Los Estudios Culturales - Fredric Jameson Fredric, Jameson Los estudios culturales / Jameson Fredric. - 1a. ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2016. 112 p. ; 20 x 13 cm. - (Exhumaciones)
Fredric, Jameson Los estudios culturales / Jameson Fredric. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2016. Libro digital, EPUB - (Exhumaciones) Archivo Digital: descarga y online Traducción de: Matías Battistón. ISBN 978-987-3847-99-8 1. Filosofía. 2. Beca de Investigación. 3. Teoría Crítica. I. Battistón, Matías, trad. II. Título. CDD 301.01
Publicado con el permiso de los titulares de los derechos de traducción,
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Ilustración de Fredric Jameson
Juan Pablo Martínez
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Buenos Aires, Argentina, 2016
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Impreso en Color EFE, Paso 192,
Capital Federal, República Argentina,
en Abril de 2016
Sobre los “Estudios Culturales”
T al vez la mejor manera de abordar ese deseo llamado “Estudios Culturales” sea política y socialmente, como proyecto para constituir un “bloque histórico”, en lugar de teóricamente, como plataforma para una nueva disciplina. Por supuesto, dicho proyecto implicaría una política académica: la política que tiene lugar dentro de la universidad y, más allá, en la vida intelectual en general o en el espacio donde circulan los intelectuales. Sin embargo, ahora que la derecha ha comenzado a desarrollar su propia política cultural con el fin de reconquistar las instituciones académicas y, en particular, las universidades y las bases mismas de esas instituciones, no parece muy sensato seguir concibiendo la política de la Academia y de los intelectuales como una cuestión exclusivamente “académica”. En cualquier caso, la derecha parece haber entendido que el proyecto y el eslogan de los Estudios Culturales (cualesquiera que fueran) representan un objetivo crucial en su campaña, y que en la práctica estos estudios funcionan como un sinónimo de “lo políticamente correcto” (noción que, en este contexto, puede identificarse como la política cultural de los distintos “movimientos sociales nuevos”: el antirracismo, el antisexismo, la antihomofobia, etc.).
No obstante, si esto es así, y si los Estudios Culturales realmente deben considerarse la manifestación de una alianza proyectada entre varios grupos sociales, quizá formular estos estudios de manera rigurosa como un emprendimiento intelectual o pedagógico no sea tan importante como parecen suponer algunos de sus adherentes, cada vez que estos amenazan con reflotar las viejas disputas sectarias de la izquierda en su afán por decidir cómo debería plasmarse verbalmente la línea partidaria de dichos estudios. La línea partidaria no es lo que importa, sino la posibilidad de establecer alianzas sociales, algo que el eslogan general de los Estudios Culturales parecería reflejar. Se trata de un síntoma, más que de una teoría, y por eso lo más conveniente sería realizar un análisis basado en los estudios culturales de los “Estudios Culturales” en sí. Eso también significa que lo que necesitamos (y efectivamente obtenemos) del libro Cultural Studies , la reciente recopilación editada por Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Paula A. Treichler, es apenas cierta amplitud y representatividad general (dos cosas que sus cuarenta colaboradores parecen garantizar de antemano), no que sea imposible tratar el tema de otro modo o mostrarlo bajo una luz radicalmente distinta. Tampoco quiero decir que las ausencias o lagunas en esta recopilación -que, en resumidas cuentas, reedita las ponencias leídas en un congreso de Estudios Culturales en Urbana-Champaign, en el segundo trimestre de 1990- no sean significativas y dignas de comentario. Pero si las comentara, estaría haciendo un diagnóstico de este evento en particular y de la “idea” que postula de los Estudios Culturales, en vez de proponer alguna alternativa más adecuada (congreso, “idea”, programa o “línea partidaria). De hecho, probablemente yo debería poner las cartas sobre la mesa cuanto antes y aclarar que, por vital (y, en efecto, por teóricamente interesante) que me parezca conversar y debatir sobre los Estudios Culturales hoy en día, no me importa demasiado cuál será la forma que el programa termine adoptando, ni siquiera si llega a instituirse como disciplina académica oficial en absoluto. Eso se debe sin duda a que, desde el vamos, no tengo mucha fe en la reforma de los programas académicos; pero también a mi sospecha de que, una vez que el debate indicado haya tenido lugar públicamente, los Estudios Culturales ya habrán cumplido su propósito de cualquier manera, más allá de la estructura departamental dentro de la cual se haya llevado a cabo dicho debate. (Y con esto me refiero específicamente a la que me parece la cuestión práctica más crucial de todo este asunto: proteger a los jóvenes que en la actualidad escriben artículos dentro de esta nueva “área” y permitirles acceder a cargos docentes).
