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Hans Magnus Enzensberger - El perdedor radical

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Hans Magnus Enzensberger El perdedor radical

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En este breve y contundente ensayo Enzensberger establece los puntos comunes - photo 1

En este breve y contundente ensayo, Enzensberger establece los puntos comunes que caracterizan al loco violento, capaz de tomar un colegio y disparar indiscriminadamente a su alrededor, y a los terroristas de signo islámico. Menciona los atentados de Madrid de marzo de 2004 y nos recuerda la consigna posterior de Al-Qaeda: «Vosotros amáis la vida; nosotros amamos la muerte. Por eso venceremos». Lo que nos remite a aquel «¡Viva la muerte!» del octubre español de 1936 en Salamanca.

No olvida el autor la barbarie nazi ni sus chivos expiatorios; tampoco pasa por alto las ideologías destructivas y autodestructivas (los dos rasgos que mejor definen a estos perdedores radicales) de signo izquierdista, para terminar subrayando que esta nueva forma del terror se nutre de modelos y tecnologías occidentales, siendo el desarrollo de estos movimientos sectarios un proceso en el que la globalización desempeñaría un papel no despreciable: «La presión del capital que opera a escala mundial los ha obligado a abandonar sus fantasías de conquistar el mundo».

Hans Magnus Enzensberger El perdedor radical Ensayo sobre los hombres del - photo 2

Hans Magnus Enzensberger

El perdedor radical

Ensayo sobre los hombres del terror

ePub r1.1

Rob_Cole 26.06.2017

Título original: Schreckens Männer: Versuch über den radikalen Verlierer

Hans Magnus Enzensberger, 2006

Traducción: Richard Gross

Retoque de cubierta: Rob_Cole

Editor digital: Rob_Cole

Corrección de erratas: coso

ePub base r1.2

Notas 1 Odo Marquard Philosophie des Stattdessen Stuttgart Reclam 2001 - photo 3

Notas

[1] Odo Marquard, Philosophie des Stattdessen, Stuttgart, Reclam, 2001, p. 37. (Hay traducción española: Filosofía de la compensación: estudios sobre antropología filosófica, Barcelona, Paidós, 2001, p. 41).

[2] Immanuel Kant, citado según el Deutsches Wörterbuch de Jacob y Wilhelm Grimm, tomo XVI, columna 468.

[3] J 338, Schriften und Briefe, I, Múnich, Hanser, 1968.

[4] Lichtenberg A 126.

[5] Friedrich Nietzsche, Jenseits von Gut und Böse, p. 13. (Hay traducción española: Más allá del bien y del mal. Preludio de una filosofía del futuro, traducción de Andrés Sánchez Pascual, Barcelona, Altaya, 1998, p. 36).

[6] Olivier Roy, Globalized Islam: The Search for a New Ummah, Londres, Hurst, 2004.

[7] Faisal Acuji, Landscapes of the Jihad: Militancy, Morality and Modernity, Ithaca (Nueva York), Cornell University Press, 2005.

[8] Versos citados según Der Islam in der Gegenwart, Werner Ende y Udo Steinbach (eds.). Múnich, Beck, 1991, 3.a edición, pp. 599 y ss.

[9] 2002: Freedom, education and women’s empowerment; 2003: Knowledge deficit; 2004: Governance and misgovernance. La versión en lengua inglesa del informe está disponible en internet:

[10] Dan Diner, Versiegelte Zeit: Über den Stillstand in der islamischen Welt, Berlín, Propyläen, 2005.

[11] Bernard Lewis, Die Araber, Múnich, dtv, 2002, pp. 219-221. (Hay traducción española: Los árabes en la historia, Madrid, Espasa-Calpe, 2005).

[12]Frauen und die Scharia: Die Menschenrechte im Islam, Múnich, Diederichs, 2004.

[13] Al Masudi y Said Al Andalusi, según Bernard Lewis, op. cit., pp. 213-214.

[14] Citado según el Frankfurter Allgemeine Zeitung del 9 de diciembre de 2005.

