INTRODUCCIÓN
LA ELABORACIÓN DEL DERECHO EN EUROPA
Hace algunos años, una estudiante universitaria me informó con emoción de que acababa de visitar Washington, D.C., donde vio una copia de la gran carta de las libertades, la Carta Magna. Sin querer disminuir su entusiasmo, me pregunté cómo podría explicarle a esta estudiante que lo que ella vio era un documento feudal cuya intención original tenía muy poco que ver con lo que llegó a simbolizar y que la importancia que adquirió con el paso del tiempo fue porque, siglos después de ser promulgada, se le dio un nuevo significado y un nuevo papel.
La cuestión que tuve que abordar primero era si esto tenía alguna importancia. ¿Era significativo que un documento de comienzos del siglo XIII como la Carta Magna fuese interpretado erróneamente por una estudiante del siglo XXI ? ¿En qué saldría ganando esta estudiante si hubiese entendido lo que realmente era la Carta Magna y por qué y cómo había llegado a adquirir la categoría que tiene ahora? ¿Era esta historia relevante para sus preocupaciones del tiempo presente? ¿Romper mitos era tan importante como crearlos? ¿El pasado pasado está, o nos dice algo esencial sobre el presente y el futuro?
Comprender la Carta Magna del siglo XIII conllevaría recordar un pasado feudal en el que los señores poderosos trataban de proteger su jurisdicción y sus propiedades frente a una monarquía en expansión. Requeriría imaginar de qué modo la sociedad cambió con el paso del tiempo —principalmente, cómo los privilegios de unos pocos barones se convirtieron en los derechos de todos los ingleses— y cómo, en el proceso, las reclamaciones de derechos limitaron las posibilidades de acción de los reyes. Dada su proyección en Estados Unidos, este relato también incluiría la historia de cómo estas ideas cruzaron el Atlántico y se transformaron. Dentro de una historia más grande del derecho europeo, la explicación tendría que tratar la cuestión no solo de por qué la Carta Magna alcanzó esta condición mítica, sino también por qué cartas feudales similares, abundantes y frecuentes en otras partes de Europa, no corrieron la misma suerte.
Como historiadora del derecho sé que lo que la Carta Magna representa actualmente no tiene nada que ver con el texto en sí y todo que ver con cómo se utilizaba y se recordaba. Si mi estudiante conociera esta historia, razonaba yo, tal vez entendería mejor el pasado, pero quizá también adquiriría un medio para concebir de forma distinta su presente y su futuro. Podría proporcionarle instrumentos con los que cuestionar las narrativas adquiridas, comprender los procesos que condujeron a su formación y sugerir adónde podrían llevarnos a continuación.
La Carta Magna, por supuesto, no es el único vestigio legal que todavía determina nuestro presente o nos permite imaginar nuestro futuro. Otros numerosos instrumentos, instituciones y textos heredados del pasado cumplen el mismo papel. Tanto como reliquias de una época desaparecida y como características importantes de nuestra vida cotidiana, dan a las cosas ciertos significados, aportan soluciones y ofrecen técnicas a través de las cuales analizar y comprender la realidad. Tomemos, por ejemplo, el due process: la obligación de los tribunales de seguir un procedimiento particular. De manera intuitiva, muchos de nosotros lo consideraríamos un fenómeno relativamente moderno vinculado a la ambición de la sociedad de asegurar la administración de la justicia. No obstante, el due process, si no en nombre al menos en la práctica, nació hace mucho tiempo en la Inglaterra medieval. La historia de su aparición está vinculada no tanto a la garantización del resultado justo (lo que no hacía), sino a la insistencia de que los jueces de los tribunales del commonlaw obedezcan normas de procedimiento muy estrictas. Comprender por qué las normas de procedimiento pasaron a ser muy importantes en el derecho inglés y cómo, a lo largo de los años y debido a transformaciones muy particulares, llegaron a ser vistas también como instrumentos para proteger a los litigantes, nos permitiría tener una mejor comprensión, por ejemplo, de por qué ciertas cosas estaban cubiertas por un proceso con las debidas garantías mientras que otras no lo estaban, o por qué esta serie de reglas se desarrollaron en Inglaterra y no en otra parte.