Supongo que también debería señalar, en contra de las definiciones (a Adorno le gustaba recordarnos el desprecio de Nietzsche por todo intento de definir los fenómenos históricos como tales), que creo que ya sabemos, de algún modo, qué son los Estudios Culturales; y que “definirlos” significa dejar de lado lo que no son, quitando toda la arcilla innecesaria de la figura que estamos tratando de esculpir, trazando sus límites según lo que nos indica el instinto y nuestro impulso visceral, tratando de identificar lo que no son los Estudios Culturales de un modo tan exhaustivo que, a fin de cuentas, habremos logrado lo que buscábamos, por más que nunca obtengamos una “definición” positiva.
Sean lo que sean, los Estudios Culturales emergieron como resultado de la insatisfacción producida por las otras disciplinas, no solo debido a sus contenidos, sino a los límites que imponían por el hecho mismo de ser disciplinas diferentes. Los Estudios Culturales, en ese sentido, son posdisciplinares. No obstante, a pesar de ello, o por eso mismo, una de las maneras esenciales en las que los Estudios Culturales siguen autodefiniéndose se basa en su relación con las disciplinas ya establecidas. Por ende, tal vez sea apropiado empezar con las quejas de nuestros aliados en esas disciplinas, que acusan a los incipientes Estudios Culturales de ignorar objetivos, según ellos, fundamentales. Luego nos ocuparemos, en otras ocho secciones, de los grupos, el marxismo, el concepto de articulación, la cultura y la libido, el papel de los intelectuales, el populismo, la geopolítica y, por último, la utopía.
¡Esa no es mi área!
Los historiadores se muestran particularmente perplejos ante la relación, en cierto sentido imposible de determinar, entre los representantes de los Estudios Culturales y el material de archivo. Catherine Hall, autora de uno de los textos más sustanciales de este volumen -un estudio sobre la mediación ideológica de los misionarios ingleses en Jamaica-, además de observar que “si la historia cultural no forma parte de los estudios culturales, creo que nos enfrentamos a un serio problema” (272), afirma que “la interacción entre la historia mainstream y los estudios culturales en Inglaterra ha sido extremadamente limitada” (271). Por supuesto, es posible que eso sea tanto un problema de la historia mainstream como de los estudios culturales; pero Carolyn Steedman luego examina el asunto con mayor atención, sugiriendo algunas diferencias metodológicas básicas. Por ejemplo, el contraste entre la investigación colectiva y la individual: “La práctica grupal es colectiva; la investigación de archivo la realiza el historiador solitario, que forma parte de una práctica no democrática. La investigación de archivo es onerosa, tanto en términos de tiempo como de dinero, y no es factible que la emprenda un grupo entero de personas, en cualquier caso” (618). Sin embargo, cuando trata de formular de una manera más positiva lo que distingue del resto al enfoque aplicado en los Estudios Culturales, Steedman termina señalando que se trata de un enfoque “basado en el texto”. En esta área se examinan textos de fácil acceso; el historiador archivista, en cambio, tiene que reconstruir su material laboriosamente, a partir de síntomas y fragmentos. Es interesante que la autora indique en su análisis que la causa determinante del surgimiento del método “basado en el texto” pueda haber sido institucional y, más específicamente, educativa: “¿El ‘concepto de cultura’ que usan los historiadores […] se habrá inventado en realidad entre 1955 y 1975, en las escuelas? En Inglaterra, no tenemos una historia social y cultural de la educación que nos permita plantear esta pregunta” (619-620). Por otro lado, Steedman no dice qué disciplina debería encargarse de investigar esta cuestión.