I. El espacio mexicano
Manuel Ceballos Ramírez
Tres elementos son fundamentales para la comprensión de los hechos históricos: las acciones humanas, los periodos en que se desarrollan y los espacios en que se sitúan. Por ello, todo libro sobre el pasado debe iniciar con la reflexión de las cuestiones comunes entre la historia de los hombres y su entorno geográfico. Ahora bien, esta relación entre geografía e historia comprende diversos aspectos: las regiones, las divisiones políticas, la orografía y la hidrografía, la conformación de las ciudades, el desplazamiento demográfico, las pérdidas territoriales, las fundaciones, la desaparición de asentamientos, etc. Implica, además, la constante movilidad de los acontecimientos y procesos considerados.
Los estudios clásicos sobre estas cuestiones en México nos remiten a los autores que han destacado en el análisis de las diferentes etapas y que han sido especialmente sensibles a la espacialidad mexicana: Alexander von Humboldt, Manuel Payno, Antonio García Cubas, Ángel Bassols Batalla, Claude Bataillon y Bernardo García Martínez, por mencionar sólo algunos.
Por otra parte, si los autores anteriores nos han puesto en contacto con la versión académica del espacio y el pasado mexicanos, existe también una versión popular, consagrada en las múltiples canciones, que dan cuenta de la conciencia de los mexicanos de su entorno geográfico: México lindo y querido, Guadalajara, Qué chula es Puebla, Tehuantepec; Monterrey, tierra querida; Chulas fronteras, Yo soy del mero Chihuahua, Canción mixteca, Me he de comer esa tuna, Esos Altos de Jalisco, Sonora querida, Veracruz, Caminante del Mayab, Chapala y Juan Colorado o El Cuerudo, que hacen referencia a lugares de Michoacán o de Tamaulipas, o las que con sólo la melodía son inolvidables y famosas, como la Marcha de Zacatecas. Y, desde luego, El ferrocarril, de Ángel Rabanal, canción sobre un conductor que recorre el país entero nombrando las diversas poblaciones por las que transita; sin olvidar los corridos que evocan el tiempo, el espacio y el quehacer humano: «Año de 1900 […], en un barrio de Saltillo, Rosita Alvírez murió».
En consecuencia, resulta necesario tener en cuenta que los nombres de poblaciones, montañas, valles, ríos y regiones remiten tanto al pasado indígena o español como a los hechos históricos y políticos del pasado y el presente. Muestra de ello son nombres como Popocatépetl, Sisoguichi o Hunucmá, que son términos aborígenes; nombres trasladados de la toponimia ibérica, como Guadalajara, Altamira, Linares, Zamora o Mérida, y desde luego nombres híbridos como San Andrés Chalchicomula, San Agustín Atzompa o Motozintla de Mendoza. En cuanto a los hechos históricos y políticos, citaremos como ejemplo algunas poblaciones precedidas por el título de Ciudad, como Sahagún, Juárez, Constitución, Insurgentes, Victoria, Hidalgo, Madero, Obregón, etcétera.
Ahora bien, entre la diversidad de nombres que se han ido asentando en la geografía del país a lo largo del tiempo hay uno que lo preside y lo domina todo: México. De muchas maneras lo encontramos repetido en diversas latitudes y sentidos: Ciudad de México, Golfo de México, Imperio mexicano, República mexicana, Estados Unidos Mexicanos, Nuevo México, Valle de México, Mexicali, Estado de México. Es el nombre que ha prevalecido sobre los demás y con el que de alguna manera se ha reconocido al actual territorio mexicano en los diversos documentos y momentos históricos: Nueva España, Anáhuac, América Septentrional.
También hay que considerar que el actual territorio ha cambiado su extensión a través de la historia. En efecto, al día de hoy lo limitan, al norte, el Río Bravo y la línea divisoria que va de Ciudad Juárez a Tijuana; al sur, los ríos Suchiate, Usumacinta y Hondo, y las colindancias con Guatemala y Belice; al este, el Golfo de México y el Mar Caribe, y al oeste, el Océano Pacífico. Sin olvidar, desde luego, las numerosas islas que pertenecen a México en los diversos espacios marítimos citados.
