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Paul Lafargue - El derecho a la pereza

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Paul Lafargue El derecho a la pereza
  • Libro:
    El derecho a la pereza
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2013
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El derecho a la pereza: resumen, descripción y anotación

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Esta polémica obra una verdadera máquina de guerra contra la sociedad - photo 1

Esta polémica obra, «una verdadera máquina de guerra contra la sociedad burguesa y capitalista de finales del siglo XIX », denuncia las «espantosas consecuencias» del trabajo asalariado y del trabajo en general, pero sobre todo del «amor» al trabajo que se ha apoderado de la mente de los propios trabajadores. Su autor, Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, considera que este «dogma» del trabajo significa una pérdida de las perspectivas revolucionarias de la clase obrera y a la vez el obstáculo principal en la lucha por una sociedad distinta.

Paul Lafargue El derecho a la pereza ePub r10 Sejmet 300413 Título - photo 2

Paul Lafargue

El derecho a la pereza

ePub r1.0

Sejmet30.04.13

Título original: Le droit à la paresse

Paul Lafargue, 1880

Traducción: María Celia Cotarelo

Diseño de portada: orhi

Editor digital: Sejmet

ePub base r1.0

PAUL LAFARGUE Fue un periodista médico teórico político y revolucionario - photo 3

PAUL LAFARGUE Fue un periodista médico teórico político y revolucionario - photo 4

PAUL LAFARGUE. Fue un periodista, médico, teórico político y revolucionario francés. Aunque en un principio su actividad política se orientó a partir de la obra de Proudhon, el contacto con Karl Marx (del que llegó a ser yerno al casarse con su segunda hija, Laura) acabó siendo determinante. Su obra más conocida es El derecho a la pereza. Nacido en Santiago de Cuba el 15 de enero de 1842 en una familia franco-caribeña, Lafargue pasó la mayor parte de su vida en Francia, aunque también pasó periodos ocasionales en Inglaterra y España. A la edad de 69 años, Laura y Lafargue se suicidaron juntos el 26 de noviembre de 1911, llevando a cabo lo que desde hacía tiempo tenían planeado.

Notas

[3] Los exploradores europeos se detienen sorprendidos ante la belleza física y el aspecto orgulloso de los hombres de los pueblos primitivos, no manchados por lo que Paeppig llamaba el «hálito envenenado de la civilización».Refiriéndose a los aborígenes de las islas de Oceanía, lord George Campbell escribe: «No hay pueblo en el mundo que sorprenda más a primera vista. La piel lisa y de un tono ligeramente cobrizo, los cabellos dorados y ondulados, su bella y alegre figura, en una palabra, toda su persona, formaban un nuevo y espléndido ejemplar del genus homo; su apariencia física daba la impresión de tratarse de una raza superior a la nuestra». Los civilizados de la antigua Roma, los César, los Tácito, contemplaban con la misma admiración a los germanos de las tribus comunistas que invadían el imperio romano. Al igual que Tácito, Salvino, el cura del siglo V que es llamado el maestro de los obispos, ponía como ejemplo a los bárbaros ante los civilizados y los cristianos: «Somos impúdicos entre los bárbaros, que son más castos que nosotros. Más aún, los bárbaros se sienten ofendidos por nuestras impudicias; los godos no sufren el hecho de que haya entre ellos libertinos de su nación; sólo los romanos, por el triste privilegio de su nacionalidad y de su nombre, tienen el derecho de ser impuros. (La pederastia estaba de moda entonces entre los paganos y los cristianos…). Los oprimidos se van con los bárbaros en busca de humanidad y protección». (De Gubernatione Dei). La vieja civilización y el cristianismo naciente corrompieron a los bárbaros del viejo mundo, como el viejo cristianismo y la civilización capitalista corrompen a los salvajes del nuevo mundo.