El compromiso con el pasado también nos permitiría comprender cómo el derecho europeo llegó a rediseñarse como el epítome de la razón y como un sistema con una aplicabilidad potencialmente universal. La enorme influencia que el derecho europeo ha tenido en el mundo por supuesto podría explicarse por factores políticos y económicos, pero asimismo requeriría una explicación intelectual. Los antiguos romanos ya vinculaban la pertenencia a la comunidad con el derecho y ambos con la extensión de la hegemonía política, pero estos vínculos se metamorfosearon radicalmente en la Edad Media. El advenimiento y la propagación de la cristiandad permitieron la proyección del derecho romano a nuevas zonas de Asia, África y Europa. Con el colonialismo, se adoptaron nuevas explicaciones para justificar la imposición del derecho europeo sobre territorios y pueblos no europeos. Lo mismo ocurrió durante las revoluciones del siglo XVIII y la construcción de los estados-nación en el siglo XIX . Analizar la constante necesidad de explicar la relevancia del derecho europeo en otras partes iluminaría, por ejemplo, la crítica de algunos expertos acerca del derecho internacional contemporáneo, cuyos orígenes ellos remontan a Europa y que consideran una herencia europea más que un legado humano verdaderamente global.
Al haber enseñado historia del derecho durante una veintena de años en facultades de derecho y departamentos de historia en diversos países y universidades de Europa y Estados Unidos (en la Universidad de Chicago, Stanford, y ahora Harvard), con frecuencia he sentido la necesidad de una introducción breve y útil a la historia jurídica europea que pudiera usarse para debatir la evolución del derecho a lo largo del tiempo. Cansada de las grandes investigaciones que acumulaban detalles pero daban pocas explicaciones o apenas seguían la evolución y los cambios, y descontenta con los que repetían interminablemente estereotipos y concepciones erróneas o tenían un enfoque provinciano, escribí intencionadamente este libro con mis estudiantes de historia y de derecho y mis colegas en mente. ¿Qué necesitarían saber para apreciar lo extraño y sin embargo a la vez familiar que era el pasado? En un campo tan abundante en afirmaciones nacionalistas, ¿qué mitos había que disipar y cómo podía hacerse esto? ¿Cómo se podía integrar la historia del derecho europeo en una sola narración que tuviese en cuenta las variaciones locales y al mismo tiempo respetase la profunda unidad de toda Europa, Inglaterra incluida? ¿Cómo se podrían comunicar las preocupaciones de la historia del derecho continental con las que crecí intelectualmente (y que procura establecer principios de alcance general) a un público más familiarizado con otras clases de historia del derecho que tradicionalmente se centran en ejemplos concretos? ¿Cómo puede un libro de corta extensión reproducir lo que sabemos y lo que no, aquello de lo que estamos seguros y aquello que vacilamos en afirmar, y aun así aportar un relato sobre cómo han cambiado las cosas con el paso del tiempo y (a veces) por qué lo hicieron?
Este libro trata de responder a algunas de estas cuestiones en un lenguaje accesible y claro. Su principal objetivo es proporcionar a los lectores instrumentos útiles con los cuales entender el presente y el pasado. En vez de aportar detalles interminables, se ocupa de los elementos más esenciales requeridos para repensar nuestros propios criterios, indicando cuándo y cómo surgieron y se desarrollaron. Desnaturalizar nuestros actuales sistemas legales demuestra que alcanzamos dichos sistemas después de una progresión azarosa y compleja cuya trayectoria futura está lejos de ser evidente. Hoy tal vez demos por sentado que el derecho es algo que se crea y se puede cambiar, pero como demuestro en este libro, esta visión es una invención relativamente reciente. Durante muchos siglos, se dijo que el derecho existía porque sencillamente así era, porque lo creó de forma espontánea la comunidad, o porque Dios lo había transmitido. Aunque estas percepciones no fuesen ciertas, en el sentido de que el derecho siempre fue obra de alguien en alguna parte, el hecho de que la gente creyera en ellas fue de gran importancia respecto de cómo veían, interpretaban u obedecían la ley, a quién escuchaban y por qué. Si hoy damos por sentado que cada país tiene sus propias leyes, esto también es un fenómeno relativamente reciente, al haber estado la ley en el pasado inserta en comunidades que compartían cosas distintas de la lealtad política. Saber qué factores justificaban la obediencia legal y por qué importaban es fundamental para entender cómo funcionaba el derecho históricamente, además de cómo lo hace hoy.