La superficie actual del país es cercana a los dos millones de kilómetros cuadrados. Al iniciarse la guerra de Independencia, en 1810, el territorio comprendía el doble de esa cifra, y al consumarse aquélla, en 1821, se le añadieron los territorios actuales de América Central, excepto Panamá. Sin embargo, al derrumbarse el Imperio de Iturbide, en 1823, las provincias de América Central se separaron de México, y 25 años después el país perdió a manos de Estados Unidos los territorios del llamado Septentrión novohispano, que comprendía grandes extensiones de terreno. Para entonces el estado de Texas ya se había separado del resto de México, pero de alguna manera se contabilizaba dentro de la gran pérdida territorial de lo que nuestro país había heredado de Nueva España. Aparte de Texas, la pérdida de Nuevo México y de la franja del Nueces, que pertenecía a Tamaulipas, fue especialmente sentida por los mexicanos en el siglo XIX, debido al gran número de paisanos que habitaban allí y que quedaron a merced de los estadunidenses.
De este modo, la geografía de México se ha ido modificando paralelamente a su historia, aunque en otra dimensión, lo cual nos obliga a considerar con especial atención en qué consiste propiamente una geografía «nacional». Desde luego, se trata de una construcción elaborada por factores políticos que en el transcurso de los hechos históricos van decidiendo los límites de un Estado y de su sociedad, si bien en sentido estricto son puramente imaginarios. Es decir, desde el punto de vista físico no se modifica el entorno porque se haya convenido el trazo de una frontera. El Río Bravo, que se interna hacia el sureste dividiendo México de Estados Unidos, es el mismo que cruza los estados de Colorado y Nuevo México (y lo mismo puede decirse de los ríos fronterizos del sur). La llanura nororiental mexicana es la misma en Texas y en el noreste de México. En estos asuntos han sido los grupos ecologistas los que más han impulsado políticas de protección de las fronteras frente a determinaciones como, por ejemplo, el intento de construir un muro que detenga a los migrantes que van de México a Estados Unidos. Con un muro así, la flora y la fauna se verían afectadas de diversas formas.
Es más, si en términos físicos o ecológicos no existen fronteras, también desde el punto de vista de la geografía humana éstas son meros accidentes que tienen que ver con cuestiones de control político, migratorio, consular, sanitario o fiscal. Tanto la frontera con Guatemala o Belice como la que nos separa de Estados Unidos prueban la extremada permeabilidad e interdependencia que existe en los territorios contiguos. El idioma es uno de los elementos que comprueban esta situación: el español se habla indistintamente en la región fronteriza mexicana o estadunidense, como se habla el maya de igual manera en ambos lados de la frontera entre Guatemala y México. Además, sus habitantes comparten los espacios fronterizos como propios, y en ellos desarrollan las diversas actividades humanas: laborales, comerciales, familiares, culturales, deportivas.
Hay un refrán sobre la frontera norte que da a entender la extremada inconsistencia de insistir en una división territorial como si fuera absoluta: «Yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó», que muestra cómo los cambios de soberanía de los países no alteran el pasado; es decir, no cambian lo establecido de antemano por la historia y la geografía. Esto nos lleva a tomar también en cuenta la importancia de las fronteras marítimas, pues al país lo bañan las aguas del Océano Pacífico, del Golfo de México y del Mar Caribe.
1. Las regiones de México
La versión popular admite la existencia de tres grandes regiones en México: el Norte, el Centro y el Sur, subdivididas a su vez en zonas con identidad más específica. Los estudios académicos no desmienten del todo esta versión, pero le dan mayor complejidad, racionalidad y coherencia. Existen, no obstante, diferencias importantes que es necesario aclarar. La más pertinente es la que popularmente tiende a tomar como fundamento de la regionalización la preexistencia de las entidades federativas basándose en la división política. Sin embargo, hay criterios mucho más definitorios para establecer los elementos de una región que los derivados de la división política estatal o de sus contenidos tributarios, judiciales o electorales, como son los que se basan en cuestiones económicas, comerciales, familiares, culturales, laborales o sanitarias. Por ello, para los estudios más recientes, la división política de los estados cuenta, pero no resulta el principal factor para explicarla. Así lo sustentan Claude Bataillon y, sobre todo, las aportaciones de Bernardo García Martínez. Siguiendo la regionalización de este último, que consideramos la más actual y apropiada, dividiremos el país en los siguientes territorios: el México Central, que es, por decirlo así, el núcleo principal de población y el que le da nombre al conjunto; las tres vertientes que, unidas a este centro, conforman otros tantos espacios: la Vertiente del Golfo, la del Pacífico y la del Norte, ésta dividida a su vez en cuatro regiones: Noreste, Norte Central, Noroeste y la península de Baja California; por último, lo que anteriormente se denominaba como Pacífico Sur y Sureste, pero que reconsideramos con los nombres que les asigna García Martínez y que estima más apropiados: la Cadena Centroamericana y la Cadena Caribeña.