El señor F. Le Play, cuyo talento para la observación debe reconocerse, así como deben rechazarse sus conclusiones sociológicas, contaminadas de proudhonismo filantrópico y cristiano, dice en su libro Los obreros europeos (1885): «La propensión de los Bachkirs por la pereza [los Bachkirs son pastores seminómades de la ladera asiática de los Urales], los ocios de la vida nómade, los hábitos de meditación que hacen nacer en los individuos mejor dotados, otorgan a menudo a éstos una distinción de maneras, una agudeza de inteligencia que raramente se observa en el mismo nivel social en una civilización más desarrollada… Lo que más les repugna son los trabajos agrícolas; hacen cualquier cosa antes que aceptar el oficio de agricultor». La agricultura es, en efecto, la primera manifestación del trabajo servil que conoció la humanidad. Según la tradición bíblica, el primer criminal, Caín, era un agricultor.

[12] Bajo el Antiguo Régimen, las leyes de la iglesia garantizaban al trabajador 90 días de descanso (52 domingos y 38 feriados), durante los cuales estaba estrictamente prohibido trabajar. Era el gran crimen del catolicismo, la causa principal de la irreligiosidad de la burguesía industrial y comercial. Bajo la Revolución, cuando ésta se hizo dominante, abolió los días feriados y reemplazó la semana de siete días por la de diez. Liberó a los obreros del yugo de la iglesia para someterlos mejor al yugo del trabajo.

El odio contra los días feriados no apareció hasta que la moderna burguesía industrial y comercial tomó cuerpo, entre los siglos XV y XVI . Enrique IV pidió su reducción al Papa, pero éste se rehusó porque «una de las herejías más corrientes hoy en día es la referida a las fiestas» (carta del cardenal d'Ossat). Pero en 1666, Péréfixe, arzobispo de París, suprimió 17 feriados en su diócesis. El protestantismo, que era la religión cristiana adaptada a las nuevas necesidades industriales y comerciales de la burguesía, fue menos celoso del descanso popular; destronó a los santos del cielo para abolir sus fiestas sobre la tierra.

La reforma religiosa y el libre pensamiento filosófico no eran más que los pretextos que permitieron a la burguesía jesuita y rapaz escamotear al pueblo los días de fiesta.

[13] Esas fiestas pantagruélicas duraban semanas. Don Rodrigo de Lara gana a su novia expulsando a los moros de Calatrava la Vieja, y el Romancero narra que:

Las bodas fueron en Burgos,

Las tornabodas en Salas:

En bodas y tornabodas

Pasaron siete semanas.

Tantas vienen de las gentes,

Que no caben en las plazas…

[en español en el original] Los hombres de esas bodas de siete semanas eran los heroicos soldados de las guerras de independencia.

Prólogo

En el seno de la Comisión sobre Educación Primaria de 1849, el señor Thiers decía: «Quiero recuperar con toda su fuerza la influencia del clero, porque cuento con él para propagar esa buena filosofía que enseña al hombre que está aquí para sufrir, y oponerla a esa otra filosofía que dice al hombre lo contrario: 'Disfruta'». El señor Thiers formulaba así la moral de la clase burguesa, cuyo feroz egoísmo y estrecha inteligencia él encarnaba.

Mientras luchaba contra la nobleza, sostenida por el clero, la burguesía enarbolaba el libre examen y el ateísmo; pero, una vez triunfante, cambió de tono y de conducta; y hoy pretende apuntalar con la religión su supremacía económica y política. En los siglos XV y XVI , había retomado alegremente la tradición pagana y glorificaba la carne y sus pasiones, reprobadas por el cristianismo; en nuestros días, saciada de bienes y de placeres, reniega de las enseñanzas de sus pensadores —los Rabelais, los Diderot— y predica la abstinencia a los asalariados. La moral capitalista, lastimosa parodia de la moral cristiana, anatemiza la carne del trabajador; su ideal es reducir al productor al mínimo de las necesidades, suprimir sus placeres y sus pasiones y condenarlo al rol de máquina que produce trabajo sin tregua ni piedad.

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