es lo que hicieron, inventando el senatus consultum ultimum.