[15] Nota que debo a Ellen Werner y que se refiere a un dibujo aparecido en el Arab News saudí en abril de 2002.

[16] Wolfgang Sofsky, «El populacho de los piadosos», en Die Welt, 15 de febrero de 2006.

[17] Cito del The New Criterion, enero de 2006.

[18] Cito de Scientific American, enero de 2006.

[19] Wolfgang Sofsky, op. cit.

[20] En castellano en el original. (N. del T.).

No hay que entenderlo todo,

pero no viene mal un ensayo.

R. K.

I

Es tan difícil hablar del perdedor como necio callar sobre él. Necio, porque no puede haber ganador definitivo y porque a cada uno de nosotros, tanto al Napoleón megalómano como al último mendigo de las calles de Calcuta, nos está reservado el mismo final. Difícil, porque peca de simplista quien se da por satisfecho con esta banalidad metafísica. En efecto, así se pierde la dimensión realmente candente del problema, la dimensión política.

En lugar de leer en las mil caras del perdedor, los sociólogos se atienen a sus estadísticas, basadas en valores medios, desviaciones estándar y distribuciones normales.

Rara vez se les ocurre pensar que ellos mismos podrían pertenecer al bando de los perdedores. Sus definiciones vienen a ser como rascarse una herida: después pica y duele más, como dice Samuel Butler. Lo que está claro es que, por la manera en que se ha acomodado la humanidad —«capitalismo», «competición», «imperio», «globalización»—, no sólo el número de los perdedores aumentará cada día, sino que pronto se verificará el fraccionamiento propio de los grandes conjuntos; las cohortes de los frustrados, de los vencidos y de las víctimas se irán disociando unas de otras en medio de un proceso turbio y caótico. Al fracasado le queda resignarse a su suerte y claudicar; a la víctima, reclamar satisfacción; al derrotado, prepararse para el asalto siguiente. El perdedor radical, por el contrario, se aparta de los demás, se vuelve invisible, cuida su quimera, concentra sus energías y espera su hora.

Quizá valga la pena echar un vistazo a su antípoda, el ganador radical.

Éste es igualmente un producto de la llamada globalización, y aunque no puede haber simetría entre los dos, comparten algunas características. También el Master of the Universe económico, que supera en poder y riqueza a todos sus antecesores, está completamente aislado en términos sociales, sufre —por meras razones de seguridad— una pérdida de realidad y se siente incomprendido y amenazado.

Pero las categorías del análisis de clase son poco idóneas para solventar las contradicciones que aquí interesan. Quien se conforme con los criterios objetivos y materiales, con los índices de los economistas y las deprimentes conclusiones de los empíricos, no entenderá nada del drama intrínseco del perdedor radical. Se trata casi siempre de un hombre. Puede parecer trivial apuntar las razones de que esto sea así, pero no está de más señalarlas. Para el que se atribuye a sí mismo una superioridad tradicionalmente incuestionada y no se ha resignado a que el plazo de esa primacía haya caducado, será infinitamente difícil asumir su pérdida de poder. (No hace mucho que en los hogares alemanes existía un «cabeza de familia»). Por todas estas razones, un hombre que se siente un perdedor radical se encuentra al borde de un precipicio imaginario que a una mujer le resultaría más bien ajeno.

Sin embargo, lo que los demás piensen de él, sean sus competidores o sus hermanos de tribu, expertos o vecinos, condiscípulos, jefes, amigos o enemigos, y sobre todo su esposa, no le es suficiente al perdedor para radicalizarlo. Él mismo tiene que aportar su grano de arena, tiene que convencerse de que realmente es un perdedor y nada más. Mientras le falte esa convicción, podrá irle mal, podrá ser pobre e impotente, haber conocido la ruina y la derrota; pero no habrá alcanzado la categoría de perdedor radical hasta que no haya hecho suyo el veredicto de los demás, a quienes considera como ganadores. Sólo entonces «se desquiciará».

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