1 INTRODUCCIÓN: LA INVENCIÓN DE LA TRADICIÓN
ERIC HOBSBAWM
Nada parece más antiguo y relacionado con un pasado inmemorial que la pompa que rodea a la monarquía británica en sus manifestaciones ceremoniales públicas. Sin embargo, como se explica en un capítulo de este libro, en su forma moderna tal boato es un producto de finales del siglo XIX del siglo XX. Las «tradiciones» que parecen o reclaman ser antiguas son a menudo bastante recientes en su origen, y a veces inventadas. Cualquier persona familiarizada con los colegios de las antiguas universidades británicas será capaz de recordar la institución de estas «tradiciones» a escala local, a pesar de que algunas, como el festival anual de Nine Lessons y Carols en la capilla del King’s College en Cambridge en la noche de Navidad, se pueden generalizar utilizando un medio de masas moderno como la radio. Esta observación constituyó el punto de partida de un congreso organizado por la revista histórica Past & Present, que a su vez es la base de este libro.
El término «tradición inventada» se usa en un sentido amplio, pero no impreciso. Incluye tanto las «tradiciones» realmente inventadas, construidas y formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante un período breve y mensurable, quizás durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez. La aparición en Navidad de la monarquía británica en los medios (instituida en 1932) es un ejemplo de las primeras, mientras que la emergencia y el desarrollo de prácticas asociadas con la final de la copa del fútbol británico lo es de las segundas. Es evidente que no todas son igual de permanentes, pero nuestra principal preocupación es su aparición y consolidación, más que sus posibilidades de supervivencia.
La «tradición inventada» implica un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado. De hecho, cuando es posible, normalmente intentan conectarse con un pasado histórico que les sea adecuado. Un ejemplo sorprendente es la elección deliberada del estilo gótico para la reconstrucción del Parlamento británico, y la decisión igualmente deliberada de reconstruir la cámara parlamentaria después de la Segunda Guerra Mundial siguiendo los mismos planos utilizados anteriormente. El pasado histórico en que se inserta la nueva tradición no tiene por qué ser largo y alcanzar lo que se supone que son las brumas del pasado. Las revoluciones y los «movimientos progresistas» que rompen con lo anterior, por definición, tienen su propio pasado apropiado, a pesar de que éste quede interrumpido en una fecha concreta como 1789. Sin embargo, en la medida en que existe referencia a un pasado histórico, la peculiaridad de las «tradiciones inventadas» es que su continuidad con éste es en gran parte ficticia. En resumen, hay respuestas a nuevas situaciones que toman la forma de referencia a viejas situaciones o que imponen su propio pasado por medio de una repetición casi obligatoria. Es el contraste entre el cambio constante y la innovación del mundo moderno y el intento de estructurar como mínimo algunas partes de la vida social de éste como invariables e inalterables, lo que hace que «la invención de la tradición» sea tan interesante para los historiadores de los dos siglos pasados.
En este sentido, la «tradición» debe distinguirse claramente de la «costumbre» que predomina en las denominadas sociedades «tradicionales». El objetivo y las características de las «tradiciones», incluyendo las inventadas, es la invariabilidad. El pasado, real o inventado, al cual se refieren, impone prácticas fijas normalmente formalizadas, como la repetición. La «costumbre» en las sociedades tradicionales tiene la función doble de motor y de engranaje. No descarta la innovación y el cambio en un momento determinado, a pesar de que evidentemente el requisito de que parezca compatible con lo precedente o incluso idéntico a éste le impone limitaciones sustanciales. Lo que aporta es proporcionar a cualquier cambio deseado (o resistencia a la innovación) la sanción de lo precedente, de la continuidad social y la ley natural tal y como se expresan en la historia. Los estudiantes de los movimientos campesinos saben que la reclamación por parte de un pueblo de una tierra o un derecho común «por costumbre desde tiempos inmemoriales» a menudo no expresa un hecho histórico, sino el equilibrio de fuerzas en la lucha constante del pueblo contra los señores o contra otras comunidades. Los estudiantes del movimiento obrero británico saben que «la costumbre del oficio» o del pequeño comercio puede representar no una tradición, sino cualquier derecho que los trabajadores hayan establecido en la práctica, aunque sea recientemente, y que ahora intentan extender o defender otorgándole la sanción de la perpetuidad. La «costumbre» no puede alcanzar la invariabilidad, porque incluso en las sociedades «tradicionales» la vida no es así. El derecho consuetudinario o la ley común muestran todavía la combinación de flexibilidad sustancial y adhesión formal a lo precedente. La diferencia entre «tradición» y «costumbre» en este sentido se ilustra bien en este caso. La «costumbre» es lo que hacen los jueces, la «tradición» (en este caso inventada) es la peluca, la toga y otra parafernalia formal y prácticas ritualizadas que rodean esta acción sustancial. El declive de la «costumbre» transforma invariablemente la «tradición» con la que habitualmente está relacionada.
