AA. VV. - Cine y Derecho
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La revista Nosferatu nace en octubre de 1989 en San Sebastián. Donostia Kultura (Patronato Municipal de Cultura) comienza a organizar en 1988 unos ciclos de cine en el Teatro Principal de la ciudad, y decide publicar con cada uno de ellos una revista monográfica que complete la programación cinematográfica. Dicha revista aún no tenía nombre, pero los ciclos, una vez adquirieron una periodicidad fija, comenzaron a agruparse bajo la denominación de “Programación Nosferatu”, sin duda debido a que la primera retrospectiva estuvo dedicada al Expresionismo alemán. El primer número de Nosferatu sale a la calle en octubre de 1989: “Alfred Hitchcock en Inglaterra”. Comienzan a aparecer tres números cada año, siempre acompañando los ciclos correspondientes, lo que hizo que también cambiara la periodicidad a veces. En junio de 2007 se publica el último número de Nosferatu, dedicado al Nuevo Cine Coreano. En ese momento la revista desaparece y se transforma en una colección de libros con el mismo espíritu de ensayos colectivos de cine, pero cambiando el formato. Actualmente la periodicidad de estos libros es anual.
AA. VV.
Nosferatu - 32
ePub r1.0
Titivillus 14.07.17
Título original: Cine y Derecho
AA. VV., 2000
Traducción: Bitez
Diseño de cubierta: Art&Maña
Fuentes iconográficas: The Kobal Group, Donostia Kultura y Festival Internacional de Cine de San Sebastián
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
NOSFERATU. Director del PATRONATO MUNICIPAL DE CULTURA : José Antonio Arbelaiz. Director de NOSFERATU: José Luís Rebordinos. Equipo de redacción: Jesús Angulo, Sara Torres.
Cine Negro
Tres décadas, dos juicios y un sueño
Antonio Santamarina
Gangsterren zinema sortu zenetik, hogeita hamarreko hamarkadan, zinema beltz klasikoaren amaiera arte, hirurogeiko homarkadaren atarian, erroerrotik iparranerikarra den genero honek ia beti gatazkatsua gertatu den harremana izan du legearekin, bere izaerari itxuraz dagokion bezala, egia esa. Gehienak ere izaera hori norberaren zerbitzuan jartzen ahalegindu dira bizi izan dituen hoeita hamar urte horietan, jarraitutako ibilbidea desberdina izan bada ere, garai historikoen eta generoaren eta Estatu Batuetako zinemagintzaren bilakaeraren beraren arabera.
A dvirtámoslo desde el principio: no hay, no puede haberla por razones de espacio, ninguna voluntad de ofrecer en este breve artículo una visión cerrada y compacta del tenso matrimonio que la ley y el cine negro han mantenido desde la aparición de este género o, mejor dicho, movimiento cinematográfico allá por los lejanos, y depauperados, años treinta. Sentada esta evidente obviedad, aclaremos que el propósito que guía su escritura reside ante todo en buscar una aproximación, más o menos esclarecedora, a varios momentos claves de esa relación a partir de la incursión en tres momentos significativos de la historia del cine negro clásico.
Como el propio título del artículo deja adivinar, de manera, eso sí, algo críptica, se han elegido para recorrer este itinerario tres películas que fuesen representativas de los distintos períodos escogidos —cine de gánsteres, cine negro y derivación manierista de éste— y que, al mismo tiempo, iluminasen, siquiera débilmente, los perfiles de esa extraña relación, mezcla de amor y de odio, entre las pantallas y los tribunales. Furia (Fury, 1936) y La mujer del cuadro (The Woman in the Window, 1944), ambas de Fritz Lang, y Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959), de Otto Preminger, componen el trío de títulos elegidos, no precisamente al azar, para recorrer este itinerario erizado de abogados, fiscales y jueces, víctimas y asesinos, testigos y jurados, y hasta un psicólogo criminalista proclive al sopor vespertino.
Una ausencia y un artificio inverosímil.
Es un dato conocido de sobra que la entrada en vigor, el 17 de enero de 1920, de la ley Volstad que prohibía la fabricación, distribución y consumo de bebidas alcohólicas que contuviesen más de un 0,5 por ciento de alcohol en su composición, marcó el inicio del apogeo del gansterismo en Estados Unidos durante unos años veinte a los que, por otra parte, se califica, de forma acaso sorprendente, como “felices”. Una paradoja que resulta todavía mayor si se compara este epíteto con el otro sobrenombre (“la Prohibición”) por el que se conoce también a este periodo, y donde parecen ponerse en correlación, como en algunos comportamientos infantiles, la felicidad con el disfrute de lo prohibido.
Si hubiera que juzgar por las primeras películas de gánsteres de los años treinta, nada resultaría menos contradictorio y paradójico que esa aparente unión contra natura, ya que la prohibición resulta en esos títulos una realidad desprovista de significado, y la ley una figura ausente de la narración, al igual, por otra parte, que las fuerzas del orden encargadas de mantenerla. Podría decirse, por lo tanto y estirando más allá de lo debido el símil, que la felicidad de la década parece derivar ante todo de la transgresión generalizada de la ley acaecida durante esos años o, cuando menos, esto es lo que reflejan las primeras ficciones gangsteriles y títulos como Hampa dorada (Little Caesar, 1930), de Mervyn LeRoy, El enemigo público (Public Enemy, 1931), de William A. Wellman, Scarface, el terror del hampa (Scarface, 1932), de Howard Hawks, y un largo etcétera.
Ausentes la ley y las fuerzas policiales del relato, los especialistas en derecho (esto es, abogados, jueces y fiscales) carecerán también de espacio argumental para poner en práctica unos conocimientos que nadie requiere, si bien, cuando su presencia sea reclamada ocasionalmente —como en The Mouthpiece (1932), de James Flood y Elliot Nugent—, éstos actuarán generalmente al servicio de las todopoderosas organizaciones gangsteriles. Una paradoja postrera quiere, por último, que aunque la ley apenas sea otra cosa que una mera presencia testimonial, una referencia lejana, en estas ficciones, sin embargo, la aplicación penitenciaria de la misma resulte de un extremado rigor, como testifican los protagonistas de Soy un fugitivo (I Am a Fugitive from a Chain Gang; Mervyn LeRoy, 1932), de Veinte mil años en Sing Sing (Twenty Thousand Years in Sing Sing; Michael Curtiz, 1933) y de gran parte de los títulos que componen la corriente carcelaria de estos años.
The Mouthpiece
Violada de manera sistemática por unos y aplicada con extrema dureza por otros, ninguna imagen conviene peor a las ficciones gangsteriles de los años treinta que esa representación metafórica de la justicia con los ojos vendados y manteniendo el fiel de la balanza equilibrado. Por el contrario, en estas películas los platillos de la balanza se inclinan bien de un lado (primitivo cine de gángsteres) o bien del otro (corriente penitenciaria, cine de denuncia social del
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