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Fabio Giovannini - Breve historia del anticomunismo

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Fabio Giovannini Breve historia del anticomunismo

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BREVE HISTORIA DEL ANTICOMUNISMO
Fabio Giovannini

BREVE HISTORIA DEL ANTICOMUNISMO

Fabio Giovannini

Prólogo de Alizia Stürtze

Título original: Breve storia dell’anticomunismo

Autor: Fabio Giovannini

Prólogo: Alizia Stürtze

Traductor: Carlo Mª Gontzato Raveli

© 2004 DATANEWS Editrice

© (de la presente edición) Basandere Argitaletxea

Depósito legal: BI-723-07

Imprenta: Baster Talleres Gráficos

Digitalización: GAFP

BASANDERE Argitaletxea

Bermingham, 1 – pral. esk.

20002 Donostia

Tel./Fax: (943 453 852)

ÍNDICE
Prólogo
De la cruzada contra el comunismo a la guerra permanente contra el terrorismo

En esta Breve historia del anticomunismo, se describe de modo claro y conciso el desarrollo y consecuencias de la ideología anticomunista en vigencia a partir de la I Guerra Mundial y especialmente agresiva durante la llamada Guerra Fría (1951-1991). En base a ella, Estados Unidos hizo “creer” a una parte importante de la población mundial que había circulando por ahí un poderoso enemigo, una tenebrosa Conspiración Internacional Comunista, cuyo objetivo era ni más ni menos que controlar el planeta para someterlo a unos execrables objetivos que, al parecer, perseguían (no se sabe muy bien por qué ni para qué) la esclavización de la Humanidad e incluso su desaparición total. La obvia consecuencia era que el mundo estaba necesitado de un Salvador y que, dada la peligrosidad y el alto grado de contagiosidad del calificado como “Imperio del Mal”, ese Salvador sólo podía ser Estados Unidos. Tenía así Washington justificación para criminalizar, perseguir y destruir tanto dentro como fuera de sus fronteras toda persona, movimiento o gobierno que encarnara los ideales y esperanzas de las masas populares y trabara su expansión imperial.

Quedaba así la gran potencia capitalista con las manos libres para intervenir en asuntos internos de otros países, provocar sangrientos golpes de Estado y cruentas guerras, y mantener crueles regímenes dictatoriales allí donde conviniera a sus intereses económicos y geoestratégicos frente al entonces potente bloque soviético. Por mucho que el revisionismo histórico (que equipara nazifascismo con comunismo, y vale ahora para nazificar al islamismo) y la retórica del doble demonio (que equipara los objetivos/consecuencias de la agresión imperial con los de la política de líderes nacionalistas y/o autoritarios de Estados que no se ajustan a la política imperial, y vale para agredir a éstos) se utilicen para encubrir la objetividad de los datos, ahí están los brutales resultados y los millones de muertos de la lucha del “mundo libre” contra la “tiranía comunista” durante esa Guerra Fría que, para algunos, fue en realidad una 3ª. Guerra Mundial.

Hoy, 17 años después de la caída del muro de Berlín y conjurada la diabólica conspiración comunista, Estados Unidos sigue sin embargo empeñado, en nombre de la democracia y de los derechos humanos, en salvar a pueblos y países de toda una serie de incontables peligros que les acechan, alentados todos ellos, al parecer, por un nuevo enemigo, el etiquetado como “terrorismo internacional” que, en este mundo globalizado y caótico, constituye por lógica una categoría “superior” (de más amplio espectro), más irracional y mortífera que el infierno comunista que, por su parte, queda (en apariencia al menos) subsumido dentro de ese nuevo “eje del mal”.

Se busca enemigo todo terreno

Enseguida se le quedó inservible a Washington la tan publicitada “teoría-ficción” de Fukuyama del “Fin de la Historia”, según la cual la Historia humana, como lucha de ideologías, había terminado, con el triunfo de la democracia liberal que se había impuesto tras el fin de la Guerra Fría. Tras el pinchazo de la burbuja informática, Estados Unidos se enfrentaba a una crisis económica, de sobreproduccion y de legitimidad, el euro le estaba comiendo terreno al dólar, y aumentaba la disposición a romper sus boicots contra ciertos países (Irak, Irán, Siria, Libia, Cuba…). Estaba perdiendo influencia.