Una segunda distinción, menos importante, que debe hacerse es la que existe entre la «tradición» según se entiende aquí y la convención o rutina, que no tiene un significado ritual o una función simbólica como tal, a pesiar de que la podría adquirir accidentalmente. Es evidente que cualquier práctica social que necesita llevarse a cabo repetidamente tenderá, Sor conveniencia o por eficiencia, a desarrollar un grupo de convenciones y rutinas, que pueden ser formalizadas de facto o de iure con el objetivo §e enseñar la práctica a los nuevos aprendices. Esto se aplica tanto a las prácticas sin precedentes (por ejemplo, el trabajo de un piloto de aviones) como a otras mucho más familiares. Desde la revolución industrial, las sociedades se han visto obligadas por naturaleza a inventar, instituir o desarrollar nuevas redes de convenciones o rutinas determinadas de un modo más frecuente que las sociedades anteriores. En la medida en que funcionan mejor cuando se convierten en hábito, procedimiento automático o incluso acto reflejo, requieren invariabilidad, lo que puede dificultar otro requisito necesario de la práctica: la capacidad para reaccionar ante contingencias imprevistas o poco habituales. Ésta es una debilidad bien conocida de la rutinización o de la burocratización, particularmente en los niveles subalternos donde la actuación invariable se considera como la más eficiente.
Estas redes de convención y de rutina no son «tradiciones inventadas» en la medida en que su función, y por consiguiente su justificación, es más bien técnica que ideológica (en términos marxistas, pertenece a la «base» más que a la «superestructura»). Están diseñadas para facilitar inmediatamente operaciones prácticas definibles y se modifican o abandonan rápidamente para enfrentarse a necesidades prácticas cambiantes, sin olvidar la inercia que cualquier práctica adquiere con el tiempo y la resistencia emocional a cualquier innovación por parte de la gente que se siente ligada a ella. Lo mismo sucede con las «reglas» reconocidas de juegos u otros modelos de interacción social, donde éstos existan, o con cualquier otra norma de base pragmática. Cuando esto se da en combinación con la «tradición», la diferencia se hace inmediatamente observable. Llevar cascos duros cuando se monta a caballo tiene un sentido práctico, como sucede con los cascos de protección para los motociclistas o los cascos de acero para los soldados. Utilizar un tipo determinado de sombrero duro en combinación con la chaqueta roja de caza tiene un sentido totalmente diferente. Si no fuera así, sería tan fácil cambiar el traje «tradicional» de los cazadores de zorros como introducir en el ejército, una institución más bien conservadora, un casco de forma distinta si se pudiese demostrar que proporciona una protección más eficiente. De hecho, se podría sugerir que las «tradiciones» y las convenciones pragmáticas o las rutinas están relacionadas de modo inverso. La «tradición» muestra debilidad cuando, como sucede entre los judíos liberales, las prohibiciones dietéticas se pueden justificar pragmáticamente, al argumentar que los antiguos hebreos prohibieron el cerdo basándose en motivos higiénicos. De modo contrario, los objetos y las prácticas son más susceptibles de un uso ritual y simbólico cuando no van cargados de uso práctico. Las espuelas de los uniformes de los oficiales de caballería son más importantes para la tradición cuando no hay caballos, los paraguas de los oficiales de la guardia vestidos de civil pierden su significado cuando no se llevan plegados (es decir, cuando son útiles), las pelucas de los abogados difícilmente podrían tener su significado moderno si el resto de la gente no hubiese dejado de llevarlas.