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Ensayos sobre las discordias
Hans Magnus Enzensberger
Acerca del Autor
Hans Magnus Enzensberger (Baviera, 1929) es uno de los creadores más agudos y significativos de nuestro tiempo. Ha fundado y dirigido revistas culturales (Kursbuch y The Transatlantic), es un poeta extraordinario, ensayista personalísimo y polémico, autor teatral, realizador de documentales cinematográficos, etc. También fue fundador y miembro durante muchos años del jurado del Premio Anagrama de Ensayo. Entre sus numerosos galardones figuran el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, otorgados en 2002; en Francia, en 2009, recibió la Orden de las Artes y las Letras.
En Anagrama se ha publicado gran parte de su polifacética obra: los ensayos recogidos en Detalles, Política y delito, El interrogatorio de La Habana y otros ensayos, Para una crítica de la ecología política, Elementos para una teoría de los medios de comunicación, Conversaciones con Marx y Engels, Migajas políticas, ¡Europa, Europa!, Mediocridad y delirio, La gran migración, Perspectivas de guerra civil, Zigzag, El perdedor radical. Ensayo sobre los hombres del terror, En el laberinto de la inteligencia. Guía para idiotas y El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo tutela, las novelas El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti, Josefine y yo y Hammerstein o el tesón (declarado el mejor libro de 2010 por la revista francesa Lire), los libros de poemas Mausoleo y El hundimiento del Titanic, la obra teatral El filántropo y la antología de textos Los elixires de la ciencia. Miradas de soslayo en poesía y prosa.
Ensayos sobre las discordias
Una nota preliminar
¿C
uánto hace que un politólogo estadounidense hizo furor con la tesis de que había llegado el fin de la Historia? ¿Veinticinco años? ¿Y cuánto tiempo se han pasado todos los «partidos populares» alemanes proclamando a los cuatro vientos y al unísono que Alemania no es tierra de inmigrantes?
No hacía falta ser demasiado brillante para ver lo descabelladas que eran semejantes afirmaciones. No había que irse hasta Somalia o Ruanda. Un vistazo frente a la puerta de casa, una visita a las autoridades de inmigración o un viaje en metro siempre han bastado para refutarlas.
Son cuestiones que no pertenecen necesariamente a las tareas de un escritor, aunque de vez en cuando haya quien se lo exija en público. Por norma general, a los poetas no les gusta que les digan qué tienen que escribir. Además, hay autores que no tienen oído para lo político y harán mejor en explicar historias que en redactar artículos de opinión.
Por lo que a mí respecta, más de una vez me he dejado arrastrar, en contra de mi convicción, a pronunciarme públicamente sobre los acontecimientos políticos. Una vez, hace más de veinte años, al oír hablar de lugares hasta entonces de lo más discretos, como Hoyerswerda, Lichtenhagen, Mölln y Solingen, con motivo de atentados mortales, se me acabó la paciencia. Decidí dar un par de vueltas a las experiencias alemanas con la inmigración y la xenofobia. En 1992 se publicaron mis reflexiones bajo el título La gran migración, con una nota a modo de epílogo: «Acerca de algunas particularidades de la caza del hombre».
Poco después se anunció a bombo y platillo el final de la Guerra Fría. Ante tan grata novedad, muchos expertos pregonaron la llegada de considerables «dividendos de la paz». Demasiado bonito para ser verdad, pensé. Aparecieron nuevos topónimos, como Mogadiscio, Kuwait y Kigali; incluso a la vuelta de la esquina, en el País Vasco o en Irlanda del Norte, por ejemplo, se vislumbraban Perspectivas de guerra civil. Los periódicos se inundaban de palabras extranjeras como mob, hooligan, yihad, shoe bomber o unabomber.
Nuestra situación idílica, apoyada por el dinero y el poder, ¿era tan intocable como parecía? Empecé a dudarlo. Cada vez aparecían más «hombres del terror» en las pantallas. No se trataba sólo de locos solitarios. Colectivos enteros que se hacían pasar por ejércitos, movimientos de liberación o salvadores iban ganando protagonismo.
Su explosiva mezcla de megalomanía y sed de venganza, ansia de sangre y deseo de muerte podía estallar en cualquier patio de colegio, frente al Pentágono o en un mercado africano. Con un ensayo sobre El perdedor radical, que acometí en 2006, quería demostrar que los motivos ideológicos o religiosos de las masacres no eran más que una máscara para obsesiones más profundas. El mínimo común denominador del terror es el delirio.
En este punto entra en escena una coda de 2015 que trata sobre la rebelión Taiping. «La teocracia olvidada» fue la guerra civil más brutal de la historia moderna. Causó más víctimas que la Guerra de Secesión americana y tuvo consecuencias catastróficas en la China del siglo XIX que todavía pueden sentirse en nuestros días. Los paralelismos con el autoproclamado «califato islámico», que hoy hace estragos en Oriente Próximo, son desconcertantes.
Que al cabo de tantos años mis tres ensayos sobre las discordias conserven su actualidad constituye, huelga decirlo, una mala señal. Excepto por algunas notas a pie de página para dar la perspectiva actual, se publican intactos en el presente volumen. En todos estos años se han empleado muchos esfuerzos para minimizar o negar los conflictos tratados en estos textos, pero ha sido inútil. La situación se ha vuelto demasiado peligrosa como para dejarla en manos de políticos y demagogos.
Puede que pase mucho tiempo antes de que los seres humanos estén preparados para aceptar la paz.
H. M. E.,
enero de 2015
La gran migración
Treinta y tres acotaciones
Ya no sabemos a quién debemos apreciar y respetar y a quién no. En este sentido nos estamos comportando como bárbaros los unos con los otros. Sin embargo, ya seamos griegos o bárbaros, todos somos iguales, tal como se deduce de lo que, por naturaleza, es intrínseco al ser humano: todos respiramos por la boca y la nariz, y todos comemos con las manos.
A NTIFONTE ,
Sobre la Verdad, siglo V a. C.
En la estatua de la Libertad encontramos la inscripción: «En este país republicano todos los hombres han nacido libres e iguales.» Pero debajo leemos en letra pequeña: «A excepción de la tribu de los hamo (los negros).» Lo cual echa por tierra el aserto precedente. ¡Ay de vosotros, republicanos!
H ERMAN M ELVILLE ,
Mardi and a Voyage Thither, 1849
I
Un mapamundi. Enjambres de flechas azules y rojas que convergen en remolinos y vuelven a dispersarse en direcciones opuestas. Todo ello complementado con unas curvas que delimitan zonas de presiones atmosféricas diferenciadas por tonalidades distintas. Isobaras y vientos. Un mapa del tiempo de estas características resulta atractivo; pero resulta difícil interpretarlo correctamente si no se poseen los conocimientos adecuados. Nos hallamos ante una abstracción que trata de reflejar un proceso dinámico por medios estáticos. Sólo una película sería capaz de plasmar lo que está ocurriendo, ya que el estado normal de la atmósfera es la turbulencia. Lo mismo, por cierto, cabe decir acerca del poblamiento de nuestro planeta por parte del hombre.
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