Huérfana de un enemigo que justificara el intervencionismo imperialista unilateral y la implantación de un “Nuevo Orden Mundial” que los zioncons (neoconservadores sionistas) de Bush, el Pentágono y los sectores de la industria armamentística y petrolífera consideraban imprescindibles, la política exterior y militar usamericana necesitaba hacerse con una nueva ideología “del Mal” que sustituyera y a la par englobara a la anticomunista. Para ello, ya desde los 90, en los laboratorios de los “think tanks” fueron gestando todo el montaje del terrorismo internacional y la ideología antiterrorista, que quedaron perfectamente afianzados y justificados a partir de ese “nuevo Pearl Harbour” que fue el 11-S. El mundo volvía a ser inestable y peligroso, ya que estaba amenazado por un enemigo global fanático, encarnizado y dispuesto a todo. Bush necesitaba un adversario digno de su “doctrina”, basada en un militarismo agresivo, y lo acababa de encontrar tras el atentado a las Torres Gemelas. La designación de Al Qaeda como imagen central de ese satánico “Eje del Mal” no fue casual, ya que le venía de perlas a Washington para recrear y endurecer las condiciones de la guerra que quería emprender para asegurarse una influencia decisiva en las zonas estratégicas y controlar las reservas naturales más ricas del mundo: una organización tentacular y mundial que, a pesar de su ideología retrógrada, dispone de medios ilimitados y se comunica por Internet; una organización invisible con objetivos misteriosos, estructura descentralizada y ramificaciones mundiales; una guerra no declarada, clandestina, encubierta y emboscada; una hidra de varias cabezas que se reproduce sin cesar y ataca en cualquier momento y lugar, por lo que hace necesarias la guerra ilimitada y una superioridad militar permanente para frustrar cualquier ataque imaginable, a la par que legitima el empleo de cualquier medio: aliarse con regímenes represivos, invadir países y masacrar a las poblaciones civiles, atropellar los derechos humanos, legalizar la tortura, el secuestro y el asesinato de luchadores sociales, violar las convenciones del derecho internacional con total impunidad, utilizar armas químicas, biológicas y también nucleares, provocar cambios de régimen, aceptar la idea del magnicidio contra los líderes molestos (Castro, Chávez,…), establecer bases militares y aparatos policiales-militares especiales, levantar nuevos muros por todas partes, publicitar complots terroristas virtuales (como el superatentado terrorista supuestamente frustrado en Londres), y, desde luego, golpear siempre primero (desarrollo de la “guerra preventiva”). En definitiva, en base a la generación de un clima de miedo y terror, instaurar el estado de excepción permanente y convertirlo en estilo de vida, colocando al mundo ante una nueva guerra fría (o ante la 4ª. Guerra Mundial, si se prefiere), porque el conflicto apocalíptico entre el Bien y el Mal así lo exige. Ya lo enuncia Samuel Huntington en “El choque de las civilizaciones”, la nueva biblia de la política exterior estadounidense: no se trata, como en el siglo XX, de un enfrentamiento entre ideologías, entre Este y Oeste o Norte y Sur, sino de una guerra entre una cultura moderna, la judeocristiana, y una forma arcaica de barbarie, el Islam, cuyo resentimiento contra Occidente lo convierte en una mortífera amenaza y en chivo expiatorio de todos los conflictos. (En realidad, la conclusión encubierta de Huntington es que, a largo plazo, el principal enemigo “civilizatorio” de Occidente será China, aliada potencial y natural del mundo islámico contra Occidente, por lo que sería preciso hacer lo que sea para romper la ya existente alianza “islámico-confuciana”. Pero de esto hablaremos más tarde).

A partir de esa polarización del mundo y de ese absolutismo moral (o se está con el imperio o se está con el terrorismo), Estados Unidos puede ya ir “personalizando” al enemigo a conveniencia. De hecho, necesita hacerlo, para diabolizarlo mejor y atacar donde le conviene. Así, de luchar contra unas espectrales y anónimas redes terroristas globales sin localización geográfica específica, puede pasar a demonizar a los países que molestan a sus fines, estigmatizándolos bajo la catalogación de Rogue States o “estados canallas o delincuentes”, así como meter y sacar de la lista de organizaciones terroristas a quien mejor le convenga: cualquiera que se oponga al militarismo y al imperialismo se expone a ser calificado de terrorista, con todas sus consecuencias. En el amplio cajón de sastre de la “guerra contra el terrorismo” (incluido en el todavía más amplio del choque de civilizaciones) cabe de todo (comunistas, narcotraficantes, movimientos islamistas de todo tipo, nacionalismos emergentes, guerrillas, dictaduras no sumisas, movimientos antiimperialistas, control nuclear y de fuentes de materias primas estratégicas o los flujos migratorios…) y, por eso precisamente, le es tan útil a Washington para, a partir del 11-S, poner en marcha un plan largamente elaborado, el llamado “Project for a New American Century”, que busca mantener el liderazgo estadounidense durante el siglo XXI a través de una dinámica militarista (iniciada ya con la guerra de Kosovo), es decir, a través de una guerra permanente contra los pueblos que osan defender su soberanía y/o luchar por otra sociedad. Y que, claro está, coinciden/chocan con los intereses geopolíticos imperiales de control de armas y de recursos energéticos y de otras materias primas. Todo ello persigue un objetivo central: prevenir el resurgimiento de un nuevo rival; adelantarse a la aparición de una amenaza real.

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